COMPARTIR EL HONOR CON JESUS
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Cuando te inviten, ocupa el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: ‘Amigo, acércate a la cabecera’. Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido» (Lc 14, 11).
Amigo mío: yo no te llamé como mi invitado.
Yo te llamé como siervo.
Y tú aceptaste, acudiste a mi llamado, dijiste sí, dejaste todo, te levantaste y me seguiste.
Tú estás cual esposo configurado.
Tú eres, en las bodas del Cordero, el Cordero.
Yo soy el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Compartes conmigo ese honor.
Y yo no he venido al mundo a ser servido, sino a servir. Y tú compartes conmigo ese honor.
Te he dado el poder de perdonar los pecados de mi pueblo. Perdón que, en la cruz, para todos los hombres, yo gané. Los pecados que perdones quedarán perdonados. Pero los pecados que no perdones quedarán sin perdonar. Compartes conmigo ese honor.
Extiende tus brazos en la cruz conmigo, amando hasta el extremo a tus amigos, dando la vida por ellos. Comparte conmigo ese honor.
Déjate acompañar de mi Madre. Deja que Ella te sostenga. Ella se ha hecho última para servirme. Déjate ser servido por Ella, y por tantas personas buenas que desean compartir con Ella ese honor.
No dejes que la soberbia endurezca tu corazón. Reconócete necesitado, débil y frágil, porque llevas un tesoro en vasija de barro. El tesoro soy yo.
Sírveme. Mira que yo me he hecho último, y ¿qué eres tú, si yo te he elegido para servir al que es último?
Date cuenta, amigo mío, que te estoy dando el lugar de honor.
Ve y haz tú lo mismo. Enseña a tus fieles a ponerse a mi servicio. Pero recuerda que a ellos los llamé para ser mis invitados.
Por tanto, sírvelos, porque ¿quién es más, el siervo o el invitado?
Y te aseguro que, si tú te humillas y te haces último y servidor de todos, yo te haré primero en el Reino de los cielos.
¿Cómo puede ser coherente la actitud de un sacerdote mío que pretende que lo sirvan, que lo traten como rey, que maltrata a la gente, porque superior a ellos se siente, por haber sido elegido con predilección?
Ojalá recordara para qué fue elegido: para ser el primero. Pero, para eso, debe ser como yo: último, el servidor de todos, porque comparte conmigo ese honor.
Y el que así no lo hiciere ¡lo llamaré hipócrita! No tendrá parte conmigo, ni como siervo, ni como amigo, ni como invitado.
Mucho menos como Cordero…
¡¡Porque no es digno de ese honor!!
«Si supiéramos con claridad cuál es el lugar que Dios tiene para cada uno, deberíamos asentir a esa verdad, sin colocarnos nunca jamás ni por encima ni por debajo de este lugar.
Pero en el estado en que nos encontramos, los decretos de Dios se nos presentan envueltos en tinieblas, y su voluntad permanece oculta. Es pues, según el consejo del que es la misma Verdad, mucho más seguro escoger el último lugar de donde se nos sacará, acto seguido, honrándonos con otro mejor.
Si pretendes pasar por una puerta, cuyo dintel es excesivamente bajo, en nada te perjudicará por más que te inclines; te perjudicará, en cambio, si te yergues, aun cuando no sea más que un dedo sobre la altura de la puerta, de suerte que te arrearás un coscorrón y te romperás la cabeza.
Por ello, no hay que temer en absoluto una humillación por grande que sea, pero hemos de tener gran horror y temor al más mínimo movimiento de temeraria presunción.
No te atrevas a compararte con los que son superiores o inferiores a ti, no te compares con algunos ni siquiera con uno solo. Porque ¿qué sabes tú, oh hombre, si aquel uno, a quien consideras como el más vil y miserable de todos, qué sabes, insisto, si, merced a un cambio operado por la diestra del Altísimo, no llegará a ser mejor que tú y que otros en sí, o si lo es ya a la mirada de Dios?
Por eso el Señor quiso que eligiéramos no un puesto mediano, ni el penúltimo ni siquiera uno de los últimos, sino que dijo: «Vete a sentarte en el último puesto» de modo que sólo tú seas el último de los comensales, y no te prefieras, ni aun oses compararte, a ninguno»
(San Bernardo, monje cisterciense y doctor de la Iglesia, Sermón 37 sobre el Cantar de los Cantares).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 187)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES