22/09/2024

Lc 1, 39-56

ALCANZAR EL PARAÍSO

Reflexión para sacerdotes

desde el Corazón de María

En la fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

 

«Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede. Santo es su nombre, y su misericordia llega de generación en generación a los que lo temen» (Lc 1, 48-50)

 

Hijo mío: glorifica al Señor con tu vida, porque se ha dignado mirar la humillación de su esclavo, y te ha llamado para ser entre sus elegidos contado.

Un hombre de confianza para Él, en quien pone la esperanza de la salvación de su pueblo.

Un hombre que, siendo tan solo un indigno siervo suyo, Él lo llama “amigo”, y le da el honor de ser llamado sacerdote, como Melquisedec, porque lo configura con Él.

¡Dichoso seas, hijo mío! porque esa es la mayor gloria que un hombre puede tener. No porque pueda alcanzarla, no porque la desee, sino porque se la da Él.

Dichoso te llamarán todas las generaciones, porque eres sacerdote para siempre.

En el cielo el Señor tiene preparado un trono para ti, para que seas con su gloria coronado, porque esa configuración que te ha concedido permanecerá eternamente si alcanzas el Paraíso.

Y te ha dado la gracia para que vivas heroicamente las virtudes; para que cumplas con eficacia y con amor los deberes de tu vocación; para que des tu vida por Él, y conduzcas muchas almas al cielo.

Alcanzar el Paraíso para ti es posible, porque Cristo lo ha hecho posible por sus méritos en la cruz, para que todo aquel que crea en Él se salve, porque para eso vino al mundo Él.

Tú eres un hombre de fe. Alimenta tu esperanza. Confía en mí. Cree en las verdades eternas. Desea el Paraíso. No está mal soñar con ser santo, hijo mío.

Es tu deber, para eso te llamó tu Señor.

No es presunción decir que luchas cada día por alcanzar la santidad, mientras tengas humildad y reconozcas que necesitas la gracia del Espíritu Santo que yo tengo para darte. Porque el Señor, mi Dios, se dignó mirar la humillación de su esclava, y me hizo Madre de su único Hijo, y esposa del Espíritu Santo, y me dio el honor de ser medianera de todas las gracias.

He sido asunta al cielo en cuerpo y alma, y así, con todo mi ser, y llena de la gracia de Dios, por ti intercedo.

Ten esperanza, hijo mío, deseo de cielo. Que cada día por la mañana, cuando despiertes, ese sea tu anhelo. 

Ofrece a Dios tu vida cada día, pidiéndole que te conceda ser bueno, que enriquezca tu ofrenda con su divina gracia, y te dé el valor para luchar por la justicia y la paz. Y a mí pídeme que te dé la gracia de la perseverancia, con la que el Espíritu Santo te hará cumplir tus deseos.

Eleva tu mirada al cielo y mira la gloria de Dios, la misma gloria en la que vivo yo. Te llenará de gozo ya desde este mundo, si te decides a renunciar a todo para tomar tu cruz y seguir a Cristo, dejándote crucificar con Él, para morir al mundo y resucitar con Él, viviendo en este mundo coronado con la gloria del Rey.

Tú estás configurado con Él. Glorifica al Señor con esa gloria conduciendo a su pueblo al Paraíso.

¡Dichoso seas, humilde siervo de Dios!

A tu derecha está la Reina, que vive para servir, en cuerpo y en alma, eternamente al Rey.

¡ALELUYA!

 

 

«En el misterio de la Asunción se expresa la fe de la Iglesia, según la cual María está también íntimamente unida a Cristo porque, aunque como madre-virgen estaba singularmente unida a él en su primera venida, por su cooperación constante con él lo estará también a la espera de la segunda; redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo, ella tiene también aquella función, propia de la madre, de mediadora de clemencia en la venida definitiva, cuando todos los de Cristo revivirán, y el último enemigo en ser destruido será la Muerte (1 Co 15, 26).

A esta exaltación de la Hija excelsa de Sión, mediante la asunción a los cielos, está unido el misterio de su gloria eterna. En efecto, la Madre de Cristo es glorificada como Reina universal. La que en la anunciación se definió como esclava del Señorfue durante toda su vida terrena fiel a lo que este nombre expresa, confirmando así que era una verdadera discípula de Cristo, el cual subrayaba intensamente el carácter de servicio de su propia misión: el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos (Mt 20, 28). Por esto María ha sido la primera entre aquellos que, sirviendo a Cristo también en los demás, conducen en humildad y paciencia a sus hermanos al Rey, cuyo servicio equivale a reinar, Y ha conseguido plenamente aquel estado de libertad real, propio de los discípulos de Cristo: ¡servir quiere decir reinar!».

(San Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, n. 41)

 

 

 

                        ¡Muéstrate Madre, María!

 

 

 

(Pastores, n. 247)

 

 

 

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

 

 

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