RENUNCIAR A TODO
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo» (Lc 14, 26-27)
Amigo mío: yo te llamé y te elegí para que seas mi discípulo. Pero te puse una condición: dejarlo todo por mí, renunciar a todo y a todos, incluso a ti mismo, para tomar tu cruz y seguirme.
Te mostré el camino. Yo soy el camino. Y te prometí estar contigo todos los días de tu vida. Y de todo lo que dejaras, a lo que renunciaras, darte en esta vida el ciento por uno, y la vida eterna.
¡Qué gran negocio, amigo mío!
Pero también te dije que solo serás mi discípulo si haces lo que yo te digo: quiero la disposición total de tu tiempo y de tu voluntad, obediencia y fidelidad a mi amistad.
Yo soy el Maestro. Enseñarte a ser como yo y alcanzarlo, es lo que yo te ofrezco. Pero, para ser como el Maestro, debes renunciar a todo lo demás.
Contémplame en la cruz y dime: ¿ahí qué tengo?
Y, sin embargo, habiendo sido de todo despojado, habiendo a todo renunciado, alcancé para el mundo entero la salvación. Y vivo en la gloria de mi resurrección, coronado como Rey del universo.
Esta es tu recompensa, este es tu premio: toma mi corona de gloria, es para ti. Te aseguro que vale más que todo el oro del mundo, más que las mujeres más hermosas, más que los platillos más suculentos, más que la bebida y el juego, más que cualquier descanso, que cualquier posesión, más que tu madre, que tu padre, que una esposa, que hijos, que tierras…
Te doy mi Reino y la oportunidad de conducir a todo mi pueblo hasta mí, para glorificar a mi Padre haciendo su voluntad, y en el Paraíso eternamente disfrutar.
Merece la pena tus renuncias. Merece la pena no pecar, no ofender a Dios. No cambies, amigo mío, un momento de placer por toda la eternidad.
Yo te llamé para ser mi discípulo. Aprende de mí, que soy manso y humilde de corazón. Si quieres seguirme, debes querer, y luchar, para ser como yo. Vive el Evangelio. He ahí todas mis enseñanzas, para que el discípulo sea como el Maestro.
Pero, si no quieres renunciar al mundo y sus placeres desordenados, a tu vida de pecado, a tu soledad, viviendo en medio de un mundo al que no perteneces, a la tristeza que embarga tu alma cuando lejos de mí estás, a desear ser lo que no eres, y despreciar lo que eres por unción sacramental… Si no quieres renunciar a ser un hombre como los demás, yo te digo: estás renunciando a la gran oportunidad que Dios te da de ser el último, para ser el primero en el Reino de los cielos. De servir a tu Señor, de darle alegría al cielo.
¡Conviértete, pecador! ¡Renuncia a todo aquello que no he pensado para ti! Abre los ojos y date cuenta: tú estás pensado para ser para mí, para que, configurado conmigo, tengas éxito en todas mis empresas, para hacer mis obras, y aún mayores.
Para administrar mis bienes yo te he dado mi poder; para hablar, pensar, sentir, obrar en el nombre del Rey.
Pero si, cuando aceptaste mi llamamiento, no previste lo necesario para la construcción de mi Reino, y no perseveras en luchar y trabajar, para conseguir los bienes eternos, ¿qué será de ti?
Si no renuncias a todo aquello que no es para ti, no puedes ser mi discípulo, no podrás colaborar conmigo para terminar mi proyecto. Puedes despedirte aquí, dar la vuelta y marcharte. Yo respeto tu voluntad, y no lo voy a impedir. Pero yo no me iré, permaneceré aquí, esperando a que vuelvas, porque te darás cuenta de que no hay felicidad lejos de mí.
Yo te llamé para ser mi discípulo. Y, para serlo, debes tener los mismos sentimientos de tu Maestro. Entrégame tu corazón, y yo lo encenderé con el fuego de mi amor, y así renunciarás al mundo con alegría, para entregarte totalmente a mí.
Este consejo te doy: todo es más fácil si te acoges al auxilio de mi Madre. Todo es posible con la compañía de María y su omnipotencia suplicante. Todo el que va a ella es mi discípulo.
«Deje, pues, el que pueda, todas las cosas; y quien no puede las todas, mientras todavía está lejos el Rey, envíe embajada de lágrimas y de limosnas, ofrezca dones de sacrificios.
Quien sabe que, airado, no se le puede soportar, quiere ser aplacado con ruegos.
El detenerse todavía es porque espera la embajada de la paz. Ya habría venido, ya, si quisiera; y habría deshecho a todos sus enemigos.
Mas también cuán terrible vendrá lo da a conocer; y, no obstante, retrasa su venida, porque no quiere encontrar a quienes castigar, antes nos echa en cara la culpa de nuestro abandono, diciendo: Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo; y, con todo, nos ofrece el medio de esperar la salud, ya que quien no puede ser resistido cuando está airado, quiere ser aplacado con que se le pida la paz.
Así que, hermanos carísimos, lavad con lágrimas las manchas de vuestros pecados, cubridlos con limosnas, expiadlos con sacrificios.
No pongáis el corazón en las cosas que todavía no habéis dejado de usar; poned vuestra esperanza solamente en el Redentor y vivid con el pensamiento en la vida eterna.
Pues, si ya no tenéis puesto el amor en cosa alguna de este mundo, ya habéis dejado todas, aun poseyéndolas»
(San Gregorio Magno, Homilías sobre el Evangelio, Libro II, Homilía XVII).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 78)