MAGNIFICAT
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador» (Lc 1, 46)
Hijo mío, sacerdote: el Magnificat es un cántico de alabanza que rezamos juntos cada día tú y yo.
Glorifica al Señor el alma mía, porque miró la humillación de su esclava. Y a ti, siervo suyo, también te miró.
¡Alégrate conmigo!
Somos elegidos del Señor para servirlo, para alabarlo, para adorarlo, para glorificarlo, para llevarlo al pueblo de Dios. Si yo soy tan dichosa por ser portadora de la Luz, ¡cuánto más serás dichoso tú, sacerdote, por haber sido configurado con la Luz!
Exulta de gozo, porque, entre tantos millones de hombres, has sido elegido tú, consagrado al Señor desde antes de nacer, para ser Cristo, por Él, con Él y en Él.
El Señor ha obrado maravillas en mí. Ha hecho grandes obras por mí. Y ¡cuánto más no obrará en ti y por ti, si tú actúas en su persona!
Tú, hijo mío, que me alabas, que me veneras, que me respetas, que me amas, que me reconoces digna de ser Madre del verdaderísimo Dios por quien se vive, reconócete a ti mismo. Tú eres uno con Cristo y, aunque seas indigno, Él no te llama siervo, sino amigo.
Yo siempre los llevo a Jesús. Comprende que yo tomo de mi mano a mis hijos y los llevo a ti, sacerdote de Cristo, porque es por ti que el pueblo de Dios se santifica.
Los sacerdotes no dejarán de existir. El mundo los necesita para llegar a Dios. Esa es la voluntad del Señor, y será cumplida.
De ti depende que el Señor obre grandes cosas por ti, porque en ti ha hecho maravillas. Pero no hará nada por ti sin ti.
¡Exulta mi alma de gozo, revelando en mi alegría el misterio de la encarnación del Hijo de Dios!
El Espíritu Santo me cubrió con su sombra, y las palabras del ángel se cumplieron en mí. Ha venido el Mesías, el Salvador, el Redentor, para liberar al mundo y abrirle las puertas del Paraíso.
El Espíritu Santo ha descendido sobre ti. Y tú, hijo mío, eres en quien el Padre pone sus complacencias.
¡Despierta! Date cuenta del misterio que hay en ti. Cristo al mundo se revela a través de ti.
Agradece a tu Señor cada día cuando reces conmigo el Magníficat. Haz tuyas esas palabras, tanto como yo las hago mías.
El Señor está contigo, lleno estás de su gracia. ¡Bendito seas, hijo mío!
Valora el don de tu sacerdocio. Es un tesoro sagrado de Dios.
Mírame, hijo mío, y reconoce en estos ojos la mirada de la Madre de Dios, que es verdadera Madre tuya, que te mira, y reconoce en ti no sólo a un hijo, sino al mismo Cristo.
Bendice a tu Madre, que se humilla ante ti.
«María dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador.
El Señor —dice— me ha engrandecido con un don tan inmenso y tan inaudito, que no hay posibilidad de explicarlo con palabras, ni apenas el afecto más profundo del corazón es capaz de comprenderlo; por ello ofrezco todas las fuerzas del alma en acción de gracias, y me dedico con todo mi ser, mis sentidos y mi inteligencia a contemplar con agradecimiento la grandeza de aquel que no tiene fin, ya que mi espíritu se complace en la eterna divinidad de Jesús, mi salvador, con cuya temporal concepción ha quedado fecundada mi carne».
(De la Exposición de san Beda el Venerable, presbítero, sobre el evangelio de san Lucas, Libro 1).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 101)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES