PROCURAR LA FIDELIDAD
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Al atardecer, se sentó a la mesa con los Doce y mientras cenaban, les dijo: “Yo les aseguro que uno de ustedes va a entregarme”. (…) Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: “¿Acaso soy yo Maestro?”. Jesús le respondió: “Tú lo has dicho”» (Mt 26, 20-21. 25)
Amigo mío: aquí estoy, entregándome en tus manos, porque confío en ti, porque te amo. Comparto mi mesa contigo.
Dime, ¿qué harás conmigo?
Me adorarás, me escucharás, predicarás mi palabra a todos los pueblos. Serás luz de las naciones. Pero también me traicionarás, me negarás en algún momento.
Quiero decirte que yo ya te he perdonado. Tus infidelidades he olvidado. Mi vida, por ti he dado. Pide la gracia de no ofenderme, y de la fidelidad, para nunca pretender venderme.
No pienses que eres mejor que Judas. A él lo llamé y lo elegí igual que a ti. Lo enseñé, lo amé, lo invité a mi mesa. Tan cerca estaba de él, que mojaba su pan en mi plato. Pero la soberbia se apoderó de él. La ambición lo dominó. La tentación, que siempre está al acecho de mis amigos, lo convenció y cayó en manos del enemigo. Quiso salvar su vida y la perdió. Por un tesoro mundano me cambió. Prefirió las tinieblas a la luz, y en manos de mis enemigos me entregó. Con un beso me señaló.
Yo sabía las intenciones de su corazón, lo que pretendía y lo que haría. Y aun así me quedé, porque yo soy. A nada le temo. El enemigo no tiene poder sobre mí, pero mis amigos sí. Esa es la prueba de confianza que les di, y que les doy cada día, entregando mi cuerpo y mi sangre en sus manos.
Ten el valor de reconocerte pecador, y recibe la ayuda que yo te doy para que permanezcas junto a mí, para que no me abandones, para que no te apartes de mí.
Ay de ti si no aprovechas lo que te di.
Ay de ti si te vendes por unas cuantas monedas, por algunas borracheras, por pasar un rato de placer mundano, por profanar lo sagrado, porque somos uno, yo en ti, tú en mí, por el orden sagrado.
Recuerda estas palabras antes de ponerte en tentación. Evita cometer pecado, porque lo tuyo no es un error pasajero, un desliz, un simple pecado, una falta humana, una imprudencia, un descuido. Lo tuyo es traición, el beso de Judas, porque el pecado de un sacerdote hiere hasta lo más profundo mi Corazón.
Arrepiéntete y pide perdón. Pero no es suficiente, debes tener el firme propósito de no volver a ofenderme. Entiende esto: yo conozco tu corazón, no vas a engañarme. Yo a los que amo los corrijo. Yo te pido expiación y reparación.
Pero si volvieras a caer en tentación, aunque fuera porque te tomes tu sacerdocio y mis palabras a la ligera, aunque me entregues, aunque me vendas, yo estaré aquí, esperando por ti.
Te llevaré al desierto, y te hablaré de amor, una y otra, y otra, y otra vez, setenta veces siete te perdonaré, si te arrepientes y me pides perdón.
Comienza mi pasión. Te invito, ven conmigo. No tengas miedo a sentir como yo, a sufrir como yo, a dar tu vida por la salvación de los hombres, como la di yo.
Porque cuentas con la compañía de María, mi Madre, como la tuve yo.
Y te daré mi gloria. No puedes siquiera imaginar el Paraíso, el gozo, la felicidad eterna que conmigo compartirás.
Para eso te llamé, para eso te elegí, para glorificar a mi Padre en ti.
¡Muéstrate Madre, María!
«También lo besó el Señor, no para enseñarnos a fingir, sino para que se viese que no huía ni siquiera del que lo entregaba, y para ganar al traidor a quien no negaba los testimonios de amor»
(San Ambrosio)
(Pastores, n. 20)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES