22/09/2024

Mc 6, 1-6

TRANSFORMADOS

EN CRISTO

Reflexión para sacerdotes

desde el Corazón de María

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

Hombre sentado en una silla Descripción generada automáticamente con confianza media

«Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa» (Mc 6, 1-6)

 

Hijos míos, sacerdotes: nadie es profeta en su propia tierra. 

Un sacerdote es tan sólo un hombre que Dios ha elegido para Él, como profeta, para anunciar en el mundo la buena nueva, viviendo la Palabra en carne propia.

Es llamado y elegido para servir, configurado con el mismo Cristo que, como ustedes, se ha hecho tan humano, para sufrir, padecer y morir, pagando con su sangre el rescate por sus hermanos y por toda la humanidad, dándoles la oportunidad de ser hijos de Dios, y llamarlos hermanos.

Pero ustedes, sus sacerdotes, no son cosa igual. Son llamados indignos siervos suyos, pero Él los llama amigos. Muchas veces rechazados, juzgados, burlados, perseguidos por su causa, precisamente por los de su casa, y deben luchar para perseguir sus sueños, y a Dios su vida entregar.

Qué incongruentes suenan estas palabras para los hombres de fe. Pero esa es la realidad. Y dejan padre, y dejan madre, y dejan tierras, esposa e hijos. Dejan todo para seguir a Cristo, y Él con creces los recompensará, uniendo sus sacrificios a su misma cruz, haciéndolos partícipes del mismo sacrificio, único y eterno, que redime al mundo.

Y qué felicidad hay en el corazón de un sacerdote al celebrar su primera misa. Cuánta gracia del cielo se derrama. Cuánto gozo su corazón derrama. Porque siente el poder de Dios que hace bajar el pan vivo del cielo, y se da cuenta que no es más tan sólo un hombre, sino Dios y hombre, perfectamente configurado con Cristo.

Y, al pasar los días y los años, tal vez puede olvidarlo, y comportarse tan sólo como un hombre. Pero jamás será tan sólo un hombre. Ha sido transformada su humanidad en sacerdote, y basta humillarse, dolerse por sus pecados, y pedir perdón, para que vuelva a ser como aquel día, uno solo con Cristo, en perfecta configuración, soportando todo por amor, sin pretender ser reconocido por los hombres, sino reconocer a Cristo ante los hombres, para ser reconocidos por Cristo ante su Padre Dios.

Un sacerdote debe ser consciente de su gran capacidad de amar y de alcanzar por ese amor la santidad, que es extraordinaria, pero que se alcanza en medio de la vida ordinaria, en una búsqueda incansable de la perfección, no por soberbia, sino por humildad, reconociendo la verdad.

Han sido creados para la santidad, y esa es la única manera de encontrar la verdadera felicidad. Por tanto, si los destierran, si los persiguen, si los calumnian, si los desconocen como parientes, alégrense y den gracias a Dios, porque entonces quiere decir que empiezan un poquito a parecerse a Cristo.

 

«Aquellos insensatos, cuando debieran admirarle y pasmarse de la virtud de sus palabras, hacen lo contrario, que es vilipendiarle por la humildad del que pasaba por padre suyo. Más bien, pues, debieran haber admirado al Señor de que, siendo de quienes se imaginaban, hablaba tan maravillosamente, pues era evidente que ello no podía ser obra de diligencia humana, sino de la gracia de Dios. Mas, por lo que debieran admirarle, ellos le desprecian.

Por otra parte, el Señor frecuenta su sinagoga, pues de haber vivido constantemente en el desierto, hubieran tenido pretexto para acusarle como a solitario y enemigo del trato humano» 

(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía 48)

¡Muéstrate Madre, María!

(Pastores, n. 10)

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

Arquidiócesis de Toluca

 www.lacompañiademaria.com

 lacompaniademaria01@gmail.com

 

page2image16995200page2image17003936