PRIORIDAD DE
LA ORACIÓN
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará» (Lc 10, 41-42).
Hijo mío, sacerdote: tú aceptaste el llamado de predilección de tu Señor.
Tú tomaste la decisión de dejarlo todo, para seguir a Cristo.
Tú renunciaste al mundo, a tener esposa e hijos, a tener tierras y posesiones, a ejercer una profesión en medio del mundo, sabiendo que tenías talento para sobresalir en los negocios, en las empresas, en cualquier cosa que te propusieras.
El Señor te miró, tu corazón se ganó, y, sin pensarlo más, dijiste sí, y Él elevó tu dignidad para ser su siervo.
Te hizo sacerdote y te llamó amigo, y supiste que la decisión correcta tomaste, cuando tu corazón, encendido en el amor de Cristo vivo, te hizo comprender que tú elegiste la mejor parte.
No permitas, hijo mío, que te sea robada, que te sea quitada, sumergiéndote en el activismo, que no te deja tiempo para nada.
Mucho es tu trabajo, muchos son tus deberes.
Grande es tu responsabilidad, mucha gente te requiere.
No muchos te comprenden.
La gente es muy exigente, te abruma con sus problemas, descarga sus penas en ti.
Son pocos los que te ayudan y te atienden.
Es tanto lo que te exiges tú mismo, que a veces ni siquiera puedes dormir, porque deseas con todo cumplir, y te das cuenta de que tu trabajo no termina.
Pasa un día, una noche, otro día… y cada vez tu quehacer es más.
Te desesperas porque estás cansado, porque estás agobiado.
Te somete la ansiedad y pierdes la paz.
Recuerda lo que Jesús en el Evangelio te enseña, con las palabras que dirige a Marta y a María.
Dime, en este momento de tu vida, ¿con cuál de las dos te identificas?
Examina tu corazón, busca en tu conciencia la respuesta.
¿Acaso te exaspera que otros no te ayuden con tanto quehacer?
Si esa es tu respuesta, es porque has dejado la oración de lado, no le has dado prioridad, has debilitado las fuerzas que Dios te da cuando te dispones y te propones orar.
Escucha la Palabra, medítala, reflexiona en cómo en tu vida sacerdotal puedes aplicarla.
Qué te dice a ti el Evangelio, la vida misma de Cristo en medio del mundo, que tú deberías del mismo modo vivir.
Ten un rato de trato con tu Señor, cara a cara, en el Sagrario, de manera personal, solos tú y Él. Lo demás puede esperar.
Tu misión es servir a tu Señor, y ¿cómo vas a servirlo, si no lo escuchas? ¿Cómo vas a hacer lo que te dice, si no pones atención?
Tu trabajo sacerdotal, tu ministerio, glorifica a Dios. Pero antes que todo, debes orar, para que tu trabajo, tu ministerio, tus obras de caridad, la misericordia que has de administrar, esté lleno de gracia, como fruto de tu oración; lleno del amor de Dios, de su fuerza, de su bondad, de ánimo y de alegría, como los santos, que todo han conseguido a fuerza de orar.
No hay nada que puedas hacer por ti mismo, pero todo lo puedes en el Señor, que te da la gracia.
Alimenta tu espíritu con la oración, con la reflexión de la Palabra, con la Comunión y la frecuente Confesión, con la formación espiritual, meditando todas las cosas en tu corazón.
La fuerza de un sacerdote no proviene de sus músculos o de su inteligencia, sino de la pureza de su corazón.
Tú has sido transformado en un hombre sagrado, con el Hijo de Dios configurado. De entre muchos hombres del mundo a ti te tocó la mejor parte. Aprovéchala, hijo mío, corrige tu camino antes de que sea tarde.
De los frutos de tu oración, que es tu fe puesta en obras, el Señor te pedirá cuentas, y te dará con creces tu recompensa.
Recuerda que tu Señor se retiraba al monte a orar. Ve y haz tú lo mismo. Será grande el beneficio en tu vida espiritual.
Orar es indispensable para alcanzar la santidad. No te afanes en tantas cosas importantes, tú sabes que sólo una es necesaria.
«En la parábola del buen Samaritano se ha tratado de la misericordia, pero no hay una sola manera de ser virtuoso. A renglón seguido viene el ejemplo de Marta y de María; vemos a una entregándose a la acción, la otra, religiosamente atenta a la Palabra de Dios. Si esta atención va de acuerdo con la fe, es preferible incluso a las obras, según lo que está escrito: María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán. Esforcémonos también nosotros a poseer eso que nadie nos podrá quitar, pongamos nuestro oído atento, no distraído… Seamos como María a quien animaba el deseo de la sabiduría: esta es una obra mayor, más perfecta que las otras… Así pues, no critiques, no juzgues como perezosos a aquellos que tienen deseo de esta sabiduría…
Marta, sin embargo, no es criticada por sus buenas tareas, incluso si María ha escogido la mejor parte. En efecto, Jesús tiene múltiples riquezas y hace múltiples dones… Tampoco los apóstoles han juzgado que era mejor descuidar la Palabra de Dios para ocuparse de la administración (Hch 6, 2) sino que las dos cosas son obras de la sabiduría. Por su parte, Esteban, lleno de sabiduría, ha sido escogido como servidor. Así pues, que el que sirve obedezca al que enseña, y el que enseña anime al que sirve. El cuerpo de la Iglesia es uno, aunque los miembros sean diversos: el uno tiene necesidad del otro. El ojo no puede decir a la mano: No tengo necesidad de ti, ni la cabeza puede decirlo a los pies (1 Co 12,14s) La oreja no puede decir que no es parte del cuerpo. Hay unos órganos más importantes que otros; sin embargo, todos son necesarios».
(San Ambrosio, Tratado sobre el evangelio de san Lucas).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 181)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES