ENVIADOS
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Ellos se pusieron en camino y fueron de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio y curando en todas partes» (Lc 9, 6)
Sacerdote mío: yo te he llamado, y entre muchos te he elegido, porque yo he querido, para que participes conmigo de la misión a la que mi Padre me ha enviado.
Muchos son los llamados, y pocos los elegidos. Tú has sido bendecido con el favor de Dios.
Has sido configurado conmigo, para obrar en mi nombre, y atraer a los hombres a mí, para llevarlos a Dios.
El Señor te ha ungido para que lo sirvas y le des un pueblo santo.
Por tanto, yo te envío, amigo mío. Ve y haz lo que yo te digo. Llevas como estandarte mi cruz. Como armadura te cubre el manto de mi Madre.
Tienes mi poder, y mi gracia te basta. Nada más necesitas para el camino. Llevas un tesoro celestial contigo, para compartir.
No te envío a mendigar el pan de cada día, sino a alimentar a los hambrientos con mi pan. Yo soy el pan de la vida.
No te preocupes por qué has de comer. No vas solo, yo voy contigo. Yo soy tu alimento.
Y, si tienes sed, aquí estoy, yo soy bebida de salvación.
Y, si tienes frío, aquí estoy para cobijarte, darte calor con el fuego del amor de mi corazón.
Y, si estás cansado, aquí estoy, para llevarte en mis brazos.
Nada más necesitas. Confía en la Divina Providencia de aquel que te envía a administrar la misericordia divina, a predicar la Palabra de Dios, a sembrar mi semilla.
No tengas miedo, yo estoy contigo, como lo prometí, y estaré contigo todos los días de tu vida.
Ven conmigo, atiende mi llamado, sígueme, porque allá a donde yo te envío yo ya he caminado, no hay nada nuevo para mí. El mundo ya lo recorrí por ti.
El mundo me hizo la guerra, ¡y yo vencí! Tú eres un vencedor conmigo. Eres un guerrero valiente, que no lleva la guerra, sino la paz.
Ve a donde yo te envío, y quédate ahí. Y, si en un lugar no te reciben, vete, y lleva mi paz contigo. Sacude el polvo de tus pies, como señal de desaprobación, para que los corrijas, porque quien no te recibe a ti, no me recibe a mí, ni a aquel que me ha enviado.
Pero no detengas tu camino, expulsa a los demonios de mi pueblo, cura a los enfermos. Tienes el poder, porque yo te lo di.
Deja que vean tus obras, para que glorifiques a mi Padre que está en el cielo, dando buen ejemplo a mi pueblo, a los que te reciben y a los que te rechazan. A todos bendícelos, haz el bien, sin esperar recompensa.
Yo soy tu Señor. Yo soy quien te gratifica. Cree que lo haré.
Solo te pido un favor. Si vas a abandonarme, hazlo de una vez. Si lo hicieras, hazlo en silencio, no des mal ejemplo.
Y aunque tú te fueras, ten por bien sabido que yo nunca te dejaré, te esperaré con paciencia. Y cuando decidas volver, si estás arrepentido, te perdonaré, te llevaré al desierto y te hablaré de amor.
Yo te juré amor eterno desde el día de tu Ordenación. Jamás te fallaré.
Yo soy quien te llamó.
Yo soy quien te eligió.
Yo soy quien te envió.
Yo soy quien te ha preparado una morada en la patria eterna.
La misión que yo te propongo cumplir es la mía. Por tanto, la gratificación que yo te ofrezco es la misma gloria que yo recibí cuando al cielo –anunciando mi victoria, el triunfo de la vida sobre la muerte–, subí.
¡Yo te envío, amigo mío, a servir al Rey!
«Los preceptos del Evangelio indican qué debe hacer el que anuncia el Reino de Dios: sin báculo, sin alforja, sin calzado, sin pan, sin dinero. Es decir, no buscando la ayuda de los auxilios mundanos, abandonado a la fe, y pensando que, mientras menos anhele los bienes temporales, más podrá conseguirlos.
Si se quiere, puede entenderse todo esto en el sentido siguiente: este pasaje parece tener por fin formar un estado de alma enteramente espiritual, que parece se ha despojado del cuerpo como de un vestido, no solo renunciando al poder y despreciando las riquezas, sino también apartando aun los atractivos de la carne»
(San Ambrosio, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I))
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 62)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES