ENGENDRADOS EN EL
CORAZÓN DE LA MADRE
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Yo soy la esclava del Señor» (Lc 1, 38)
“Sí, hágase en mí, Señor, según tu palabra”.
Hijos míos: eso es lo que Dios espera que digan sus elegidos cuando los llama para que sean sacerdotes de Cristo.
Disposición, para que florezca en ellos la vocación al amor.
Aunque no entiendan cómo va a ser esto, deben dejarse llenar de la gracia del Espíritu Santo, entregándole a Dios su voluntad, para que los prepare, los forme, los modele en sus manos –como hace el alfarero con el barro–, y den el fruto que Él espera y para lo que han sido llamados, para que nazca Cristo cuando sean ordenados y con Él configurados.
Los Seminarios son como el vientre inmaculado de la Madre de Dios, en el que el Verbo es encarnado, y por un tiempo gestado, para darle al mundo, de parte del Espíritu Santo, un maravilloso regalo: un sacerdote nuevo, un instrumento de amor para llevar al mundo la misericordia de Dios.
Así como a Jesús lo cuidé, lo protegí, lo vi crecer en tamaño, en sabiduría y en gracia, ante Dios y ante los hombres, así los veo a ellos, así los cuido a ellos, así los protejo a ellos.
Son mis niños, mis consentidos, el futuro del mundo, mi esperanza, mi ilusión, mi orgullo, la dulzura de mi corazón, la llama del fuego vivo que nace del Espíritu Santo, para darle al mundo corazones semejantes al Corazón de Cristo.
Ellos se preguntan ¿por qué yo, Señor?, y tienen la tentación de sentirse indignos y volver atrás, cambiando su decisión, porque piensan que el ministerio es demasiado grande, y no quieren defraudar a Dios. Se sienten débiles, frágiles, atraídos por un mundo al que ya no pertenecen.
Y quiero decirles: pequeños míos, es verdad que ustedes solos no podrán, pero vean a su Madre. Dios ha hecho en mí maravillas. Yo, que soy tan solo la esclava del Señor. Yo, que era tan sólo una niña… Pero dije “sí”, porque entendí que no hay nada imposible para Dios. Y obedecí. Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros.
Hijos míos sacerdotes: ustedes han superado las tentaciones de renunciar al llamado de predilección que indignamente recibieron. Dijeron “sí”, y Cristo se encarnó en ustedes, para caminar en medio del mundo, haciendo las obras de Dios, conquistando corazones, reuniendo su rebaño, para volverlo al abrazo misericordioso de su Padre.
La mies es mucha y los obreros pocos. Recen, ofrezcan misas, y acompañen a los seminaristas, dándoles buen ejemplo de lo que ellos van a ser, animándolos, viviendo con alegría sus ministerios, que no podrían cumplir con sus propios medios, pero que lo hacen con la gracia de Dios, con la compañía y el auxilio de su Madre, que nunca los abandona, y con su sí de cada día, por el que llevan su cruz con alegría.
Y si caen, vuelven a levantarse, no con sus propias fuerzas, sino con la fuerza de Cristo.
Y, a pesar de las calamidades, de las persecuciones, de las infamias, de las dificultades, de las acusaciones, de los vientos fuertes y la tribulación, siguen adelante, llevando al mundo el evangelio, siguiendo el ejemplo del Divino Maestro, no porque ustedes puedan, sino porque no hay nada imposible para Dios.
Ustedes, hijos míos, han sido engendrados en mi corazón y en mi vientre.
Cristo son.
«Admira la humildad, admira la entrega. Se llama a sí misma la esclava del Señor, la que ha sido escogida para ser su Madre; no la ensoberbece esta promesa inesperada.
Más aún, al llamarse esclava, no reivindicó para sí algún privilegio de una gracia tan grande; realizaría lo que le fuese ordenado; pues antes de dar a luz al Dulce y al Humilde, convenía que ella diese prueba de humildad.
He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.
Observa su obediencia, observa su deseo; he aquí la esclava del Señor: es la disposición para servir; hágase en mí según tu palabra: es el deseo concebido»
(Obras de San Ambrosio, L.2, n. 16).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 18)