ALMA DE NIÑO
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios es de los que son como ellos. Les aseguro que el que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él» (Mc 10, 14-15).
Amigos míos: dejen que lo niños se acerquen a mí. No se lo impidan. Antes bien, dejen que los niños se acerquen a ustedes, y aprendan de ellos a hacerse pequeños, porque de los que son como ellos es el Reino de los cielos.
Tráiganme a los niños, bautícenlos en mi presencia, guíenlos para que conserven la inocencia –aunque crezcan–, y en ellos permanezca la alegría de un alma de niño toda su vida.
Enséñenlos a volver a mí, si alguno se perdiera, para que vuelvan a ser como niños, para encontrar el buen camino, para permanecer en mí, como yo permanezco en ellos.
Cuiden ustedes su vida espiritual, la virtud especialmente de la castidad, la sencillez, la humildad, la caridad.
Vivan en la alegría de la infancia espiritual, para que construyan conmigo el Reino de los cielos, a través de sus ministerios, para que también puedan entrar.
Cuídense de los ambientes que les provoquen caer en tentación. No sea que su mal comportamiento y su mal ejemplo impida que los niños se acerquen a mí, y peor aún, que los que están cerca de mí, a los que abrazo y siento en mi regazo, los que recuestan su cabeza en mi pecho y yo bendigo, se alejen de mí.
Porque si ellos, por culpa de ustedes, no entran al Reino de los cielos, será también impedimento para que ustedes permanezcan en mí y entren a ser parte conmigo en mi Paraíso. No sean insensatos.
¿Y quiénes son los niños que yo quiero que traigan a mí?
Son todos aquellos fieles, las ovejas de mi rebaño, que tienen rectitud de intención en el corazón, que aman a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a ellos mismos.
Que quieren conocerme, para poder seguirme.
Que tienen fe, y la manifiestan con sus obras.
Que son humildes y sencillos.
Que no saben de doctrina ni de teología, pero disfrutan escuchando la Palabra de Dios.
Que me adoran en la Eucaristía, porque no dudan que Yo Soy.
Que tienen la gracia del Espíritu Santo que se derrama sobre todos aquellos que aman a Dios.
Que desean conocer las verdades eternas para alcanzar el cielo.
Que luchan por portarse bien para agradar a Dios.
Que piden ayuda constantemente al cielo, porque se saben pequeños, necesitados del auxilio divino, y de la protección de la Madre de Dios.
Y son también aquellas ovejas que no son de mi redil, que no me conocen, pero que les arde el corazón cuando escuchan hablar de mí, y se acercan con la ilusión de que yo los mire y calme la sed de su corazón.
Y son ustedes, mis amigos, el día de su Ordenación, cuando se entregan totalmente a mí, para ser configurados conmigo, y reciben un corazón de niño, un corazón de carne, como el mío, y tienen mis mismos sentimientos.
Y si alguien ha perdido ese corazón, que venga a mí, tomado de la mano de mi Madre, y yo convertiré sus vicios en virtudes, sus malos deseos en rectas intenciones, su corazón endurecido en un corazón suave, ardiente, como el mío, en deseo de cielo para todos aquellos que se acercan a ustedes, para que los traigan a mí.
¡Que nadie les impida a ustedes acercarse a mí!
Rechacen las malas amistades, los malos consejos, las perturbaciones del enemigo, los ambientes llenos de peligro, y vuelvan a la oración.
Recen el Breviario y encontrarán la paz de un niño para sus almas.
Entonces podrán entrar y construir, desde dentro, el Reino de Dios.
Si quieren saber, amigos míos, cómo conservar su alma de niño, y volver a la inocencia del amor primero, perseveren en la lucha de la perfección, en la configuración conmigo, Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, Buen Pastor.
Háganse como niños y vengan a mí. Ustedes son la alegría de mi corazón.
Yo los bendigo.
«Cristo ama la infancia que al principio él mismo asumió tanto en su alma como en su cuerpo. Cristo ama la infancia que enseña humildad, que es la norma de la inocencia, el modelo de la dulzura. Cristo ama la infancia, hacia la que orienta la conducta de los adultos, hacia la que conduce a los ancianos y llama a imitar su propio ejemplo a aquellos que deseen alcanzar el reino eterno.
Pero para entender cómo es posible realizar tal conversión, y con qué transformación él nos revierte a una actitud de niños, dejemos que san Pablo nos instruya y nos lo diga: «Para aquel que tenga sentido común, no se debe ser un niño pequeño en cuanto a vuestros pensamientos, sino un niño pequeño en lo que respecta a la malicia» (1 Cor 14,20). Por lo tanto, no debemos volver a nuestros días de infancia, ni a las torpezas del inicio, sino tomar alguna cosa que pertenece a los años de madurez; es decir, apaciguar rápidamente las agitaciones interiores, encontrar rápido la calma, olvidar totalmente las ofensas, ser completamente indiferente a los honores, amar y reencontrarse juntos, guardar la igualdad de ánimo como un estado natural. Es un gran bien no saber cómo dañar a otros y no tener gusto por el mal...; no devolver a nadie el mal por el mal (Rom 12,17), es la paz interior de los niños, la que le conviene a los cristianos... Es esta forma de humildad la que nos enseña el Salvador cuando era niño y fue adorado por los magos»
(San León Magno, Sermón 7º para la Epifanía).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 183)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES