22/09/2024

Lc 2, 41-52

DEJARSE ENCONTRAR

Reflexión para sacerdotes 

desde el Corazón de María

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

«¿Por qué me andaban buscando? ¿No sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?» (Lc 2, 49)

 

Hijo mío, sacerdote:

A ti, a quien Jesús, el Hijo de Dios, buscó incansablemente hasta encontrarte; que te llamó, que te eligió para darte la maravillosa vocación sacerdotal.

A ti, que te preparó, que te formó, y te ordenó imponiéndote sus manos, para darte el poder de representarlo, de obrar y hablar en su persona.

A ti, que te ha hecho su siervo, pero que te ha llamado “amigo”, porque todo lo que su Padre le ha dicho te lo ha dado a conocer.

A ti, que te ha configurado con Él para ser uno.

A ti, que te gusta ser independiente y tomar tus propias decisiones.

A ti, que se te ha dado la autoridad para gobernar, para guiar, y santificar al pueblo de Dios.

A ti, a quien el pueblo considera como padre y pastor.

A ti, que no te gusta que te digan lo que debes hacer, y cómo o cuándo hacerlo, porque ya lo sabes.

A ti, que no te gusta perder el tiempo, porque tienes tanto quehacer.

A ti, que te gusta disfrutar tu soledad.

A ti, que tienes libertad para orar y para adorar,

A ti, hijo mío, es a quien yo busco, acompañada de José, para cuidar y proteger. 

Pero a veces buscamos angustiados, sin encontrarte. Ojalá que estés cumpliendo con tu deber, atendiendo las cosas de tu Padre, imitando a tu Señor, sirviendo a los demás, administrando los sacramentos, predicando el Evangelio, llevando almas al cielo, y no perdido en medio del mundo, buscando complacerte a ti mismo. 

Pero en ambos casos, yo me alegraré, y se alegrará José, porque habremos encontrado el tesoro más amado de Dios, que nos ha confiado: el sacerdocio de Cristo, y al mismo Cristo que vive en ti.

Hijo mío, déjate encontrar, déjate abrazar por mí.

Déjame acompañarte. No andes solo por ahí. Mira que hay tantos peligros, y el enemigo desea aprovecharse de ti, de tu humanidad, de tu debilidad, de la fragilidad de tu voluntad.

Déjame protegerte. Yo vengo en tu auxilio.

Déjame permanecer junto a ti. Recibe la gracia del Espíritu Santo, que yo tengo para ti, para que, sometido a la autoridad de la Santa Madre Iglesia, a través de la autoridad del Santo Padre y de tu obispo, crezcas en estatura, en sabiduría y en gracia, ante Dios y ante los hombres.

Acude al consejo y a la protección de san José. Reconócelo como tu padre y señor. Vuelve a ser un niño frente a él. Déjate guiar. Aprende de él. Practica las virtudes con la perfección de él.

Déjate acoger, como lo hizo Jesús, en el seno de la Sagrada Familia, en la que el centro de todo eres tú, configurado con el Cordero de Dios, que ha venido al mundo como víctima de expiación para perdonar los pecados del mundo, y así, en atención a las cosas de su Padre, conducir a todos los hombres a Dios por el camino de la verdad, para darles vida eterna en la gloria celestial. 

Hijo mío, si estás perdido y te avergüenzas de tu pecado, y no sabes cómo regresar al buen camino, acude con confianza a tu Madre y a tu padre, y déjate encontrar, porque nosotros no nos cansaremos de buscarte. Nos alegraremos al encontrarte, y te llevaremos a la presencia de Jesús, que te perdonará y te abrazará sin cuestionarte. Tan sólo porque sus padres se lo piden lo hará, y en el cielo habrá una gran alegría y una gran fiesta, porque el hijo perdido ha sido encontrado, estaba muerto y ha vuelto a la vida.

¡Vuelve, hijo mío, a vivir tu ministerio sacerdotal, para que lleves con Cristo, por Él, y en Él, al mundo, la alegría de pertenecer a la Sagrada Familia de Jesús, María y José!

 

«La angustia que sintieron en los tres días de la pérdida de Jesús también debe ser nuestra angustia cuando estamos lejos de Él, cuando estamos lejos de Jesús.

Debemos sentir angustia cuando nos olvidamos de Jesús durante más de tres días, sin rezar, sin leer el Evangelio, sin sentir la necesidad de su presencia y su amistad consoladora. 

Y muchas veces pasan los días sin que yo recuerde a Jesús. Pero esto es malo, esto es muy malo. Debemos sentir angustia cuando suceden estas cosas.

María y José lo buscaron y lo encontraron en el templo mientras enseñaba: nosotros también, es sobre todo en la casa de Dios donde podemos encontrarnos con el divino Maestro y acoger su mensaje de salvación.

En la celebración eucarística hacemos una experiencia viva de Cristo; Él nos habla, nos ofrece su Palabra, nos ilumina, ilumina nuestro viaje, nos da su Cuerpo en la Eucaristía, del cual obtenemos fuerzas para enfrentar las dificultades de cada día»

(Francisco, Alocución a la hora del Ángelus, 30.XII.18).

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

(Pastores, n. 104)

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

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