AGRADECER LA MISERICORDIA
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Vete a tu casa a vivir con tu familia y cuéntales lo misericordioso que ha sido el Señor contigo» (Mc 5, 19)
Hijo mío: los sacerdotes de Cristo deben vivir agradecidos por la misericordia que con ellos el Señor ha tenido.
Los ha elegido de entre el mundo como siervos y los ha llamado amigos.
Los ha admitido en su compañía, no sólo para permanecer junto a Él, sino para vivir configurados con Él, hacer sus obras, manifestar en el mundo su poder y sus maravillas dar a conocer.
El Hijo de Dios los ha transformado.
Ha compartido con ustedes su humanidad y su divinidad.
Los ha sanado.
Los ha liberado.
Les ha revelado la verdad.
Les ha hablado no sólo con parábolas, sino explicándoles todas las cosas, para que las entiendan y las transmitan.
Los ha enviado como hombres nuevos a predicar su Palabra, para evangelizar a los pueblos.
Les ha dado poder sobre las naciones: lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo.
Pueden expulsar demonios, perdonar los pecados, reunir a los hombres en un solo pueblo, haciéndolos hijos de Dios.
Pero todo ese poder deben usarlo bien.
No para ser alabados, no para ser aceptados, no para recibir gratificación alguna, ni gloria anticipada, sino para servir a Dios, dando su vida al servicio de las almas, para guiarlas, protegerlas, y llevarlas a Dios.
Predicar la Palabra de Dios es para los sacerdotes un deber. Es un ministerio santo. Es una misión sagrada, para dar testimonio de Él y de la misericordia que ha tenido con cada uno de los que lo han conocido.
Los sacerdotes son testigos del amor de Cristo, y deben darlo a conocer.
Grande es el poder de Dios, infinita es su misericordia.
Grande es el ministerio sacerdotal.
Grande es el poder que Cristo les ha dado, para obrar en su nombre, por Él, con Él y en Él.
Un sacerdote no debe nunca tener miedo. Y, si lo tiene, es porque le falta fe.
Que pida la fe con humildad y se abandone en la Divina Misericordia, y todo lo que necesite para santificarse y santificar a su rebaño se le dará.
El que lo llamó y lo eligió es todopoderoso, lo amó primero y nada le negará.
Hijo mío: tú eres testigo de la misericordia de Dios. Lleva tu testimonio a tu rebaño, y cuéntales lo misericordioso que ha sido el Señor contigo.
CATENA AUREA
«Temía pues que, volviendo los demonios a encontrarlo, entrasen en él. Pero el Señor lo manda a su casa, haciéndole comprender que, aunque Él no estuviese presente, lo defendería con su poder, para que, curado como estaba, fuera útil a los demás. Por eso dice: Mas Jesús no le admitió, sino que le dijo: Vete a tu casa y con tus parientes, y anuncia a los tuyos el gran beneficio que te ha hecho el Señor, y la misericordia que ha usado contigo. Observemos la humildad del Salvador, quien no dice: ‘Anuncia el gran beneficio que te he hecho’, sino el que te ha hecho el Señor. Así, pues, cuando hagamos algo bueno, no nos lo atribuyamos a nosotros, sino a Dios» (Teofilato).
«Aunque mandó a los demás que había curado que no hablasen de ello, manda, sin embargo, a éste que lo divulgue, porque todo aquel país, ocupado por los demonios, permanecía sin Dios» (San Juan Crisóstomo)
«Que el Señor no lo admitiese con Él significa que cada uno de nosotros, después de la remisión de nuestros pecados, ha de entrar en su buena conciencia y ha de servir al Evangelio para la salvación de los demás, a fin de encontrar después el descanso en Cristo» (Beda).
«Desde el momento en que alcanzamos algún conocimiento de las cosas divinas, no queremos volver a las humanas, buscando el reposo de la contemplación. Pero el Señor manda derramar el sudor en el trabajo antes de restaurarnos por la contemplación» (San Gregorio Magno, Moralia, 6, 17).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 121)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES