22/09/2024

Lc 21, 20-28

PORTADORES DE PAZ

Reflexión para sacerdotes 

desde el Corazón de María

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

«Verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad. Cuando estas cosas comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación» (Lc 21,27-28)

 

Hijo mío, sacerdote: Jesucristo, el Señor, es el más grande profeta de todos los tiempos. Él es el Mesías, el Hijo único de Dios. Él es la única verdad y la infinita sabiduría. Su palabra está viva, y es eficaz.

Crean lo que el Señor ha dicho, porque se cumplirá hasta la última letra. Pero tengan cuidado, porque no todos pueden comprenderla.

Ustedes, mis hijos sacerdotes, tienen el don para interpretarla. Por eso son ustedes los responsables de predicarla. El Señor ha profetizado grandes calamidades y castigos de Dios. Él advierte a aquellos que se portan mal y que a Dios constantemente ofenden. 

Muchas veces, cuando un hijo no quiere corregir su mal comportamiento, un castigo de los padres es preciso aplicar, para que sea consciente del mal que hizo, y pueda rectificar. 

Pero a aquellos que cumplen su voluntad, los que lo obedecen y lo aman, los invita a permanecer firmes en medio de la tribulación, a elevar la mirada a la espera de su llegada, que les anuncia que todas esas calamidades tan solo serán la manifestación del Rey que baja del cielo con todo su poder. Tanto, que se abrirá la tierra y se bambolearán las estrellas. 

Pero a ustedes, los fieles, a los que esperan con alegría su segunda venida, nada les pasará. Él los protegerá. 

La profecía para los que aman a Dios y creen en Él, es que se acerca el día de su liberación. Cuando lo que Él ha anunciado comience a suceder, no tengan miedo, hijos míos, tengan valor y reconozcan ante el mundo al Hijo de Dios. Entonces Él los liberará y los reconocerá delante de su Padre.

Ustedes son portadores de buenas noticias, y no de desastres. 

Ustedes son llamados padres, para dar seguridad a sus hijos, para mostrarles el camino, y las verdades eternas enseñarles.

Ustedes son quienes los rigen con cetro de hierro. 

Ustedes tienen la verdad revelada, para darla a conocer al pueblo de Dios a través de la palabra.

Ustedes son portadores de paz. Lleven la paz a todo lugar a donde van. 

No vayan sembrando miedo ni terror. No despierten angustia en aquellos que, por sí solos, no pueden comprender la palabra de Dios. 

Denle tranquilidad al pueblo. Promuevan la unidad de la santa Iglesia, para que perseveren unidos en la oración conmigo y bajo mi manto protegidos. Y, pase lo que pase a su alrededor, no tendrán miedo si están conmigo.

Ustedes deben vivir en perfecta configuración con Cristo y hablar como habla Él, diciéndoles: “En el mundo hay mucha tribulación, pero no tengan miedo, Cristo ha vencido al mundo”. 

Que tiemblen horrorizados los malos, y esperen los buenos en Dios confiados, fortalecidos en la fe, en la esperanza y en el amor, teniendo como refugio y fortaleza la promesa de la Palabra del Hijo de Dios. 

Quien cree verdaderamente en Cristo no tiene miedo, vive con alegría, porque sabe que, por él, el Señor ha dado su vida, y ha resucitado para llevar al cielo lo que con su sangre ha ganado: a todo aquel que crea en Él. 

Que no te asusten las profecías, hijo mío. Llénate de valor y sírvete de la Palabra del Señor para corregir a tus hijos, y conducirlos al Paraíso. 

Yo estoy aquí, soy tu Madre. Te amo y te acompaño. Estás bajo mi resguardo.

 

«A los que aman a Dios se les manda gozarse y alegrarse del fin del mundo, porque cierto es que en seguida hallarán al que aman, mientras que fenece el que no amaron.

Lejos, pues, del fiel que desea ver a Dios el contristarse por las sacudidas del mundo, puesto que sabe que con sus mismas percusiones perece; porque escrito está (Sant 4, 4): Quien quisiere ser amigo de este mundo, se constituye enemigo de Dios.

Por consiguiente, quien, al acercarse el fin del mundo, no se alegra, atestigua ser amigo de él y, por lo mismo, queda convicto de ser enemigo de Dios.

Pero no suceda esto a los corazones de los fieles; no ocurra esto a los que por la fe creen que hay otra vida y la procuran con sus obras; pues llorar por la destrucción del mundo es propio de los que han fijado las raíces de su corazón en el amor de él, de los que no buscan la vida venidera, de los que ni siquiera sospechan que la hay.

Pero nosotros, los que conocemos los gozos eternos de la patria celestial, debemos darnos prisa a poseerlos cuanto antes; debemos desear caminar más apresurados y llegar a ella por el camino más breve; porque ¿de qué males no se ve acosado el mundo?

¿Hay tristeza o adversidad alguna que no nos oprima?

¿Qué es la vida mortal sino un camino?

Pues considerad, hermanos míos, qué tal cosa sea sentirse desfallecer de la fatiga del camino y no querer que ese camino tenga fin»

(San Gregorio Magno, Homilía sobre los Evangelios, Libro I, Homilía I).

 

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

 

(Pastores, n. 89)

 

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

 

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