EL TEMPLO
DEL CORAZÓN
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Mi casa es casa de oración; pero ustedes la han convertido en cueva de ladrones» (Lc 19, 46)
Hijo mío:
Así como cuidas los templos.
Así como procuras limpiar, restaurar, mantener digna tu parroquia.
Así como proteges el altar, las imágenes y todo lo que hay dentro del templo.
Así como cuidas y proteges con celo el Sagrario.
Así debes cuidar tu corazón, que es Templo del Espíritu Santo y Casa de Oración.
No descuides los tesoros que guardas dentro.
No dejes las puertas abiertas en medio de la noche, cuando pueda entrar un malhechor.
No profanes este templo con imágenes paganas, con doctrinas extrañas, con lecturas o cosas de tu imaginación inapropiadas, o con cualquier imagen que dañe tu pureza.
Cuida la castidad de tu corazón.
Mantén digno el templo en donde habita el Señor.
No te llenes de rencores ni deseos de venganza.
Limpia toda impureza, toda mancha.
Despójate de tus malas intenciones.
Llena tu templo de cantos de alabanza y adoración al Señor.
Pon cuidado en conservarlo, y en no convertirlo en cueva de ladrones, que tanto disgusta a tu Señor.
Piensa, medita, reflexiona en ese corazón que Jesús te ha dado, semejante al suyo, para amarlo y tener sus mismos sentimientos: está con su Corazón Sagrado configurado.
No desprecies tus dones y talentos.
Aprovecha la oportunidad que el Señor te ha dado para santificarte y santificar a su pueblo.
Arrodíllate frente a tu Señor, que está en la Sagrada Eucaristía presente, y entrégale tu corazón, para que Él lo transforme, lo renueve, y te conceda la gracia de glorificar a Dios, no sólo con tu trabajo, manteniendo digno el recinto santo para que los fieles acudan a adorar y a recibir a su Señor, sino buscando tratar de amistad al Señor en la oración, enseñando con tu ejemplo a tus fieles los beneficios de las gracias derramadas de esos encuentros personales con Cristo, tan íntimos, que suceden sólo en la oración.
Enséñalos a respetar los templos, a conservarlos, a mantenerlos dignos, a embellecerlos a imagen de sus propios templos, que son sus corazones llenos de gracia, entregados como ofrenda a Dios.
Cuida, hijo mío, el templo de tu cuerpo, que no es tuyo, es del Señor. No lo profanes ni permitas que otros lo hagan.
Cuenta con mi ayuda para defender con celo la casa de Dios, que es el templo de tu corazón.
«Alegrémonos, porque merecimos ser templos de Dios; pero temamos, no sea que profanemos el templo de Dios con malas obras. Temamos lo que dice el Apóstol: si alguien profanare el templo de Dios, Dios le perderá a él (1 Co 3, 17).
Pues Dios, que pudo crear sin ningún trabajo el cielo y la tierra con la palabra de su poder, se digna habitar en ti; y por ello debes obrar de tal manera que no puedas ofender a tal habitante.
Nada sucio encuentre Dios en ti –esto es, en su templo–, nada sombrío, nada soberbio: porque, si conociera allí alguna afrenta, al punto se alejaría; y si el Redentor se alejase, en ese mismo momento se acercaría el mentiroso. ¿Y qué le sucede a aquella alma infeliz que es abandonada por Dios y ocupada por el diablo?: se vacía de la luz y se llena de tinieblas; merma de dulzor y se embriaga de amargura; pierde la vida y encuentra la muerte; adquiere el suplicio y disipa el paraíso.
Por tanto, hermanos, si Dios quiso hacer de nosotros su templo y se dignó habitar sin interrupción, afanémonos con su ayuda cuanto podamos en arrojar lo superfluo y reunir lo útil; en repudiar la lujuria y conservar la castidad; en desdeñar la avaricia y buscar la misericordia; en despreciar el odio y amar la caridad.
Si con la ayuda de Dios hacemos esto, hermanos, atraemos inmediatamente a Dios al templo de nuestro corazón y de nuestro cuerpo. Por lo cual, queridísimos, si deseamos celebrar el nacimiento de este templo con alegría, no destruyamos en nosotros los templos vivos de Dios con nuestras malas obras»
(San Cesáreo de Arlés, Exposición del Apocalipsis, Sermón 229).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 85)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES