22/09/2024

Lc 13, 31-35

PROFETAS DE LA

BUENA NUEVA

Reflexión para sacerdotes

desde el Corazón de Jesús

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

 

«¡Jerusalén, Jerusalén, que matas y apedreas a los profetas que Dios te envía! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas, pero tú no has querido!» (Lc 13, 34).

 

Amigo mío:

Yo di mi vida por ti porque te amo.

Yo te elegí como mi profeta, como mi siervo. Pero te he llamado amigo, y te he tratado como un amigo.

Yo te envié a llevar mi mensaje al mundo, a través de la predicación de mi Palabra. A llevar mi misericordia y la gracia salvadora de mi cruz, para que a cada uno de los hombres se aplique la eficacia de mi sacrificio redentor en la cruz.

Yo te di mi poder, para expulsar demonios, para perdonar los pecados, para llevar al mundo la paz.

Caminamos un largo camino juntos. Te formé, te acompañé en los momentos más difíciles, y te prometí que jamás me iría de tu lado.

Y mírame, yo permanezco aquí.

Y tú ¿en dónde estás?

¿A dónde has ido?

¿Por qué te has alejado de mí?

Hoy quiero preguntarte: ¿aún darías tu vida por mí? ¿O tienes miedo?

¿Te falta valor? ¿Te falta amor? ¿Me amas?

Derramo lágrimas de sufrimiento por ti y por todos los que, como tú, se han olvidado de las promesas que me hicieron cuando fueron ordenados, y conmigo, para la eternidad, configurados.

Me han abandonado. Me han dejado solo.

Yo no me he ido. Estoy aquí. Cuántas veces he querido reunirlos como una gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas, ¡y no han querido!

¿¿En dónde están mis amigos?? Los que juraron reunir a mi pueblo en un solo rebaño y con un solo pastor.

¿Por qué es más atractivo ese mundo de pecado en el que pierden su vida, que el amor y el Paraíso que les ofrezco yo? No tiene comparación.

¿Qué acaso no ven?

¿Qué acaso no se dan cuenta?

¿Qué acaso han olvidado que son mis profetas?

Para anunciar al mundo la Buena Nueva y sacar a los hombres del lodo, del estiércol, de la corrupción, de la inmundicia… Esas ideologías y falsas doctrinas que los encadenan, que les mata el alma.

En cambio, ustedes se han dejado convencer, se han dejado engañar, se han perdido en el camino, cometiendo pecados aun más graves que aquellos que cometieron los hombres llenos de maldad, los que iban ustedes a rescatar.

Amigos míos: ¿¿en dónde están??

Se han alejado de su esposa, la han traicionado, la hacen sufrir con su infidelidad. Se alejan de ella cuando se alejan de mí, cuando no cumplen sus promesas, cuando olvidan que son mis profetas y se comportan como los seguidores del diablo.

Imaginen cómo se burla el diablo de ustedes y de mí, al verlos destruirse, en lugar de expulsarlo, de vencerlo con mi poder, el mismo poder con el que yo lo vencí.

¡Ustedes son hombres sagrados de Dios! ¡Vuelvan a mí!

No conviene que mis profetas mueran fuera de la Ciudad de Dios, que es la Iglesia.

Conviene que se humillen ante mí, que pidan perdón, y que tengan vida, la vida que les doy.

Amigo mío: aquí estoy. He venido a buscarte, he venido a llamarte. ¡No voy a abandonarte! Nada es imposible para Dios. Esto pasará, pero mi Palabra no pasará.

Muchas veces te he llamado, te he insistido que vuelvas a mí, y no has querido. Tu tiempo es limitado. El mío es infinito. 

¿Quién se cansará primero: tú, de esconderte de mí, o yo, de esperarte, para llevarte al abrazo misericordioso de mi Padre?

Tú me amas. Lo sé. Y me amas porque yo te amé primero. Te aseguro que yo no me cansaré. Pero tú estás perdiendo el tiempo. Y muchas almas, por falta de un profeta, de un pastor a quién seguir, se están perdiendo.

Yo las quiero a ellas, y a ti.

Ve y tráelas a mí.

 

 «Jerusalén, Jerusalén…!» La repetición de la palabra Jerusalén demuestra compasión o demasiado amor, porque le habla como a una amiga que desprecia a su amante y que por ello habrá de ser castigada.

Manifiesta cuánto se habían olvidado de las divinas bondades añadiendo: ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido! Los llevó como de la mano por el sapientísimo Moisés, los advirtió por medio de sus profetas, quiso tenerlos bajo sus alas (esto es, al amparo de su poder), pero ellos se privaron de beneficios tan grandes mostrándose desagradecidos».

(San Juan Crisóstomo, Catena Aurea)

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

(Pastores, n. 199)

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

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