CUMPLIR LAS PROMESAS
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, eligió a doce de entre ellos y les dio el nombre de apóstoles» (Lc 6, 13)
Amigo mío: yo te elegí de entre muchos, y yo no me equivoco.
Yo elegí a mis discípulos. Y, entre ellos, a mis apóstoles, y a los sucesores de mis apóstoles. Y a cada sacerdote.
Yo sé bien lo que hago, y sé por qué lo hago. No me cuestiones.
Yo te elegí para ser mi siervo, y tú dijiste “sí”.
Yo he cumplido lo que te prometí. Cúmpleme tú a mí.
Yo soy fiel. No te llamo siervo, te llamo amigo. Por tu voluntad, libremente, aceptaste ser mío.
Cumple tus promesas.
Yo te di mi don. Yo te di mi poder. Te di mi confianza y mi amor. Y tú, a cambio, adquiriste la gran responsabilidad de mi misión continuar.
Cumple tus promesas.
Yo te llamé por tu nombre. Te conozco desde siempre.
Yo estoy contigo todos los días de tu vida. Te acompaño siempre.
Cuando yo te miro no miro a nadie más. Tú eres importante para mí.
Tú sabes cuándo te miro.
Cuando estás despierto y cuando estás dormido.
Cuando mandas, con el poder que yo te di, bajar el Pan vivo del cielo, y me tienes entre tus manos. Y cuando te alimentas de mí, comiendo mi Carne y bebiendo mi Sangre.
Te miro cuando trabajas, cuando oras, cuando ríes, cuando lloras, cuando administras los sacramentos.
Te miro cuando tú me miras a mí.
Pero retiro mi mirada cuando pecas y me ofendes. No porque no pueda verte, sino porque se nubla con mis lágrimas.
Me duele cuando te alejas de mí, porque te amo. Por eso te elegí. Y, sin embargo, cada vez que me traicionas, yo te busco para decirte “vuelve a mí, cumple tus promesas”.
Y no solo te espero a ti, hasta que vuelvas, sino a todos aquellos que vendrán detrás de ti. Porque, cuando tú te vas, los lobos dispersan a tus ovejas.
Asume tu responsabilidad, el compromiso adquirido conmigo, tu Señor y tu Dios.
Cumple tus promesas y tráeme a tus ovejas. A cada una de ellas yo también la elegí. Son mías, no las apartes de mí.
Y, si un día quieres irte para siempre, no voy a detenerte. Libertad yo te prometí. Y yo sé cumplir mis promesas. Solo te pido: dame lo que es mío, dame tu corazón. Yo lo convertiré, lo transformaré, lo sanaré con la fuerza que sale de mí, y luego te lo daré encendido de fuego ardiente de mi amor, para que sufras tanto como yo nuestra separación.
Mis brazos permanecerán abiertos, esperando que tú te decidas y acudas a la oración, y encuentres mis brazos –te consolarán–, y la fuerza para pedir perdón.
Tú eres, apóstol mío, el amor de mi corazón.
Cumple tus promesas, cumple tu misión.
Colabora conmigo y con mi Padre Dios en su plan de salvación, ayudado por la gracia del Espíritu Santo. Y tendrás cumplida en plenitud mi promesa, cuando seas coronado con mi gloria en la vida eterna.
Yo, tu Señor, tu amo, tu amigo, tu hermano, te bendigo.
«Nuestro Señor Jesucristo instituyó a aquellos que habían de ser guías y maestros de todo el mundo y “administradores de sus divinos misterios” (1 Co 4,1), y les mandó que fueran como astros que iluminaran con su luz no sólo el país de los judíos, sino también a todos los países que hay bajo el sol, a todos los hombres que habitan la tierra entera. Es verdad lo que afirma la Escritura: “Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama” (Hch 5,4).
Si el Señor tenía la convicción de que había de enviar a sus discípulos como el Padre lo había enviado a él (Jn 20,21), era necesario que ellos, que habían de ser imitadores de uno y otro, supieran con qué finalidad el Padre había enviado al Hijo. Por esto, Cristo, exponiendo en diversas ocasiones las características de su propia misión, decía: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, a que se conviertan” (Lc 5,32).
De este modo, resume en pocas palabras la regla de conducta de los apóstoles, ya que, al afirmar que los envía como el Padre lo ha enviado a él, les da a entender que su misión consiste en invitar a los pecadores a que se arrepientan y curar a los enfermos de cuerpo y de alma, y que en el ejercicio de su ministerio no han de buscar su voluntad, sino la de aquel que los ha enviado, y que han de salvar al mundo con la doctrina que de él han recibido»
(San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de San Juan, 3, 130).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 75)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES