22/09/2024

Lc 17, 26-37

MANTENERSE ALERTA

Reflexión para sacerdotes 

desde el Corazón de María

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

«Quien intente conservar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará» (Lc 17, 33)

 

Hijo mío, sacerdote: ¡cuánto mal hay en el mundo!

La humanidad está inclinada al pecado y, aun sabiendo que ha ofrecido el Señor, su Dios, como sacrificio, su propio cuerpo, derramando su sangre hasta la última gota, para perdonar sus pecados, los siguen cometiendo.

Dios no se equivoca, es perfecto. Su sabiduría es perfecta y divina. No se equivocó cuando creó al hombre imperfecto. Él lo pensó así, desde antes de todos los tiempos, para probarlo en el amor, y darle libertad de elegir perfeccionarse en Él y alcanzar la vida eterna, o permanecer miserable y morir.

Generación tras generación la humanidad ofende a Dios con los mismos pecados, no hay nada nuevo bajo el sol. Pero en Jesucristo todo ha sido renovado.

Él vino a revelarnos que todos podemos ser santos. Él mismo buscará a cada uno al atardecer.

Él, que vino al mundo para nacer entre los hombres, padecer y morir por cada uno en la cruz, y resucitar para darles vida, ha hecho la promesa de regresar. Con su palabra reveló su segunda venida, y será definitiva, porque vendrá con su gloria, con sus ángeles y sus santos, a recoger lo que es suyo, lo que, con su sangre, ganó y le pertenece. 

Tú has sido enviado como precursor de su advenimiento. A través de ti Él quiere asegurarse de que encontrará fe sobre la tierra. Te ha configurado con Él para perfeccionarte. Y eso es posible, si eres fiel y permaneces en su amor, haciendo lo que Él te dice, cumpliendo tu ministerio con amor, santificando a su pueblo a través de tu trabajo y tu oración.

¡Alégrate, sacerdote! Que cada día se ilusione tu corazón al amanecer, pensando: ¿Será este día cuando vea por fin cara a cara a mi Señor?

Reza tu breviario con todo el amor de tu corazón, dándole la bienvenida a tu Rey y Señor. Prepárate para ese encuentro cada día. Asegúrate de tener las disposiciones necesarias en tu interior, para poder verlo a los ojos y decirle: “Te he servido, Señor. Soy tan solo un siervo inútil, que ha hecho lo que tenía qué hacer, pero lo he hecho con todo mi amor”. Y habitualmente dile: “¡Ven, Señor, mi Dios!”

Y cree que un día te dirá: “Aquí estoy”. Pero nadie sabe ni el día ni la hora. Conviértete, prepárate, fórmate, predica y practica la Palabra. Haz siempre el bien, no sea que ese día, que debe ser de alegría, te tome desprevenido, y sea para ti de terror. 

No te molestes en preguntar dónde debes estar, en dónde todo esto ocurrirá, porque el Señor es muy claro cuando dice: “Donde haya un cadáver, ahí están los buitres”; que quiere decir: “No te preocupes, las señales serán claras. Lo verás”. 

Mantente alerta para que ese día te encuentre en paz, reconciliado con Él, preparando almas para entregarle y recoger con Él el fruto de su sacrificio y del tuyo, unido a la cruz salvadora, que es la señal prodigiosa del amor de Dios por la humanidad, y su predilección por ti, que te ha invitado a compartir.

Asegúrate de que el rebaño que te ha confiado esté listo para ser tomado y jamás abandonado. Es así como el Señor glorificará al Padre en ti.

Acude a mi auxilio, porque, te aseguro, que todo aquel que se mantenga junto a mí, será protegido bajo mi manto maternal, para ser tomado cuando llegue la hora, y jamás abandonado. 

Ven, toma mi mano. Yo te acompaño.

 

«Anunciamos la venida de Cristo: pero no tan sólo su primera venida, sino mucho más una segunda venida todavía más esplendorosa. En efecto, la primera estuvo marcada con el signo de la paciencia, mientras que la segunda llevará la diadema de la realeza divina. En su primera venida estuvo envuelto en pañales y acostado en un pesebre; en la segunda «la luz le envuelve como un manto» (Sal 103,2). En la primera ha soportado la cruz y despreciado la vergüenza; en la segunda se acercará en gloria escoltado por un ejército de ángeles.

No basta con que ahora nos apoyemos en la primera venida; estamos aun esperando la segunda. Y después de haber dicho en la primera: «Bendito el que viene en nombre del Señor» (Mt 21,9), lo volveremos a decir en el momento de la segunda cuando iremos con los ángeles al encuentro del Señor para adorarle. El Señor vendrá, no para ser juzgado de nuevo, sino para juzgar a los que deben ser juzgados. Vino entonces para llevar a cabo la salvación y enseñar a los hombres por la persuasión; pero aquel día todo será sometido a su realeza».

(San Cirilo de Jerusalén, Catequesis bautismal 15).

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

 

(Pastores, n. 88)

 

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

 

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