SEÑAL DE AMISTAD
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Jesús suspiró profundamente y dijo: “¿Por qué esta gente busca una señal? Les aseguro que a esta gente no se le dará ninguna señal”» (Mc 8, 12-13).
Amigo mío: ¿quiénes son mis amigos?
Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les digo. Pero si hacen su propia voluntad, y no la mía, es que entonces no creen en mí, no creen en mi Palabra, no creen en lo que yo les digo, no confían en mí. Entonces, ¿cómo pueden ser mis amigos?
Yo permanezco fiel. Mi lealtad es inamovible, a pesar de sus traiciones, a pesar de sus errores, a pesar de que sus corazones están lejos de mí.
Yo espero a que vuelvan, arrepentidos, conscientes de que nada pueden sin mí, pero que conmigo todo lo pueden, porque yo los fortalezco.
Todo tienen en mí. Todo bien, toda verdad, toda esperanza, toda felicidad, todo deseo. Todo lo tienen conmigo. Si lo saben, ¿por qué algunos se han ido?
También saben que todo perdono si vienen a mí con el corazón contrito, verdaderamente arrepentidos.
Yo los amo. Ustedes, sacerdotes míos, son mis siervos, pero yo los llamo amigos, porque les he dado la dignidad de ser uno conmigo.
Yo estoy con ustedes todos los días de su vida, porque así lo he prometido. Sin embargo, algunos piden señales del cielo, porque aún tienen miedo, o porque tienen dudas de su fe, o porque a los falsos profetas creen.
La señal más grande del amor de Dios que tiene un sacerdote es la amistad conmigo, que, por su configuración conmigo, yo les he ofrecido. Y, por mi parte, el trato permanece intacto.
Vuelvan a mi amistad los que se han ido. Regresen al camino los que se han perdido.
Refuercen su fe con las señales que yo les doy, que son testimonios de mi amor y de mi misericordia, de tantos fieles que se han convertido.
Enriquézcanse con sus experiencias, por los encuentros que han tenido conmigo. Conviértanse y crean en el evangelio.
Yo soy su amigo, nadie tiene un amor tan grande como el que ha dado la vida por sus amigos. Yo he dado la vida por ustedes.
Contemplen mi cruz, escuchen mi Palabra, reflexionen y dense cuenta de todo lo que, alejados de mí, han perdido.
Este es el llamado de un amigo, que desde antes de nacer los ha conocido, los ha elegido, los ha consagrado para Él.
Y, si alguno de ustedes no supiera volver, que acuda al auxilio de mi Madre. Abandónense en sus brazos, porque, a través de ella, es como el Padre hacia mí los atrae, para que, por mí, conmigo y en mí, vuelvan a Él.
No me pidan señales. No me ofendan más, que ya estoy muy ofendido.
Vengan a mí. Traigan con ustedes a sus rebaños. Pidan perdón, y yo olvidaré sus ofensas. Y, como el primer día, seremos uno, como el Padre y yo somos uno.
No quiero que me tengan lástima. Son ustedes quienes deberían suplicarme. Y, sin embargo, aquí estoy, suplicando las migajas de su amor.
Soy yo quien les tiene compasión. Yo soy el Rey, que los hará volver después de una batalla vencida, porque conmigo es con el único que pueden vencer.
Ustedes son mis soldados. Y, aunque me hayan abandonado, el triunfo es mío. Yo ya he ganado, y sus tronos los estarán esperando, junto al mío. Y es mi deseo que no se queden vacíos.
Aprovechen la oportunidad que yo les doy. Escuchen mi llamado a la reconciliación.
Por mi parte, extiendo mi mano. Amigo mío, estrecha mi mano, permanece en mi amor.
«Y si sus enemigos podían alegar las señales en tiempo de Faraón, se les puede responder que entonces se trataba de librarse de un enemigo y con razón se dieron aquellas señales; pero el que venía como amigo a sus amigos, no tenía necesidad de ellas.
Por lo demás, ¿cómo voy a dar los grandes signos si no son creídos los pequeños? Pequeños, digo, en cuanto a lo poco que tienen de ostentación; porque en cuanto a manifestación de poder, éstos son mayores que aquéllos.
Porque ¿qué puede haber igual a perdonar los pecados, resucitar a un muerto, expulsar los demonios, restablecer un cuerpo y curar todas las otras enfermedades?
Mas considerad vosotros el endurecimiento de corazón de aquellos fariseos y saduceos; cómo, oyendo decir al Señor: No se le dará otra señal que la señal de Jonásprofeta, nada le preguntan.
Sin embargo, conociendo como conocían la historia del profeta y cuanto le había acontecido y oyendo que por segunda vez se refería el Señor a ella, aquél era el momento de preguntarle y enterarse del sentido de sus palabras.
Pero ya he advertido que no era deseo alguno de saber lo que les había llevado a hablarle. De ahí que el Señor, dejándolos plantados, se marchó»
(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía n. 53).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 126)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES