PERMANECER FIELES
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Si se mantienen firmes, conseguirán la vida» (Lc 21, 19).
Hijo mío, sacerdote: el Señor no solo te advierte que serás perseguido por su causa, sino que te lo asegura. Él te ha dicho que, por haberlo dejado todo para seguirlo, recibirás el ciento por uno, junto con persecuciones. Pero también te asegura que serás por el Espíritu Santo asistido y por Él mismo protegido. Por tanto, no tienes nada qué temer.
Además, te recompensa con la dicha de dar testimonio de Él. Tú eres portador de la verdad, y es por esta verdad que muchos te traicionarán, incluso algunos de tus familiares y amigos.
¡Alégrate!, porque, cuando eso suceda, habrás confirmado que vas por buen camino; que, por tu firmeza, por tu buen ejemplo, por tu predicación del Evangelio, hasta esos que te persiguen se convertirán.
Permanece fiel hasta el final, persevera en la oración. La gracia que necesitas recibirás, porque también otra cosa es segura, hijo mío: tú solo no podrás, pero todo lo puedes en aquel que te fortalece.
No desesperes cuando te injurien, cuando te ofendan, cuando te agredan. Poner la otra mejilla quiere decir soportar los errores de los demás con paciencia.
A veces tu ira puede sacarte de control, ante las blasfemias que hieren tanto tu corazón, por tu gran amor a Dios. Controla tus pasiones, perdona, corrige y sigue adelante, no permitas que el mal comportamiento de los incrédulos, de los pecadores que cometen graves ofensas a Dios, te hagan caer en tentación.
Ten cuidado, compórtate con dignidad, tú eres el portador de la verdad y de la paz. Invoca la presencia del Espíritu Santo, y su sabiduría, a través de ti, callará muchas bocas. No te preocupes en preparar tus discursos para defender tu fe, confía en el Espíritu Santo, Él lo hace muy bien.
Déjate ser instrumento, desaparece tú para que actúe Él. Y si un día se deprime tu corazón y sientes el alma triste, contempla la cruz vacía, en donde ya no está Jesús, porque el Señor ha resucitado, está vivo. Llénate de alegría, porque a ti te ha dado el poder de dar a los hombres vida.
Pero recuerda que el sacrificio de tu Señor es eterno. Todo lo que tú sufres Él lo está sufriendo. Cada vez que celebras la santa Misa renuevas su sacrificio incruento. No sufras solo, entrega en esa cruz todos tus sufrimientos, dáselos a tu Señor Jesús, recibe su consuelo. Cuando pienses que tú ya no puedes soportar más, dale tu carga. Él por ti la llevará.
No tengas miedo, porque, aunque tú alguna vez hayas traicionado a tu Señor, Él permanece fiel, y ni un cabello de tu cabeza perecerá.
Porque Él lo ha permitido, Él te protegerá. Eres su amigo, y Él es fiel a su amistad. Confía, sé valiente, sé fuerte, defiende con tu vida la verdad, porque perdiendo la vida es como la verdadera vida alcanzarás.
Hijo mío: cuenta con mi protección maternal, eres un hijo predilecto de mi corazón. Yo te acompaño, nunca solo estás.
Tú estás configurado con Cristo, y si a Él lo persiguieron, a ti también te perseguirán.
Pero a Él no lo vencieron, y a ti tampoco te vencerán.
Ten ánimo, ¡Cristo ha vencido al mundo!
«¿En qué son justos los juicios de Dios? En el sentido de que es por el esfuerzo y las pruebas como se alcanza la recompensa del cielo. De la misma manera que por el juicio de los hombres la corona de un precio se atribuye a los atletas que combaten, lo mismo la palma de la victoria es concedida por el juicio de Dios a los cristianos que luchan (cf 1Co 9,25). «Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono», dice el Señor (Ap 3,21).
Así como el metal es refinado por el fuego, nuestra vida es probada por el fuego, con el fin de que la fuerza de nuestra virtud se manifieste en los combates… En efecto, ¿qué hacemos de grande si mostramos satisfacción a Dios en el bienestar, cuando nada desagradable nos enturbia? Lo que es admirable, es mostrarse satisfecho ante la voluntad de Dios en medio de las dificultades y las vejaciones, si no te rebelas en la privación, si no te impide alabar su justicia. Cuanto más grandes son las pruebas, mayor será el consuelo que te está reservado. Sin embargo, para no caer, cuanto más te veas cercado por duras pruebas, más le debes rogar al Verbo de Dios que te dé coraje».
(San Ambrosio de Milán, Sermón 10 sobre el salmo 118).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 200)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES