22/09/2024

Mc 8, 34-9

COMENZAR OTRA VEZ

Reflexión para sacerdotes

desde el Corazón de Jesús

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

 

«¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla? Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras ante esta gente, idólatra y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él, cuando venga con la gloria de su Padre, entre los santos ángeles» (Mc 8, 36-38)

 

Amigo mío: yo te llamé para que dejaras todo, para que renunciaras a todo, hasta a ti mismo; para que tomaras tu cruz, y perdieras tu vida por mí, siguiéndome, haciendo mis obras, permaneciendo conmigo en mi cruz, administrando mi misericordia, derramada a través de mi preciosa sangre.

Entre muchos, a ti te elegí para que seas mi siervo. Pero no te llamé siervo, te llamé amigo, porque todo lo que mi Padre me ha revelado te lo he dado a conocer.

Yo te pregunto:

¿Acaso te avergüenzas de tu estado, de tu condición sacerdotal?

¿De ser uno conmigo, Cristo?

¿De ser mi amigo?

Si no te avergüenzas de mí, entonces ¿por qué te veo por ahí, en medio de la gente, disfrazado de civil?

¿Por qué tienes miedo de ser reconocido como un sacerdote de Cristo?

¿Por qué te escondes de mí?

Te comportas como cualquiera de esos idólatras, que tienen su corazón alejado de mí.

¿Por qué buscas enriquecerte y llenarte de poder?

¿Por qué usas a la gente para complacerte?

¿Por qué cumples con tu ministerio como si fuera un trabajo más, cobrando un salario que no mereces, porque ni siquiera cuidas tu alma sacerdotal, para ejercerlo con dignidad?

¿Por qué te mezclas entre la gente en ambientes de pecado, y te portas mal?

¿Por qué no les hablas de mí y los conviertes? 

¿Por qué, en medio de esos ambientes, no te pareces a mí y los atraes al Padre?

¿Dónde está aquel amigo que yo llamé, que dijo sí, y que a todo renuncia, dispuesto a tomar su cruz y seguirme?

¿Dónde está aquel que dejó todo y me siguió; que su vida entregó; que quería con todas sus fuerzas ser como yo; que quería aprender, para enseñar la doctrina y el Magisterio, la Historia de la Iglesia, la Filosofía, la Moral, la Teología, porque quería al mundo salvar?

¿En dónde está ese héroe de la humanidad, que yo mismo formé, a quien le di un corazón sacerdotal, como el mío?

Amigo mío: antes de que sea tarde, antes de que se acabe el tiempo y se llene mi copa, y me avergüence de ti frente a mi Padre, ¡arrepiéntete!, ¡conviértete!, ¡ven a mí!, ¡vuelve!

Imagina que este día es como el primer día, cuando te llamé. Siente tu corazón inquieto arder. Llénate de mi amor y del deseo de perder la vida por mí.

Piensa, razona, usa tu inteligencia, y dime: ¿de qué te sirve tener poder, y ver, en medio del placer del mundo, enriquecerte, ser popular entre la gente, y ganar el mundo entero, si tú te pierdes?

Yo perdí mi vida por ti, para darte la vida eterna en mi Paraíso. Y tú, hipócrita, mal agradecido, eliges la muerte.

¿Qué acaso no te das cuenta cómo sufre mi Corazón al perderte?

¿Qué acaso no entiendes que yo te digo que dejes todo, tomes tu cruz y me sigas, porque yo sé que es lo que te conviene?

Yo te digo, amigo mío, que lo que te conviene es ¡tener visión sobrenatural!, hacer oración, crecer en tu vida espiritual, estar conmigo y no contra mí, amar tu vocación, ejercer tu ministerio con ese amor, llevar a mi pueblo mi misericordia…

Pero, primero, abrir tu corazón ante tu confesor, para recibir la misericordia que tanta falta le hace a tu corazón miserable, pero que tanto amo yo.

Tú me amas, pero yo te amé primero. 

No me seguiste por haber elegido tu vocación: yo te la di. 

Es verdad que yo elijo a los más pequeños. Pero es verdad que es a los pequeños a quienes amo de manera especial.

Te has crecido, pero yo permanezco fiel.

Vuélvete pequeño, como un niño.

Comencemos tú y yo, otra vez.

 

«Somos criaturas limitadas, pecadores que siempre necesitamos penitencia y conversión. ¡Qué importante es escuchar y acoger este llamamiento en nuestro tiempo! El hombre contemporáneo, cuando proclama su total autonomía de Dios, se hace esclavo de sí mismo, y con frecuencia se encuentra en una soledad sin consuelo.

Por tanto, la invitación a la conversión es un impulso a volver a los brazos de Dios, Padre tierno y misericordioso, a fiarse de él, a abandonarse a él como hijos adoptivos, regenerados por su amor. La Iglesia, con sabia pedagogía, repite que la conversión es ante todo una gracia, un don que abre el corazón a la infinita bondad de Dios. Él mismo previene con su gracia nuestro deseo de conversión y acompaña nuestros esfuerzos hacia la plena adhesión a su voluntad salvífica.

La conquista del éxito, la obsesión por el prestigio y la búsqueda de las comodidades, cuando absorben totalmente la vida hasta excluir a Dios del propio horizonte, ¿llevan verdaderamente a la felicidad? ¿Puede haber felicidad auténtica prescindiendo de Dios? La experiencia demuestra que no se es feliz por el hecho de satisfacer las expectativas y las exigencias materiales. En realidad, la única alegría que llena el corazón humano es la que procede de Dios. De hecho, tenemos necesidad de la alegría infinita. Ni las preocupaciones diarias, ni las dificultades de la vida logran apagar la alegría que nace de la amistad con Dios».

(Benedicto XVI, Catequesis de la audiencia general, 6 de febrero de 2008)

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

(Pastores, n. 212)

 

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

 

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