EL PRÓJIMO ERES TÚ
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Un samaritano que iba de viaje, al verlo, se compadeció de él, se le acercó, ungió sus heridas con aceite y vino y se las vendó; luego lo puso sobre su cabalgadura, lo llevó a un mesón y cuidó de él» (Lc 10, 33-34)
Hijo mío: ¿quién es el prójimo?
El prójimo eres tú, cuando tienes compasión del necesitado, y detienes tu camino para ayudarlo. No porque eres sacerdote, sino porque tienes la humildad del Buen Samaritano.
Para ayudar a los demás no hace falta portar el alzacuellos. Hace falta tener el corazón suave, del amor de Dios lleno, expuesto y abierto.
No hace falta tener poder y ser el mejor predicador. Hace falta tener valor para abrir los ojos y ver en el pobre, en el enfermo, en el preso, en el pecador, en el triste, en el que sufre, en el que clama auxilio, el rostro de Cristo.
El prójimo es el que se hace en todo a todos, sin importar su condición, sin esperar nada a cambio, dejando a un lado la eficacia, para obrar primero la caridad.
El prójimo eres tú cuando te despojas de ti mismo para tomar tu cruz y seguir a Jesús, para dejarte crucificar, y la salvación por Él, con Él y en Él al mundo llevar.
El prójimo eres tú cuando alimentas al pueblo de Dios con la Palabra y la Sagrada Eucaristía, cuando confiesas al pecador y absuelves al penitente, para que sane su alma y se vuelva a Dios.
El prójimo eres tú cuando defiendes la vida, cuando enseñas los mandamientos de la ley de Dios, cuando pones a Cristo al centro de tu vida.
El prójimo eres tú cuando das buen ejemplo, imitando a Cristo, para que otros vayan y hagan lo mismo.
El prójimo eres tú, médico de cuerpos y almas, cuando elevas tu dignidad sacerdotal, buscando a las ovejas perdidas, poniendo en riesgo tu propia vida, hasta encontrarlas.
El prójimo eres tú, cuando te pronuncias por tu Señor, adorándolo, reconociéndolo como tu único amo y salvador.
El prójimo eres tú, cuando llevas al mundo la misericordia derramada de la cruz.
El prójimo eres tú, cuando tienes la humildad de reconocerte necesitado, y dejarte ayudar.
Que no seas tú el sacerdote que puso Jesús como ejemplo en la parábola del evangelio. Deseo que seas como el Buen Samaritano, que da su vida para servir, haciéndose último, poniendo primero al más necesitado.
Que tengas los mismos sentimientos del Corazón Sagrado de tu Señor, para que ames al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas, y al prójimo como a ti mismo.
«¡Bienaventurados aquellos hombres a los que debe Dios! ¡Ojalá que nosotros pudiéramos ser deudores dignos para poder pagar todo lo que hemos recibido, sin que nos ensoberbezca el don del sacerdocio o del ministerio! (…)
Por tanto, puesto que nadie es tan verdaderamente nuestro prójimo como el que ha curado nuestras heridas, amémosle, viendo en él a nuestro Señor, y querámosle como a nuestro prójimo; pues nada hay tan próximo a los miembros como la cabeza.
Y amemos también al que es imitador de Cristo, y a todo aquel que se asocia al sufrimiento del necesitado por la unidad del cuerpo. No es, pues, la relación de parentesco la que hace a otro hombre nuestro prójimo, sino la misericordia, porque esta se hace una segunda naturaleza; ya que nada hay tan conforme con la naturaleza como ayudar al que tiene nuestra misma realidad natural»
(San Ambrosio, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I))
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 64)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES