22/09/2024

Lc 1, 5-25

CREER SIN DUDAR

Reflexión para sacerdotes

desde el Corazón de Jesús

                       P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís                       

 

«Pero Zacarías replicó: “¿Cómo podré estar seguro de esto? Porque yo ya soy viejo y mi mujer también es de edad avanzada”. El ángel le contestó: “Yo soy Gabriel, el que asiste delante de Dios. He sido enviado para hablar contigo y darte esta buena noticia. Ahora tú quedarás mudo y no podrás hablar hasta el día en que todo esto suceda, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo”» (Lc 1, 18-20).

 

Amigo mío: ¿tú crees?

¿Qué tan grande es tu fe?

¿Crees en Dios Padre todopoderoso, Creador del Cielo y de la tierra?

¿Crees en mí, tu Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido de una mujer virgen, engendrado por el Espíritu Santo, para nacer como hombre y Dios, en medio del mundo, para ser el Salvador, el Redentor de los hombres?

¿Crees en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida?

¿Crees en la Santísima Trinidad, tres Personas distintas, un solo Dios verdadero?

¿Crees en el don del sacerdocio, y en el poder que yo he puesto en tus manos para hacer mis obras, y aun mayores?

¿Crees que has sido elegido y consagrado a mí desde antes de nacer?

¿Crees que eres sacerdote para siempre?

¿Crees que no hay nada imposible para Dios?

¿Crees que bajas el pan vivo del cielo, y que en cada Eucaristía yo soy, que es mi Cuerpo y es mi Sangre, verdadero hombre y verdadero Dios, que ha resucitado, y que se hace alimento para el pueblo de Dios?

¿Crees que estoy vivo, que estoy presente, que en cada oración tienes un verdadero encuentro conmigo?

¿Crees en la verdad revelada?

Si tú crees en todo esto, ¿por qué no confías en mí?

¿Por qué no te abandonas en mí totalmente?

¿Por qué no me entregas tu vida?

¿Por qué te resistes a entregar tu voluntad, y no te rindes ante mí, para que se haga la mía?

¿Por qué derraman mis ojos lágrimas por ti?

¿Acaso dudas de que yo vivo en ti?

¿De que tú y yo somos uno, como mi Padre y yo somos uno?

¿Y de que yo puedo obrar maravillas por ti?

¿Por qué te angustias ante la soledad, si yo te había prometido que estaría contigo todos los días de tu vida?

¿Qué acaso no crees en mis promesas?

Si tienes una fe tan grande como la que crees tener, ¿por qué no crees en tu propio poder?

¿Por qué no obedeces a esa fe?

¿Por qué no haces todo lo que yo te digo?

¿Por qué no aceptas tu debilidad y tu pequeñez, y me pides la fe que te falta?

¿Qué acaso no crees en mi Palabra?

Mira que a mi Madre le fue enviado un ángel para la buena nueva anunciarle.

Mira que a José, mi padre, en sueños le habló un ángel, para comunicarle la voluntad de mi Padre.

Mira que a Zacarías le fue enviado un ángel para llevarle buenas noticias.

Mi Madre dijo sí. José, mi padre, dijo sí. Zacarías dijo ¿cómo estar seguro de que esto será posible?

Un castigo recibió para corregirse. Pero la voluntad de mi Padre se cumplió.

A ti, siervo elegido, a quien yo he llamado amigo, no te fue enviado ningún ángel para darte la buena nueva de que el Señor te creó y te pensó para mí, para que fueras configurado conmigo, y seas uno, tú en mí y yo en ti.

Él te lo comunicó directamente. Me envió a mí. Yo mismo te impuse las manos, te ordené sacerdote para mí, te di mi poder y mi don, para que obres en mi nombre, para que sigas mis pasos, para que vivas en este mundo del mismo modo que yo viví, para que seas obediente hasta la muerte, como yo.

Tú dices que crees en mí. Lo haces, pero es preciso, amigo mío, que también creas en ti.

Que tienes la gracia para cumplir la misión que yo te di.

Que mi Padre es justo, es compasivo, es bueno, es misericordioso.

Que me ha dado lo que yo le he pedido.

Y YO NO PERDERÉ NADA DE LO QUE ÉL ME HA DADO.

Tú eres mío, y yo estoy aquí para fortalecer tu fe.

Para hacerte sentir mi presencia.

Para que creas en mi omnipotencia y en tu poder de salvar almas para la gloria de mi Padre, la tuya primero.

No dudes. Cree que es a ti a quien yo quiero, y no me cansaré de buscarte, día y noche, hasta encontrarte e insistirte, y conquistar tu corazón, hasta que arda con el fuego de mi amor, y decidas entregarme totalmente tu vida, para que yo haga contigo maravillas.

No dudes de que te amo. No lastimes mi Corazón.

Vine por ti, morí por ti.

Yo quise salvarte para hacerte mío, para hacerte uno conmigo: sacerdote para la eternidad.

 

«No se da crédito al nacimiento de Juan, y su padre queda mudo; se cree el de Cristo, y es concebido por la fe. Primero llega la fe al corazón de la virgen; luego le sigue la fecundidad en el seno de la madre. Y, sin embargo, son casi las mismas las palabras de Zacarías y las de María. Aquél, cuando el ángel le anunció a Juan, le dijo: ¿Cómo conoceré esto? Yo soy anciano y mi mujer ya está entrada en años. Esta dijo al ángel que le anunció su futuro parto: ¿Cómo sucederá eso, pues no conozco varón? Palabras casi idénticas. A Zacarías se le responde: Quedarás mudo, sin poder hablar, hasta que acontezca lo dicho, por no haber creído mis palabras, que se realizarán a su tiempo. A María, en cambio: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y él poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso lo que nazca de ti será santo y será llamado Hijo de Dios. Él es reprendido, ella aleccionada. A él se le dice: Por no haber creído; a ella: «Recibe lo que pediste.» Las palabras son casi las mismas: ¿Cómo conoceré eso? ¿Cómo sucederá eso? Pero a quien es capaz de escuchar las palabras y ver el corazón no se le ocultaba éste. Un pensamiento se ocultaba debajo de cada una de estas expresiones; se ocultaba a los hombres, no a los ángeles; mejor, no se le ocultaba a quien hablaba por medio del ángel.

Calla Zacarías, e incluso pierde la voz, hasta que nació Juan, el precursor del Señor, y le devolvió la voz. ¿Qué significa el silencio de Zacarías sino el velo de la profecía, que antes de la pasión de Cristo se hallaba, en cierto modo, oculta y encerrada? Con su llegada se abre; se desvela al venir el profetizado. Esto es lo que significa la recuperación del habla por parte de Zacarías en el nacimiento de Juan: lo mismo que la escisión del velo en la crucifixión de Cristo. Si Juan se hubiese anunciado a sí mismo, no hubiese abierto la boca de Zacarías. Se desata la lengua porque nace la voz. En efecto, cuando Juan anunciaba ya al Señor, se le preguntó: Tú ¿quién eres? Y él respondió: Yo soy la voz del que clama en el desierto».

(San Agustín, Sermón: El silencio de Zacarías)

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

(Pastores, n. 255)

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

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