AYUDARSE UNOS A OTROS
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían» (Lc 5, 7).
Hijo mío, sacerdote: el Señor te envía a echar las redes al mar. Lo que caiga en tus redes serán los frutos que le darás. Para eso te ha hecho pescador de hombres.
Por tu fe serás salvado, pero por tus frutos serás juzgado. Te ha dado tanto, que de ti espera las redes llenas, y por tus frutos te conocerán.
Mucho es el trabajo de un sacerdote y, por más que haga, nunca se acaba. Grande es su misión. Tan grande, que debe ser continuada cuando se acaben sus fuerzas, y otro más joven y fuerte venga a ocupar su lugar.
Un buen sacerdote debe dejar en su parroquia, o en cualquiera que sea su lugar de trabajo, olor de santidad. Un reto para que, aquel que continúe, lo recuerde, lo imite, aprenda, y continúe las obras que hizo él, porque, cuando un sacerdote de un lugar a otro se va, los frutos que dio no son suyos, son de Cristo, y el mismo Cristo, en la persona de otro sacerdote, debe continuar.
Si así pensaran todos ¡qué grandes obras en la Iglesia habría, dando continuidad a los esfuerzos de uno y otro! Más fruto daría después la fraternidad sacerdotal, de manera que los frutos del que llega, el Señor, entre los frutos del que se va, los pueda contar.
Ayudarse unos a otros en sus ministerios, eso es lo que los hace verdaderos pescadores de hombres, porque uno solo las redes no puede cargar cuando están llenas. Debe dejar que otros acudan a ayudar y, entre todos, cada uno en su tiempo y en su lugar, puedan buenas cuentas al Señor entregar.
Pero si hay envidias, si el que llega quiere todo cambiar para verse él, y del anterior pretender que los fieles no se acuerden, si quiere borrar todo el pasado de ese lugar para tan solo él brillar, sería un obstáculo para los frutos de otros multiplicar.
Que cada uno haga lo más que pueda, lo mejor que pueda, y prepare un buen lugar para el que va a llegar, cuando él a otro lugar sea enviado a continuar su ministerio sacerdotal. No encontraría problemas o una casa en ruinas, sino una parroquia o un lugar de trabajo lleno de obras buenas para darles continuidad, mejorar lo mejorable, y hacer, con lo que tiene, a Cristo brillar.
El mismo Cristo que llega es el mismo Cristo que se va. El sacerdote es uno, todos unidos en el mismo Cristo con quien configurados están.
Promueve, hijo mío, la fraternidad sacerdotal, no para que hagan fiestas desenfrenadas y locuras que ofenden a Dios; no para que hagan viajes, en los que ni se acuerdan de Dios; no para que hagan negocios, ni otras cosas que del ministerio sacerdotal no son propias; sino para que juntos trabajen para el mismo fin, construyendo el Reino de los cielos en la tierra, animándose unos a otros, ayudándose unos a otros, para que, a pesar del cansancio, de las circunstancias, de las dificultades, obedezcan y echen las redes al mar, perseverando en la fe, en la esperanza y en la caridad.
Que juntos puedan con el Señor brindar por la buena pesca que, al final de su vida, cada uno al Señor le va a entregar, pero que, entre todos, es una sola pesca la que Él recibirá.
«En virtud del sacramento del Orden «cada sacerdote está unido a los demás miembros del presbiterio por particulares vínculos de caridad apostólica, de ministerio y de fraternidad» (PDV 17; LG 28; PO 8; CIC c.275 &1). El presbítero está unido al Ordo Presbyterorum: así se constituye una unidad, que puede considerarse como verdadera familia, en la que los vínculos no proceden de la carne o de la sangre sino de la gracia del Orden (PDV 74).
La pertenencia a un concreto presbiterio (PO, 8; CIC cc 369, 498 y 499) se da siempre en el ámbito de una Iglesia Particular, de un Ordinariato o de una Prelatura personal, lo que no quita que el presbítero, en cuanto bautizado, pertenezca de manera inmediata a la Iglesia universal: en la Iglesia, nadie es extranjero; toda la Iglesia, y cada Diócesis, es familia, la familia de Dios (LG 6).
Fraternidad sacerdotal y la pertenencia al presbiterio son elementos característicos del sacerdote. Con respecto a esto, es particularmente significativo el rito que se realiza en la ordenación presbiteral de la imposición de las manos por parte del Obispo, en el cual toman parte todos los presbíteros presentes para indicar, por una parte, la participación en el mismo grado del ministerio, y por otra, que el sacerdote no puede actuar solo, sino siempre dentro del presbiterio, como hermano de todos aquellos que lo constituyen (PO, 8)»
(Congregación para el Clero, Directorio para el Ministerio y la Vida de los Presbíteros, n. 34).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 123)