DAR LA VIDA
POR EL REY
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«El Reino de Dios ya está entre ustedes» (Lc 17, 21)
Hijo mío: Cristo es Rey, pero su Reino no es de este mundo.
Tú reinas con Él. ¡Alégrate, porque estás configurado con el Rey!
El Reino de Dios ya está aquí. No tienen que buscarlo, sólo aceptarlo. Y tú has sido enviado a establecer el Reino de Dios en los corazones de los hombres.
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva cada sacerdote que reina en unidad con Él!
El Reino de Dios se ha quedado entre los hombres porque el Rey, el Hijo de Dios, que fue crucificado por los hombres y murió para perdonar todos los pecados de los hombres, ha resucitado, está vivo, y en medio de los hombres se ha quedado, para reinar en sus corazones.
El Señor, tu Dios, tu Amo, tu Rey, ha triunfado en la batalla, ha ganado con su sangre la vida de la humanidad entera. Y tú, siervo del Rey, debes con Él recoger, para darle al Padre lo que le pertenece, lo que la sangre derramada de su Hijo ha ganado para Él.
Establecer el Reino de Dios en los corazones de los hombres, esa es tu gran misión, sacerdote. Pero tú debes ser muy fiel, decidirte a dar tu vida por tu Rey. Como buen soldado del ejército, has sido enviado no a luchar en el campo de batalla una lucha que Él ya ha ganado, sino a recoger el botín, llevando el estandarte de la cruz por delante, la bandera de la victoria, tomando posesión de lo que su triunfo le mereció.
El enemigo no sabe de honor, no acepta su derrota, no anuncia retirada. La maldad sigue en el mundo aferrada, no da tregua ni descanso. Es un mal perdedor. Con engaños y mentiras, con traiciones, persecuciones, calumnias, difamaciones y toda clase de obras malas intentará persuadir a los hombres, presentándoles toda clase de tentaciones, para que elijan permanecer al mundo encadenados, con eslabones de pecados, y rechacen los beneficios eternos que el Señor, Rey de los ejércitos, ha ganado para ellos.
Ten cuidado, hijo mío. Mira por dónde caminas. Permanece atento. Sé prudente y astuto. No te dejes engañar. Uno solo es el camino a la verdadera felicidad. Llevas en tu corazón tatuado el signo de la cruz. Ese es el único camino. Se llama Jesús.
Entrégale tu corazón al Rey de reyes y Señor de señores, para que Él reine en ti. Conquista los corazones de los hombres. Conviértelos en fieles del santo pueblo de Dios. Levanta tu mirada al cielo, y grita con potente voz:
¡Jesucristo es mi Rey, mi Único, mi Amo y Señor, Hijo de David, que ha tenido compasión de mí! ¡Alabado sea el Rey! ¡Alabado sea Jesucristo, por los siglos de los siglos, amén!
A su derecha está la Reina, que reina sobre ti también, para protegerte, para cuidarte, para interceder por ti ante el Rey.
«Venga tu reino. ¿A quién se lo decimos? ¿Acaso no ha de venir el Reino de Dios si no lo pedimos?
Se habla del Reino que llegará al fin del mundo. Dios, en efecto, siempre tiene Reino, y nunca está sin Reino aquel a quien sirve toda criatura.
¿Pero qué clase de reino deseas? Aquel del que está escrito en el Evangelio: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino que os ha sido preparado desde el principio del mundo.
Pensando en él decimos: Venga a nosotros tu reino. Deseamos que venga a nosotros; deseamos ser hallados en él.
Que vendrá, es un hecho; pero ¿de qué te aprovechará si te encuentra a su izquierda? Luego también aquí deseas un bien para ti y oras por ti mismo.
Esto deseas, esto anhelas al orar: vivir de tal manera que formes parte del Reino de Dios que se otorgará a los santos.
Por tanto, oras para vivir bien, oras en beneficio tuyo, cuando dices: Venga tu reino.
Formemos parte de tu Reino: llegue también para nosotros lo que ha de llegar para tus santos y justos»
(San Agustín, Sermones sobre los evangelios sinópticos, n. 56, 6).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 86)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES