DIGNOS DE CONFIANZA
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«El que es fiel en las cosas pequeñas, también es fiel en las grandes; y el que es infiel en las cosas pequeñas, también es infiel en las grandes. Si ustedes no son fieles administradores del dinero, tan lleno de injusticias, ¿quién les confiará los bienes verdaderos? Y si no han sido fieles en lo que no es de ustedes, ¿quién les confiará lo que sí es de ustedes?» (Lc 16, 10-12)
Amigo mío: tú eres un hombre rico y poderoso. Y yo te he enriquecido con mi pobreza, y te he dado mi poder.
Yo te vi debajo de la higuera. Vi en ti un hombre fiel en las cosas ordinarias, mundanas y pasajeras, que son las cosas pequeñas.
Vi que en ti no hay doblez. Te busqué y encontré un hombre según mi corazón.
Me alegré y te llamé, y tú dijiste: “aquí estoy”.
Y en ti confié las cosas más grandes. Y has sido fiel.
Es verdad que te has tropezado. Tentaciones y peligros no han faltado. Pero has tenido el valor de venir a mí y, con humildad, pedir perdón.
Y yo he convertido tu corazón. Lo he vuelto a mí.
Te he dado la gracia para renunciar a los apegos del mundo.
A veces la has aceptado. Otras veces la has rechazado o ignorado.
Pero mira, sigues aquí.
Mi amor por ti es más grande que tu pecado.
Basta que tú quieras seguir dispuesto.
Basta que vuelvas y digas sí.
Basta que te postres ante mí, reconociéndote mi siervo, que lucha por servir y quiere dar su vida por mí, para que mi Corazón generoso se vuelque lleno de amor, y te llene de mi misericordia.
Yo confío en ti. Siempre lo he hecho.
No solo he confiado en ti grandes bienes celestiales, sino también terrenales.
Te he puesto al frente de mi familia, para que los enseñes, para que los dirijas, para que los santifiques, para que los atraigas a mí.
Te he hecho administrador de mi misericordia, y también del dinero lleno de injusticias, para que lo uses como medio para lo que tus miserias necesiten, y PARA HACER LA CARIDAD con todos aquellos pobres y necesitados, por quienes organizas tantos apostolados. Almas buenas que presentas ante mí, y que en el día de tu juicio particular intercederán por ti. Eso es usar el dinero con inteligencia.
Hacer el bien siempre, con todo y en todo, y para todos.
Pero ten cuidado, porque vives en medio de un mundo de pecado.
No acumules bienes en la tierra. Aprovéchalos para servirme a mí, dando de comer al hambriento, dando de beber al sediento, vistiendo al desnudo, visitando al enfermo y al preso, evangelizando, manteniendo dignos los templos…
Tú eres mi siervo y yo vivo ahí.
¿Cada cuánto limpias mi sagrario?
¿Cada cuánto das mantenimiento a la casa de mi Padre, que es el templo de mi cuerpo?
¿Acaso crees que no vale la pena gastar el dinero en esas tareas?
El hombre justo no es tacaño ni despilfarrador.
Y no hablo del sagrario de metal, ni de la casa de mi Padre, el templo construido de piedra. Hablo del sagrario de tu corazón, y del templo de tu cuerpo.
¿Qué tanto los cuidas?
Administra bien los bienes que te doy.
No descuides tu cuerpo ni tu alma, porque son míos. Tú ya no te perteneces. Eres mío.
Yo te exijo que permanezcas en la fidelidad a mi amistad y a mi servicio.
Yo te tengo como cosa justa.
Te he dado la dignidad de Cristo. ¿Qué cuentas me vas a dar?
Te pediré cuentas de lo que has hecho contigo mismo. Porque eso es lo más grande que yo te he querido confiar.
No vas por tu cuenta. No estás solo.
No eres tú, yo soy quien vive en ti.
Respeta lo que es mío.
Acepta hoy mi misericordia y mi gracia para que seas un hombre justo, fiel y prudente, y me des buenas cuentas cuando te llame y ante mí te presentes.
EXIJO TU SANTIDAD.
Esa es la justicia que a ti he querido confiar.
Porque has sido fiel en lo pequeño, serás fiel en lo grande. Yo confío en ti.
«Yo os digo: Haceos amigos con el Dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas.
Así, enseñaba Jesucristo a los ricos que estimasen sobre todo la amistad de los pobres, y que atesorasen en el cielo.
Conocía también la pereza de la humanidad, que es causa de que los que ambicionan riquezas no hagan ninguna obra de caridad con los pobres.
Manifiesta, por tanto, con ejemplos claros, que éstos no obtendrán ningún fruto de los dones espirituales, añadiendo: El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho.
En seguida nos abre el Señor los ojos del corazón aclarando lo que había dicho antes, diciendo: Si, pues, no fuisteis fieles en el Dinero injusto, ¿quién os confiará lo verdadero?
Lo menor son, pues, las riquezas de iniquidad, esto es, las riquezas de la tierra, que nada son para los que se fijan en las del cielo.
Creo, por tanto, que es fiel alguno en lo poco cuando hace partícipes de su riqueza a los oprimidos por la miseria.
Además, si en lo pequeño no somos fieles, ¿por qué medio alcanzaremos lo verdadero, esto es, la abundancia de las mercedes divinas, que imprime en el alma humana una semejanza con la divinidad?
Que sea éste el sentido de las palabras del Señor se conoce claramente por lo que sigue: Y si no fuisteis fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro?».
Da fin a este discurso con lo que sigue: «No podéis servir a Dios y al Dinero» Renunciemos, pues, a las riquezas y consagrémonos a Dios con todo celo».
(San Cirilo, Catena Aurea)
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 252)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES