22/09/2024

Lc 19, 11-28

TRABAJAR PARA EL REY

Reflexión para sacerdotes 

desde el Corazón de María

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

«¿Por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco para que yo, al volver, lo hubiera recobrado con intereses?» (Lc 19, 23)

 

Hijo mío, sacerdote: Jesucristo es tu Maestro. Él es la verdad absoluta. Jamás por Él engañado serás. No puede contradecirse a sí mismo. 

Si tú permaneces fiel y no buscas otra doctrina más que la de Él, no te equivocarás, no te confundirás, el camino no errarás. 

Él tiene palabras de vida. Todo lo dice con claridad. Te da el don para que comprendas y tú también puedas enseñar. 

El Señor es claro cuando dice que es Rey. Pero su Reino no es de este mundo. Él no da falsas esperanzas, dice lo que es y lo que no es. 

Su Reino se manifiesta tal y como es: un Reino divino que se establece a través de la cruz.

Un Reino que tiene como Rey al Hijo de Dios Todopoderoso, crucificado. En Él todo ha sido consumado, y manifiesta su esplendor en Cristo resucitado. 

Un Rey que tiene por trono una cruz de madera.

Que está coronado de burla, con una corona de espinas clavada en su cabeza.

Que tiene por cetro a su Madre al pie de la cruz, a quien le ha dado el poder de la omnipotencia suplicante.

Que tiene por manto la gracia del Espíritu Santo, que multiplica los frutos de su virtud, por lo que merece el perdón de todos los pecados del mundo. 

Que tiene por tesoro su bendita sangre, derramada hasta la última gota, para enriquecer a su pueblo, purificándolo y dándole los medios para entrar a participar de su Reino en el Paraíso.

Que tiene por súbditos a sus discípulos, a quienes les ha dado su poder para ser guerreros del ejército del Rey, y con Él vencer todas las batallas.

Que los ha enviado a conquistar el mundo, que con su muerte ha ganado para Él, y anunciar a todo ser viviente su victoria sobre la muerte.

¿Acaso hay un Reino más grande y poderoso que este?

Cristo es Rey del Universo. A Él todo le pertenece, y hace suyo a todo aquel que le obedece y pone su fe por obra, para dar fruto en abundancia para Él, que todo merece.

Pero quien no aprovecha lo que Él le da, quien no pone sus dones y talentos a trabajar, quien no le devuelve lo que es suyo con creces, no lo merece, no es digno de Él, y no participará de su Reino. 

Pero tú, hijo mío, que te esfuerzas por multiplicar lo que Dios te da; que has sido fiel en lo pequeño, y que lo amas tanto; que le has entregado tu vida, has renunciado a todo, y has tomado tu cruz para seguirlo; que lo sirves y glorificas a Dios con tu vida, esforzándote por cumplir lo mejor que puedes con tu ministerio, enseñando, rigiendo y santificando a su pueblo; extiende tus manos para recibir lo que el Señor en su bondad te dará, porque Él ha dicho que al que tiene le dará más.

No te quejes ni lamentes, porque más trabajo y responsabilidad es lo que recibirás, todo aquello que otros no han sabido valorar. Con dolor te digo que algunos de tus hermanos que no han dado fruto, y el tiempo y sus talentos han desperdiciado, lo poco que tienen se les quitará. Y a ti, en quien Él confía, te lo dará. 

Agradece, porque también te dará los medios. Permanece con el corazón dispuesto, diciendo: “Aquí estoy, Señor. He venido para hacer tu voluntad”. 

Extiende su Reino, Él te lo compensará. Y mi Corazón Inmaculado, con tu participación, triunfará. 

 

«El que ha recibido gracia de palabra y de doctrina y no hace uso de ella, perderá esa gracia; más el que la emplea fervorosamente, se ganará mayor dádiva, como el otro pierde lo que recibiera.

Más no es ese el único daño del mal trabajador. Luego viene el castigo insoportable y, con el castigo, la sentencia, llena de mucha acusación. Porque, al siervo inútil: Arrojadle –dice– a las tinieblas exteriores. Allí será el llanto y el crujir de dientes.

Ya veis cómo no sólo el que roba y defrauda, ni sólo el que obra mal, sino también el que no hace el bien, es castigado con el último suplicio.

Escuchemos, pues, esas palabras. Mientras es tiempo, trabajemos por nuestra salvación, tomemos aceite para nuestras lámparas, negociemos con nuestro talento. Porque si somos perezosos y nos pasamos la vida sin hacer nada, nadie nos tendrá allí ya compasión, por mucho que lloremos.

También el que entró en el banquete de bodas con ropa sucia se condenó a sí mismo; pero de nada le aprovechó.

El que recibió un solo talento, devolvió la cantidad que se le había entregado, y aun así fue condenado.

Suplicaron las vírgenes, se acercaron y llamaron a la puerta, pero fue todo en balde»

(San Juan Crisóstomo, Homilía 78).

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

 

(Pastores, n. 84)

 

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

 

 

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