22/09/2024

Lc 6, 36-38

LOS DESEOS DE JESÚS

Reflexión para sacerdotes 

desde el Corazón de Jesús

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

«Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará» (Lc 6, 36-38).

 

Amigo mío: escucha bien lo que te digo: con la misma medida con que tú midas, serás medido.

Y es un regalo.

Yo dejo en tus manos el albedrío de tu propio destino. Te doy la libertad para decidir qué será de ti.

Mi deseo es que seas misericordioso, para que recibas mi misericordia.

Mi deseo es que no juzgues a los demás con dureza, para que no seas juzgado como mereces, sino abrazado por mi misericordia.

Que no condenes a tus hermanos, sino que los ayudes, que los aconsejes, que los dirijas, que los convenzas de corregirse, y de dolerse de sus pecados. Y los absuelvas.

Mi deseo es que perdones siempre, para ganarte el derecho de que yo te trate de igual manera.

Mi deseo es que des tu vida por la salvación de mi pueblo, como la di yo.

Mi deseo es que seas un hombre justo, como mi padre José. Aprende de él. Imítalo. Vive sus virtudes, y alcanzarás el cielo.

Mi deseo es que tengas caridad, que tengas compasión, y piedad, con aquellos que aún no han conocido la verdad.

Mi deseo es que seas mío para siempre. Que, configurado conmigo plenamente, goces de la misma gloria que yo, eternamente.

Pero tú tienes libertad para decidir cómo ser tratado.

Tú ya sabes qué hacer. Todo lo que mi Padre me ha dicho te lo he dado a conocer. Solo debes obedecer, anteponiendo a todo el amor a Dios y al prójimo.

Aun así, yo te digo que tanto te amo, amigo mío, que, aunque no cumplieras mis deseos, aunque desobedecieras, y me crucificaras de nuevo, si tú te arrepientes, vienes a mí, pides perdón y te conviertes, yo te trataré como trata un loco enamorado a su amado. Te llevaré al desierto y te hablaré de amor. Perdonaré todas tus iniquidades, y te haré mío, para que goces conmigo en mi Paraíso, para siempre.

 

«La fuerza de esta ley sobre el no juzgar la explicó el Señor mejor que nadie para quienes tienen inteligencia, cuando dijo: ¿Cómo ves la paja en el ojo de tu hermano y no caes en la cuenta de la viga que llevas en el tuyo? (Mt 7,3).

Mas, si todavía para muchos, más tardos de entendederas, les resulta oscuro lo que dice el Señor, trataré de explicarlo tomando el agua de más arriba. A mi parecer, no manda aquí el Señor de modo absoluto que no juzguemos pecado alguno, ni prohíbe tampoco de modo absoluto todo juicio; a quienes prohíbe juzgar es a quienes están ellos llenos de infinitos pecados, y reprenden luego a los demás por cualquier ligera falta.

Porque con el juicio —dice— con que juzguéis, seréis juzgados. Como si dijera: No tanto le condenas a él, cuanto a ti mismo. A ti mismo te preparas un tribunal terrible y unas cuentas rigurosas.

Como, en el caso del perdón de los pecados, el principio estaba en nuestra mano, así en este juicio, en nuestra mano nos pone el Señor la medida de la sentencia.

Porque no hay que injuriar ni insultar, sino amonestar; no acusar, sino aconsejar; no atacar con orgullo, sino corregir con amor.

Porque no a tu prójimo, sino a ti mismo, te condenas a último suplicio, si no le tratas con consideración, cuando tengas que dar sentencia sobre lo que él hubiere pecado»

(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía 23).

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

(Pastores, n. 136)

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

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