22/09/2024

Mc 8, 14-21

ALIMENTARSE DE CRISTO

Reflexión para sacerdotes 

desde el Corazón de María

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

«¿Todavía no entienden ni acaban de comprender? ¿Tan embotada está su mente? ¿Para qué tienen ustedes ojos, si no ven, y oídos, si no oyen?» (Mc 8, 16-17).

 

Hijo mío, sacerdote: Yo deseo un pueblo agradecido que sepa discernir con sencillez el mal del bien. 

La Palabra de Dios está viva y es eficaz. Ojalá todos la escucharan, la entendieran y la aceptaran, de boca del Santo Padre, que les comunica la verdad.

La misión del sacerdote es predicar la Palabra. Como cosa sagrada tratarla. Pero, para predicarla, deben primero comprenderla, hacerla suya, vivirla, meditarla en su corazón, porque la boca habla de lo que está lleno el corazón.

¡Es tan difícil para el pueblo interpretarla!, porque es al sacerdote a quien Cristo le dio el don para explicarla, y al pueblo le dio oídos para escucharla. Al sacerdote le dio la voz. 

Pero también al pueblo le han dado ojos para que vea, y aprenda, y entienda con el ejemplo. Y, si el sacerdote da mal ejemplo al pueblo, es incongruente lo que hace y lo que dice. Es como si quisiera engañarlos y alimentarlos con un pan sin levadura, cuando el ministro se harta de la levadura de los fariseos y de la de Herodes.

 ¿Cómo puede alguien alimentarse de muerte, y al mismo tiempo alimentar a los hijos con el pan de la vida? ¿Quién en ellos confiaría? 

Muchos tienen la mente embotada y el corazón endurecido. No les aprovecha nada, piensan y viven trabajando por el pan que se acaba. El que tenga oídos, que oiga la voz de Dios que les dice: “busquen primero el Reino de Dios, y todo lo demás por añadidura se les dará”. 

¿Cómo puede un sacerdote tener a Cristo entre sus manos, estar con Él cara a cara, y no procurar ser digno de tan sagrado alimento? En el pan del mundo y sus placeres están sus pensamientos, y no se da cuenta que el que tiene a Cristo lo tiene todo, no le hace falta nada. 

El pueblo de Dios necesita buenos pastores, fortalecidos de alimento espiritual. Que mediten en su corazón la Palabra de Dios, que es como espada de dos filos. Que penetre hasta lo más profundo, que los hiera, que les duela, que transforme en corazón de carne su corazón de piedra. 

La levadura de las malas pasiones, de las malas intenciones, de los pecados capitales, que da lugar a cometer los más atroces pecados mortales, la tienen a manos llenas, la encuentran por doquier. Cuídense de ella.

¡Busquen a Cristo y aliméntense sólo de Él! De su Cuerpo, de su Sangre, de su Palabra.

Pidan al Espíritu Santo que sus mentes puedan comprender, para que los llene de dones, y alimenten al pueblo de Dios con la verdad, que es la Palabra, que bien meditada deben enseñar.

¡Cuántas preocupaciones hay en la cabeza de un sacerdote! Por eso tiene la mente embotada. Si no se preocupara, y se ocupara de cumplir con la misión encomendada con todo el amor de su corazón, comprendería que en esta y en la otra vida, lo único necesario es la Palabra viva, que se personifica en la Sagrada Eucaristía.

 

«No siempre es conveniente la blandura; y lo mismo que el Señor les permite confianza, los reprende; y, con esta variedad, mira Él próvidamente por la salvación de ellos.

Pero mirad que, si la reprensión es fuerte, la moderación del Señor es también muy grande.

No parece sino que el Señor quiere defenderse de reprenderlos con tanta vehemencia, y les dice: ¿Conque todavía no caéis en la cuenta de los cinco panes para aquellos cinco mil, y cuántos canastos recogisteis; ni de los siete panes para los cuatro mil, y cuántas espuertas recogisteis?

Si les recuerda el número de los que comieron y de las sobras, es porque quiere justamente traerles a la memoria los milagros pasados, y hacerlos un poco más atentos para lo por venir.

Y para que os deis cuenta del poder que tuvo su reprensión y cuán vivamente despertó su inteligencia adormecida, oíd lo que cuenta el evangelista.

Nada les había indicado Jesús; sólo les había reprendido, y sólo añade ahora: ¿Cómo no comprendéis que no os he dicho que os guardéis de los panes, sino de la levadura de los fariseos y saduceos?

Mas el evangelista prosigue diciendo: Entonces comprendieron que no les habíadicho que se guardaran de la levadura del pan, sino de la doctrina de fariseos y saduceos. Y, sin embargo, el Señor no se lo había interpretado.

Mirad, pues, cuántos bienes produjo la reprensión: los apartó de las observancias judaicas, de flojos los hizo diligentes, los libró de su pusilanimidad y poca fe, de suerte que no temieran y temblaran, si acaso se hallaban con pocos panes, ni se preocuparan del hambre, sino que supieran despreciar todas esas cosas»

(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía n. 53).

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

(Pastores, n. 127)

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

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