22/09/2024

Lc 9, 7-9

SANTA CURIOSIDAD

Reflexión para sacerdotes

desde el Corazón de Jesús

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

«Herodes decía: ‘‘A Juan yo lo mandé decapitar. ¿Quién será, pues, este del que oigo semejantes cosas?”. Y tenía curiosidad de ver a Jesús» (Lc 9, 9).

 

Amigo mío: mi Padre que está en el cielo me ha enviado al mundo para revelarles la verdad.

Tanto los ha amado, que su amor, a través de mí, a la humanidad ha manifestado, donando en sacrificio a su único Hijo, para salvarlos. 

Algo que la humanidad entera, ofreciéndole toda clase de sacrificios, no hubiera conseguido. Tan grande es la ofensa del pecado original, y de todos los pecados, que, por esa herida, han cometido los hombres contra Dios, de generación en generación.

Yo soy la verdad que Dios al mundo ha querido revelar.

Su voluntad es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad, que yo soy.

Yo he venido a salvarlos.

Yo soy el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.

Yo soy el Redentor, y tú deberías conocerme un poco más cada día, aunque sea por curiosidad, porque tú estás configurado conmigo.

Tú eres, en unidad conmigo, la verdad.

Eres instrumento divino de salvación.

Todo lo que yo he venido a hacer, todo lo que yo he confiado en tus manos, ya lo he ganado para mí, y dejo en ti la responsabilidad de llevarle a mi Padre el tesoro de mi victoria. Porque yo he querido darle el regalo más grande, que es que cada uno acepte, por su propia voluntad, la salvación y la vida eterna que yo les he venido a dar.

Tu misión es evangelizar al mundo, tocar los corazones de los hombres, convencerlos de seguirme, de aceptar la salvación de sus almas, para vivir eternamente dando gloria a Dios.

Y ¿cómo vas a enseñar algo que no sabes?

¿Cómo vas a decirles quién soy yo, si tú mismo no me conoces?

¿Cómo van a creer en mí si lo único que ven es la fe que te falta?

¿Cómo van a amarme si tú no transmites ese amor por tu Señor?

¿Cómo van a respetarme si tú mismo no te respetas; si no cuidas la dignidad sacerdotal que yo te di; si dices una cosa y haces otra; si tratas a la gente con rigor, y tú te complaces con los placeres del mundo?

¿Y cómo vas a conocerme si no dispones tu corazón para escuchar mi Palabra; si no tienes la disposición de cambiar de vida, de ponerla en práctica, para vivir como yo; si no aceptas la responsabilidad de ser un hombre elegido para ser santo; si no haces oración, para tener un encuentro conmigo todos los días, procurando la intimidad entre tú y yo?

¿Qué acaso no tienes curiosidad de saber qué se siente vivir en mi amistad; cómo es un corazón que tiene la capacidad de amar hasta el extremo; qué es tener mis mismos sentimientos; cómo es la vida de un hombre santo; cómo es ese hombre y Dios con quien estás configurado?

¿Acaso tienes miedo de descubrir quién eres tú; de conocerte a ti mismo, y darte cuenta de cuánto te amo; de lo que significas para mí; de cuánto te necesito, porque yo lo quiero así?

Yo quiero contar contigo para llevarle a mi Padre todo lo que yo he ganado derramando mi preciosa Sangre, el tesoro de mi victoria, en el que lo más valioso eres tú.

Yo te he elegido como mi siervo, para que seas como yo, para llamarte amigo, para tratarte como hermano, como hijo, con el amor de mi Padre.

Tanto te amo, que deseo hacerte partícipe de la gloria que tenía con mi Padre antes de que el mundo existiera.

¿Quieres conocerme? Estoy aquí, frente a ti. Puedes tocar mi Cuerpo. Y, si abres tu corazón, puedes escucharme. Inténtalo. Conóceme escuchando mi Palabra. Yo soy.

Imita mis obras, haz lo que yo te digo, para que, cuando yo te presente ante mi Padre, te tome de la mano y le diga: “yo soy”.

Conóceme, amigo mío, y conócete a ti mismo. Es como yo soy que tú estás destinado a ser.

Compórtate de tal manera que, cuando la gente te vea, te escuche, no seas tú, sino yo. Entonces me conocerán, me amarán, aceptarán mi salvación, y en ellos tú y yo a mi Padre glorificaremos.

Que el Espíritu Santo te ayude, y despierte en ti la santa curiosidad de conocer la verdad, y manifestarla al mundo A TRAVÉS DE TU ALMA SACERDOTAL.

 

 

«El hombre por sí mismo no puede ver a Dios; pero Dios, si quiere, puede manifestarse a los hombres: a quien quiera, cuando quiera y como quiera.

Dios, que todo lo puede, fue visto en otro tiempo por los profetas en el Espíritu, ahora es visto en el Hijo gracias a la adopción filial y será visto en el reino de los cielos como Padre.

En efecto, el Espíritu prepara al hombre para recibir al Hijo de Dios, el Hijo lo conduce al Padre, y el Padre en la vida eterna le da la inmortalidad, que es la consecuencia de ver a Dios.

Pues del mismo modo que quienes ven la luz están en la luz y perciben su esplendor, así también los que ven a Dios están en Dios y perciben su esplendor.

Ahora bien, la claridad divina es vivificante. Por tanto, los que contemplan a Dios tienen parte en la vida divina»

 

(San Ireneo de Lyon, Contra las Herejías, libro IV, 20, 4).

 

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

(Pastores, n. 188)

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

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