DAR A DIOS
LO QUE ES DE DIOS
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Entonces les respondió Jesús: “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Y los dejó admirados» (Mc 12, 17).
Hijo mío: dar al César lo que es del César, y dar a Dios lo que es de Dios es una gran lección que dejó Jesús a sus enemigos, pero también a sus amigos.
Pero no deben confundir lo que es vivir en unidad de vida y vivir divididos.
El sacerdote es uno con Cristo todo el tiempo, en todo momento, y debe obrar en su nombre, no solo en el altar, sino todo el tiempo.
Y debe ser consciente de que esté despierto o esté dormido, esté rezando o trabajando, esté cumpliendo con deberes ordinarios o con deberes propios de su ministerio, debe conservar su dignidad sacerdotal, haciendo todo por amor de Dios, dando al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, sin ambicionar poseer lo que es del César, que es todo lo que es del mundo, porque el sacerdote no es del mundo, es de Dios.
Por tanto, no debe darse a sí mismo al mundo, sino solo a Dios. Pero debe dirigir a su rebaño, que es de Dios, hacia Dios, enseñándole a cumplir con sus deberes civiles y ordinarios, con la gracia de Dios.
El sacerdote debe ser justo y hacer justicia, y nunca pretender ser lo que no es.
Cumplir sus promesas de renunciar a todo aquello que es del mundo, y del sacerdote no es.
Conservar en todo momento rectitud de intención.
Ser sencillo, pero ser astuto, porque tendrá muchas oportunidades de caer en tentación. Le tenderán trampas, cambiarán sus palabras, lo difamarán, lo perseguirán, lo calumniarán.
Pero si él responde con la Palabra de Dios, que es justa, no podrán hacerlo caer. El Espíritu Santo hablará por él.
Confía, hijo mío, en que la gracia de Dios está siempre contigo.
Cumple con tu deber de hombre, pero no como hombre, sino como Cristo, hombre y Dios, firme en la fe, en la esperanza y en el amor, seguro de que tú has sido llamado y elegido para ser todo de Dios.
¡Dale a Dios lo que es de Dios!
«En la diatriba sobre el pago del tributo al César, Jesús afirma que es necesario dar a Dios lo que es de Dios, condenando implícitamente cualquier intento de divinizar y de absolutizar el poder temporal: solo Dios puede exigir todo del hombre. Al mismo tiempo, el poder temporal tiene derecho a aquello que le es debido: Jesús no considera injusto el tributo al César.
La Iglesia anuncia que Cristo, vencedor de la muerte, reina sobre el universo que Él mismo ha rescatado. Su Reino incluye también el tiempo presente y terminará solo cuando todo será consignado al Padre y la historia humana se concluirá con el juicio final (cf. 1 Co 15, 20-28). Cristo revela a la autoridad humana, siempre tentada por el dominio, que su significado auténtico y pleno es de servicio. Dios es Padre único, y Cristo único maestro para todos los hombres, que son hermanos. La soberanía pertenece a Dios.
El Señor, sin embargo, «no ha querido retener para Él solo el ejercicio de todos los poderes. Entrega a cada criatura las funciones que es capaz de ejercer, según las capacidades de su naturaleza. Este modo de gobierno debe ser imitado en la vida social. El comportamiento de Dios en el gobierno del mundo, que manifiesta tanto respeto a la libertad humana, debe inspirar la sabiduría de los que gobiernan las comunidades humanas. Estos deben comportarse como ministros de la providencia divina».
El mensaje bíblico inspira incesantemente el pensamiento cristiano sobre el poder político, recordando que este procede de Dios y es parte integrante del orden creado por Él. Este orden es percibido por las conciencias y se realiza, en la vida social, mediante la verdad, la justicia, la libertad y la solidaridad que procuran la paz.
(Pontificio Consejo Justicia y Paz: Compendio Doctrina Social de la Iglesia, n. 383)
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 234)