22/09/2024

Lc 2, 22-40

CANDELEROS ENCENDIDOS

Reflexión para sacerdotes 

desde el Corazón de María

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

«Mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos; luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel» (Lc 2, 30-32)

 

Hijo mío, sacerdote: tu testimonio es veraz, porque tú has sido consagrado al Señor desde antes de nacer, y estás configurado con Él. Mis ojos, en ti, al Salvador pueden ver. ¡Alabado sea Dios!

La Palabra de Dios habla por sí misma cuando sale de tu boca. Juan el Bautista no era la luz, él era testigo de la luz, portador de la luz de la esperanza.

Los sacerdotes consagrados a Dios, configurados con Jesús, el Salvador, son la luz que ilumina a las naciones. No son sólo testigos de la luz, sino que tienen el poder de dominar al mundo con la luz de Cristo.

Él ha sido puesto como signo de contradicción, para poner al descubierto los pensamientos de todos los corazones. También de los corazones de los sacerdotes, para transmitir el fulgor de la luz que brilla en ustedes, con total transparencia.

Deben de tener el alma pura, recuperar la inocencia, vivir enamorados de la vida, luchar por la vida, que es Cristo, y dar testimonio de que lo han visto.

Algunos quisieran ver al Señor con los ojos del cuerpo, como si de algo ordinario se tratara, y por eso no pueden verlo. El Señor es la Palabra, la luz que brilla para iluminar a los hombres y darles vida.

El que quiera verlo, que adore y contemple la Eucaristía. Ustedes mismos dicen “este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”. Pues, para verlo, ¡deben creerlo! Entonces se les develará a los ojos del alma, y lo verán tal cual es, hombre y Dios, como en un espejo.

Amen al Señor, su Dios, con todo su corazón, con toda su alma, con toda su mente, con todas sus fuerzas, y amen al prójimo como a ustedes mismos. Entonces, en ellos y en ustedes podrán verlo.

Den testimonio como verdaderos cristianos, iluminando la vida de los hombres con su buen ejemplo. Entonces, ellos podrán verlo.

Déjense llenar por el amor del Espíritu Santo y guiar por su luz, guardando silencio, orando, elevando su mirada al cielo, pidiendo perdón por ofender en sus propios cuerpos y en sus propios pensamientos al Señor. Entonces brillará la luz en su interior, y disipará la oscuridad y las tinieblas que los atormentan.

Tengan el valor de ser como Cristo, signo de contradicción, para aquellos de corazón rebelde que no brillan, porque les falta fe, porque no tienen esperanza, porque no han conocido al verdadero amor, que es Cristo, y que está vivo en cada sacerdote. 

Lleven al mundo la luz a través de la Palabra de Dios, que es como espada de dos filos, que penetra en los corazones y los transforma en candeleros encendidos del amor de Dios, para iluminar al mundo con la luz del Salvador. 

Y si tienen un hermano sacerdote que viva perdido en la oscuridad, acérquense a él para que vea la luz de Cristo brillar, y vuelva a ser, por su misericordia, encendido en Él, para la gloria de Dios, transformándose en vida para el mundo.

 

«Ahora, dice, dejad partir a vuestro siervo.

Considera a este justo, encerrado, por así decirlo, en la prisión de este cuerpo pesado y que desea librarse de él para comenzar a estar con Cristo: pues es mucho mejor ser librado de él y estar con Cristo (Flp 1, 23).

Mas el que quiere ser librado ha de venir al templo, ha de venir a Jerusalén, esperar al Ungido del Señor, recibir en sus manos la Palabra de Dios y como estrecharla en los brazos de su fe. 

Entonces él será liberado y no verá la muerte, habiendo visto la vida.

Considera qué abundancia de gracias ha derramado sobre todos el nacimiento del Señor y cómo la profecía ha sido negada a los incrédulos (cf. 1 Cor 14,22), pero no a los justos.

He aquí que Simeón profetiza que nuestro Señor Jesucristo ha venido para la ruina y resurrección de muchos, para hacer entre los justos e injustos el discernimiento de los méritos y, según el valor de nuestros actos, como juez verdadero y justo decretar suplicios y premios»

(San Ambrosio, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), L.7).

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

(Pastores, n. 107)

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

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