LEVADURA PARA
EL PUEBLO DE DIOS
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«El Reino de Dios se parece a la semilla de mostaza que un hombre sembró en su huerta; creció y se convirtió en un arbusto grande y los pájaros anidaron en sus ramas. Se compara también con la levadura que una mujer mezcla con tres medidas de harina y que hace fermentar toda la masa» (Lc 13, 18-21)
Hijo mío, sacerdote: no hay don más grande que el don del sacerdocio.
No hay hombre más grande que el Hijo de Dios hecho hombre.
No hay regalo más grande para un hombre, que recibir la gracia de la configuración con el Hijo de Dios, Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote.
Date cuenta del maravilloso don que Dios te dio, don inmerecido.
Tan solo porque Él ha querido te ha elegido. Agradécelo.
Atrévete a vivir una gran aventura con tu Señor, la aventura de ser levadura para el pueblo de Dios, levadura que hace fermentar la masa, para ser transformada en ofrenda, y esa ofrenda, con el poder de tus propias manos, sea transformada en el Cuerpo y la Sangre del Hijo de Dios, en presencia real y substancial en la Eucaristía, que les da la vida en su resurrección.
Pero si tú te dejas contaminar, no solo no servirás, sino que echarás a perder toda la masa, ¿y qué ofrenda al Señor le darás?
¿Cómo los atraerá a Él, y en Él los transformará, si tú, instrumento de vida, administrador de misericordia, no vas pregonando la Palabra viva, sino la muerte, con tu mal ejemplo?
Descubre, hijo mío, el Reino de los cielos, cuando consagras el pan y el vino; cuando ese pequeño trozo de Pan, que es el hombre más grande, la divinidad, se hace tan pequeño como una semilla de mostaza, para alimentar y hacer crecer en espíritu a las almas.
Extiende tus brazos como Jesús en la cruz, y permite que las aves acudan y aniden en ti; abrázalas bajo tu sombra, porque el Reino de los cielos está en ti.
Tú eres sacerdote de Cristo, sacerdote para siempre, sacerdote para la eternidad. Agradece el don. Atrévete a servir santificando al pueblo de Dios, como instrumento fidelísimo de la misericordia, que, a través del Hijo, y en unidad, han confiado en tus manos el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
«No solamente Cristo es semilla, sino también la más pequeña entre todas, porque no vino con poder temporal, ni entre riquezas, ni poseyendo la sabiduría de este mundo.
No obstante, pronto consiguió, como si se tratara de un árbol, la más elevada cima de poder, para que pudiéramos decir: A su sombra he anhelado sentarme (Cant 2,3).
Y son muchas veces, al parecer, las que Él aparece al mismo tiempo como grano y como árbol. El grano, cuando decían de Él: ¿Acaso no es éste el hijo de José, el carpintero? (Mt 13, 55; Lc 4, 22).
Pero pronto creció entre estas palabras, siendo testigos los mismos judíos, aunque no podían comprender las ramas de un árbol de tal altura, y por eso decían: ¿De dónde le viene esta sabiduría? (Mt 13, 54)»
(San Ambrosio, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 73)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES