CARIDAD FRATERNA
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Jesús les contestó: “¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí!» (Mc 7, 6).
Hijo mío: un sacerdote debería honrar a Dios con sus labios, y permanecer unido a su Corazón. Pero hay algunos que tienen su corazón lejos de Dios y, aunque lo alaben, aunque frente al pueblo reciten oraciones, aunque parezca que lo adoran, nada de lo que dicen es agradable a Dios, porque no lo dicen desde el corazón.
Y, aunque la misa celebraran y ofrecieran mil sacrificios, si no los unen a Cristo en el único sacrificio agradable a Dios, la misa sería eficiente, y el sacrificio agradable a Dios, pero sus corazones permanecerían lejos de Dios.
Hay algunos ambientes clericales en los que se juzga y se critica entre hermanos. Sus corazones están vacíos, y sus manos llenas de pecado. Y olvidan que Cristo dijo: “no juzguen y no serán juzgados”, y “con la misma medida que midan serán medidos”.
A veces olvidan también que son solo siervos, aunque el Señor haya tenido el detalle de llamarlos amigos, y la consideración de darles el don de la configuración.
El sacerdote que tiene el corazón lejos de Dios, lo tiene en otra parte. Que se pregunte en dónde ha puesto su corazón.
Algunos exigen a sus fieles que cumplan una ley, que pareciera que a ellos no los rige. Y no se dan cuenta de su inteligencia. Piensan que no los ven, y que pueden, ante ellos y ante Dios, sus pecados esconder.
El sacerdote que falta a la caridad, aunque viva su ministerio exteriormente en santidad, no se santifica.
¡Nada justifica su falta de caridad! ¡Ni siquiera la eficiencia de su trabajo! O, lo que algunos dicen, que es por un bien mayor. ¡La caridad es la virtud por excelencia del bien mayor!
Es tan doloroso. Si ellos supieran cuánto me hacen sufrir.
Los pecados graves de mis hijos sacerdotes son más grandes que los de Herodes. Tanto así me hacen sufrir.
¡Crucifican al Hijo de Dios en carne propia!
Y yo no me voy, aunque ellos se alejen del Corazón de Dios. Yo estoy ahí, suplicando para ellos misericordia.
Un sacerdote que no tiene caridad nada tiene. Pero un sacerdote que falta a la caridad con sus hermanos sacerdotes nada merece. Y, aun así, el perdón de Dios ya lo tiene. Solo lo debe pedir.
Sé que te hace sufrir saber que sufro así. Que este sufrimiento purifique tu alma, y te ayude a la Iglesia servir.
Hay tan pocos sacerdotes dispuestos a dar la vida por sus hermanos sacerdotes. Y es necesario, hijo mío. Se pierden tantos…
En algunos ambientes hay sacerdotes que cambian a su conveniencia la ley, tomando como excusa que Cristo les ha dado el poder para hacer y deshacer, para atar y desatar, como si Dios las intenciones de sus corazones no pudiera ver…
¡Qué insensatos! ¡Hipócritas! Nadie puede a Dios engañar. Cuánta soberbia en sus hijos tiene que soportar, por haberles dado el regalo de la libertad.
Y cuánto los amo, aunque se porten mal, aunque atraviese mi alma una espada por cada uno de sus pecados.
Mi corazón, de amor por cada uno de mis hijos está inflamado. Y madre me voy a mostrar. He venido a corregirlos, para que cumplan la ley del amor, que Cristo vino a traer.
El Espíritu Santo, que está conmigo, derrama su gracia sobre los corazones alejados de Dios. Corazones sacerdotales, con vocación al amor.
Que mi omnipotencia suplicante reclame la magnificencia de Dios, su bondad, su misericordia, su providencia, y su perdón.
«El Señor no se para en esa minucia, ni trata de defender de tal acusación a sus discípulos, sino que pasa inmediatamente a la ofensiva, reprimiendo así su audacia, y haciéndoles ver que quien peca en lo grande, no tiene derecho a ir con menudas exigencias a los demás.
Vosotros —viene a decirles el Señor— debierais acusaros, no acusar a los demás. Mas observad cómo siempre que el Señor quiere derogar alguna de las observancias legales, lo hace por modo de defensa.
Así lo hizo ciertamente en esta ocasión. Porque no entra inmediatamente en el asunto de la transgresión, ni tampoco dice: “Eso no tiene importancia ninguna”. Con ello sólo hubiera conseguido aumentar la audacia de escribas y fariseos. No. Lo primero asesta un golpe a esa misma audacia, descubriéndoles una culpa suya mucho mayor y haciendo que su acusación rebote sobre su propia cabeza.
Y, a primera vista, solo reprende a los que tenía delante; pero, en realidad, su golpe alcanza también a los que tales leyes sentaron.
No se acuerda para nada de los ancianos; pero, al acusar a escribas y fariseos, también a aquéllos los echa por tierra, y deja entender que el pecado es ahí doble: no obedecer a Dios y cumplir lo otro por respeto a los hombres»
(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de san Mateo, Homilía n. 51).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 124)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES