22/09/2024

Lc 10, 1-12. 17-20

MISIONEROS

DE LA PALABRA

Reflexión para sacerdotes

desde el Corazón de María

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

«Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, y les dijo: “La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos. Pónganse en camino. Cuando entren en una casa digan: ‘Que la paz reine en esta casa’. Curen a los enfermos que haya y díganles: ‘Ya se acerca a ustedes el Reino de Dios’» (Lc 10, 1-2.5.9).

 

Hijo mío, sacerdote: el Señor te envió a continuar su misión. Por tanto, tú tienes una misión divina. 

Y te dio los medios, y te dio el poder y las condiciones para realizar sus obras, y aun mayores.

Tu misión es evangelizadora, predicar la Palabra a su pueblo. 

Tu misión es llevar alegría y paz a todo lugar a donde vas. Yo soy la Reina de la paz, y te acompaño. 

Tu misión es anunciar, edificar, y extender el Reino de Dios en la tierra.

El Señor te envía y te pide un total desprendimiento del mundo. Te manda que solo lleves lo necesario para el camino, que es su gracia, y eso te basta.

Tú eres misionero de la Palabra, misionero del Evangelio, misionero de misericordia y de esperanza. El Señor ha puesto en ti su confianza para que reúnas a su pueblo en un solo rebaño y con un solo pastor. 

Él sabe que la mies es mucha y los obreros pocos. Por eso te pide que hagas tu mejor esfuerzo, que te entregues completamente a su divina voluntad, y que ruegues por aquellos que tienen la vocación sacerdotal, para que lo sigan, ejerciendo sus ministerios en santidad.

Pero la evangelización no solo es llevar la Palabra predicando con fuerte voz. Es también dar buen ejemplo, es vivir el Evangelio, poner en obras lo que predicas, usar tu poder, para con Cristo al mundo vencer, reconocer que la misión del sacerdote es sagrada, es necesaria, y rogar al dueño de la mies que envíe más obreros a sus campos.

Pero a ellos también debes evangelizarlos, para que perseveren. El Señor te da su paz, pero antes de ir a donde Él te envía, reflexiona, mira dentro de tu corazón y date cuenta si la paz del Señor se ha quedado contigo, si has abierto tu corazón y la has recibido, o si con Él, por tus infidelidades y graves pecados, se ha ido.

Escucha la Palabra del Señor, que te dice: “¡Conviértete y cree en el Evangelio!”, porque si tú no crees y no lo vives, ¿cómo podrías cumplir con la misión a la que el Señor te envió?

Sé honesto contigo mismo y respóndete: 

¿Estás ejerciendo con amor y eficacia tu ministerio? 

¿Vives con la alegría y la paz de quien vive en estado de gracia?

¿Das un digno ejemplo de tu vocación sacerdotal?

Si tu respuesta es “sí”, ¡alégrate, hijo mío!, pero no te alegres por eso, sino porque tu nombre está escrito en el cielo. El Señor te lleva tatuado en la palma de su mano, y alcanzarás la santidad.

Si tu respuesta es “no”, esfuérzate, confiesa tus pecados con el corazón arrepentido, contrito y humillado. Renueva tu alma sacerdotal, y luego ve a cumplir con la misión a la que tu Señor te ha enviado, la misión divina, digna de tu vocación sacerdotal que te ha sido dada, no porque tú lo hayas querido, sino porque el Señor te ha consagrado para Él desde antes de nacer. 

Recibe la paz de mi corazón, porque el Señor me ha enviado a traerte su paz. Esa es mi misión. 

Tú, sacerdote de Cristo, ten la humildad de reconocer que tú también necesitas ser evangelizado para ser constantemente renovado por la gracia de la Palabra, que es como espada de dos filos que penetra tu corazón y llega hasta tus entrañas, para transformarte en portador de la gloria de Dios.

Ve, hijo mío, tu Señor te envía. Permíteme acompañarte, yo deseo ir contigo. A donde tú vayas yo iré.

 

«Los mandó así, porque dos son los preceptos de la caridad: el amor de Dios y el del prójimo; y entre menos de dos no puede haber caridad. Esto nos indica que, quien no tiene caridad con sus hermanos, no debe tomar el cargo de predicador.

Se añade muy oportunamente: «Delante de Él, a toda ciudad y lugar, a donde Él había de venir». El Señor sigue a sus predicadores. La predicación prepara y entonces el Señor viene a vivir en nuestra alma, cuando preceden las palabras de la exhortación y la verdad se recibe así en la mente. Por esto dice Isaías a los predicadores (Is 40,3): «Preparad los caminos del Señor, enderezad las sendas que a Él conducen».

Pero no sin tristeza podemos decir lo que sigue: «Los trabajadores son pocos». Porque, aun cuando hay muchos que oyen, hay muy pocos que predican. El mundo está lleno de sacerdotes, pero en la siega del Señor son pocos los que se ocupan, pues aceptamos el cargo sacerdotal pero no cumplimos los deberes de este cargo.

Por esto debe invitarse a los súbditos a que rueguen por sus pastores para que trabajen dignamente y su lengua no cese de exhortar. Muchas veces la lengua de los predicadores se restringe por su indignidad; pero otra gran culpa de los súbditos es que se retire la palabra de la predicación a quienes los gobiernan»

(San Gregorio Magno, Homiliae in evangelia, 17).

 

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

 

(Pastores, n. 177)

 

 

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

 

Forma Descripción generada automáticamente con confianza media