16/09/2024

Mt 28, 16-20

UNIDOS CON LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Reflexión para sacerdotes 

desde el Corazón de María

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

«Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19)

 

 

Hijo mío, sacerdote: qué grande es el misterio de la Santísima Trinidad.

Y qué grande es el misterio del sacerdocio, por el que participas en el misterio de Dios uno y trino, a través de tu ministerio, bendiciendo a todos los pueblos, y bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Cuánta confianza ha puesto el Señor en ti. Te da la fe, para creer. Te da la esperanza, para llevar a los demás la paz. Te da la caridad, para obrar en su nombre. Pone en tus manos a su rebaño, por el que el Padre ha enviado al Hijo al mundo para hacerse hombre, padecer y morir, para salvarlos. Y después resucitar, por la fuerza del Espíritu Santo.

Debes ser consciente de tu unión verdadera, real y mística con la Santísima Trinidad, a través de tu configuración con la Segunda Persona de la divinidad.

Medita en tu corazón esta verdad, y pide a Dios la fuerza para perseverar en tu fidelidad al amado, por el que has sido creado a su imagen y semejanza en un grado mayor a los demás, porque a ti te ha elegido y te ha consagrado desde antes de nacer a su servicio, para que seas todo de Él. Pero no te ha llamado siervo. Te ha llamado amigo, porque sus misterios te ha dado a conocer.

Reconoce en ti el templo en el que habita Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, para obrar en medio de los hombres, para hacerlos hijos y darles su heredad. Él da a cada uno lo que le corresponde, según el amor en el obrar. Y te ha puesto al frente porque a ti te corresponde guiar, enseñar y santificar en su nombre.

Ten el valor de confesar tu fe y de poner en práctica el Evangelio, arriesgando tu vida en ello, entregándote totalmente a la voluntad de Dios, para que en ti y en ellos sea todo como Él quiere, cuando quiere, porque quiere.

Yo soy Madre de Dios, madre tuya y madre de todos aquellos que Él ha confiado en las manos de sus elegidos.

Y mostrando ante ti esta maternidad, que me une intrínsecamente a la Santísima Trinidad, yo te pido, con toda humildad y autoridad, ¡corrige tu camino, y lleva a mis hijos a la casa del Padre!

Ese es su destino y el tuyo. Te lo pido como hija de Dios Padre, como madre de Dios Hijo, como esposa del Espíritu Santo, y como madre de la Iglesia, por quien has jurado, ante Dios, entregar tu vida para santificarla y servirla.

Tienes el poder. Tienes mi auxilio y mi compañía. Conoces el camino. Toma mi mano, abre tus ojos y date cuenta: no estás solo, Jesús está contigo todos los días de tu vida, como lo ha prometido. Cumple tú tus promesas, y permanece a la Santísima Trinidad unido para la eternidad. Quiero ver ese deseo de mi Inmaculado Corazón cumplido.

Te amo, hijo mío.

 

 

«¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva,
tarde te amé! y tú estabas dentro de mí y yo afuera,
y así por de fuera te buscaba; y, deforme como era,
me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste.

Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo.
Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que,
si no estuviesen en ti, no existirían.

Me llamaste y clamaste, y quebraste mi sordera;
brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera;
exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo;
gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti;
me tocaste, y deseo con ansia la paz que procede de ti»

(San Agustín, Confesiones, Libro X, cap. XXVII).

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

(Pastores, n. 173)

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

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