NECESIDAD DE CONVERTIRSE
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Si ustedes no se convierten, perecerán de manera semejante» (Lc 13, 5)
Amigo mío: he venido a traer un bautismo de conversión. Y a ustedes, mis sacerdotes, los he enviado para que vayan y bauticen a todos los hombres, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Y para que prediquen el Evangelio a todos los pueblos.
Pero ustedes, que han sido elegidos para ser mis siervos, y que yo he llamado amigos, no son diferentes a ellos.
Mis sacerdotes necesitan conversión. Si no se convierten, si no piden perdón, perecerán, aunque cause gran aflicción a mi corazón.
Aunque desgarre mi alma –porque conmigo están unidos en configuración–, los apartaré de mí, los arrojaré al lugar de castigo, serán juzgados con más rigor que mi pueblo, los llamaré malditos, porque no supieron aprovechar la oportunidad que Dios les dio.
Abran los ojos.
Despierten, aún es tiempo.
Arrepiéntanse.
Crean en el Evangelio, crean en mí.
Pidan perdón en el confesionario.
Tengan la humildad de suplicar misericordia.
Duélanse de sus ofensas a Dios.
Vuelvan a mí.
Tomen su cruz y síganme.
Dejen que el Espíritu Santo, a través del confesor, les remueva la tierra.
No endurezcan su corazón.
Entréguenme su vergüenza.
Reconózcanse pecadores, aunque les duela.
Aprovechen la oportunidad.
Miren que ya está lista la hoz. Tan sólo la orden de Dios los ángeles esperan.
Yo los elegí para servirme. Que no se diga que son unos inútiles, que no sirven para nada.
Yo voy a pedirles cuentas.
Me pasearé por mi jardín con hambre de frutos dulces.
Dime, amigo mío, ¿qué tienes tú para ofrecerme?
¿Acaso puedo cortar frutos buenos de ti?
Yo espero que tu respuesta sea “sí”.
¡Conviértete! ¡Sírveme!
Deseo gozar contigo de la vida eterna en mi Paraíso.
Si me amas, cumple mi deseo.
Dame lo que es mío.
Dame lo que es justo.
Ven tú y trae contigo a mi pueblo.
Dime que mi sacrificio por ti ha valido la pena.
«¡Ea, árbol estéril! No te rías porque se te perdone; se aplazó el empleo de la hoz, pero no te sientas seguro. Vendrá y te cortará. Cree que ha de llegar.
Todo esto que ves no existía extendido por todo el orbe terráqueo en otro tiempo. Se leía en la profecía, pero no se veía realizado en la tierra. Sin embargo, ahora se lee y se ve.
Así se convocó a la Iglesia. No se le dijo: «Ve, hija, y oye», sino oye y ve. Oye lo profetizado, ve lo cumplido.
Hermanos amadísimos: Cristo no había nacido aún de una virgen; se prometió y la promesa se cumplió.
Aún no había hecho milagros; se prometieron y los hizo.
Aún no había padecido; se prometió y se cumplió.
No había resucitado; se prometió y se cumplió.
No había ascendido al cielo; fue anunciado antes y se cumplió.
No se había extendido su nombre por toda la tierra; se profetizó y se cumplió.
No habían sido derribados y destruidos los ídolos, y se hizo realidad.
No habían aparecido los herejes impugnando a la Iglesia; se profetizó y se cumplió.
Pues de igual modo aún no ha llegado el día del juicio, pero puesto que está profetizado, se cumplirá.
Quien se mostró veraz en tantos acontecimientos predichos, ¿resultará mentiroso respecto al día del juicio?
Nos dejó un documento autógrafo de sus promesas. Dios se hizo deudor prometiendo, no recibiendo un préstamo.
¿Podemos decirle: «Dame lo que recibiste»?
¿Quién le dio primero a él, que se le devolverá?
No podemos, por tanto, decirle: «Devuelve lo que recibiste», pero sí, y con todo derecho, «Cumple lo que prometiste».
(San Agustín, Sermón 110).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 71)