VOLVER A LA VIDA
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’» (Lc 15, 21)
Hijo mío, sacerdote: Jesús es el Hijo primogénito de Dios. Vino al mundo no a buscar a los justos, sino a los pecadores. Convivía con ellos, comía con ellos, pero no se comportaba como ellos, sino que los corregía y les enseñaba el camino correcto con su ejemplo.
Ustedes, sacerdotes, están configurados con el Hijo primogénito de Dios. De ustedes espera que hagan lo mismo que hizo Él, que se comporten como Él y atraigan a los pecadores al abrazo misericordioso del Padre, para que reciban su ternura, su amor y su perdón a través del sacramento de la reconciliación.
Nadie va al Padre si no es por el Hijo, y nadie va al Hijo si el Padre no lo atrae hacia Él. Por tanto, rueguen al Padre para que les conceda atraer, a través de ustedes, a sus hijos pródigos hacia Él, para sumergirlos en el mar de su infinita misericordia.
Alégrense cuando vean volver a un hermano sacerdote que estaba perdido. Abran los brazos y recíbanlo, perdónenlo y celebren con él. Compartan su herencia con aquellos que han despilfarrado la suya, pero que se han arrepentido, que se han convertido, y que desean recibir la paz de Dios, abrazando la cruz de la fe.
Tengan caridad y ayúdenlo a renovar su alma sacerdotal, ayudándolo a confesar su pecado, animándolo a tener valor y superar el silencio de la vergüenza, para que vuelva a la vida su alma muerta.
Qué difícil es para un sacerdote reconocerse como el hijo pródigo, y volver con el corazón contrito y humillado, para pedir perdón, no solo frente al sagrario, sino ante ese mismo Cristo vivo en sus hermanos, y decir “he pecado contra el Padre y contra ti, no merezco llamarme sacerdote”. ¡Pero cuánta gracia se derrama en un momento así!
El Padre que está en el cielo se enternece profundamente, y a través del Hijo lo llena de besos con la gracia del Espíritu Santo. Siempre los está esperando, y siempre perdona.
Y si un día fueras tú el hijo pródigo, que se ha comportado de manera disoluta, ¡vuelve, sacerdote! ¡Vuelve al abrazo misericordioso del Padre, que te está esperando! No permitas que por una caída se aleje tu corazón de Dios. Arrepiéntete, pide perdón, y regresa a vivir tu fe con esperanza, con caridad, con propósito de enmienda y de no volver a pecar.
¡Conviértete! Renueva tu alma sacerdotal, y vive tu ministerio con alegría. Porque estabas muerto y has vuelto a la vida, estabas perdido y has sido encontrado.
Da gracias al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, sin importar la gravedad de tu pecado. Vuelve, no dejes a tu Señor Jesucristo esperándote, por ti crucificado. Regresa y muere con Él al mundo. Destruye en su cruz, con Él, tu pecado, y vuelve a vivir en tu Señor resucitado.
Y, una vez que la misericordia de Dios hayas experimentado, comparte la herencia que tu Señor te ha dado con los más necesitados, con aquellos que del corazón de Dios se han alejado, llevándoles el tesoro de la fe y el perdón de Cristo vivo, que por ti y por ellos murió y ha vuelto a la vida, para darles su heredad, la vida eterna en su Paraíso, no como siervos, sino como verdaderos hijos.
«Aconteció que el hambre empezó a hacerse sentir por aquella región: no un hambre de alimentos, sino la de las buenas obras y la de las virtudes.
¿Qué ayuno más miserable puede existir? Porque el que se aparta de la palabra de Dios siente una fuerte hambre, ya que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra de Dios (Lc 4, 4).
El que se aparta de la fuente, se muere de sed; el que abandona la virtud se destruye a sí mismo.
Con razón, pues, el que dejó los tesoros de la sabiduría y ciencia de Dios (Col 2, 3) y se olvidó de mirar a la grandeza de los bienes celestiales, comenzó a pasar necesidad, porque el placer al que continuamente se está alimentando, nunca dice basta.
El que no sabe saciarse con el alimento que no se corrompe, siempre estará hambriento.
No temamos haber despilfarrado el patrimonio de la dignidad espiritual en placeres terrenales, porque el Padre vuelve a dar al hijo el tesoro que antes poseía.
No temas que no te vaya a recibir, porque Dios no se alegra de la perdición de los vivos (Sb 1, 13).
En verdad, saldrá corriendo a tu encuentro y se arrojará a tu cuello, te dará un beso, que es la señal de la ternura y del amor, y mandará que te pongan el vestido, el anillo y las sandalias.
Tú todavía temes por la afrenta que le has causado, pero Él te devuelve tu dignidad perdida; tú tienes miedo al castigo, y Él, sin embargo, te besa; tú temes, en fin, el reproche, pero Él te agasaja con un banquete»
(San Ambrosio, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 79)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES