LAS SANTAS MUJERES DE HOY
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies y lo adoraron. Entonces les dijo Jesús: “No tengan miedo. Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán”» (Mt 28, 9-10)
Hijo mío, sacerdote: ¡alégrate conmigo!
El Señor ha creado a la mujer para llevar al mundo buenas noticias.
Yo he traído conmigo la buena nueva: el Hijo bendito de mis entrañas, que vi nacer, que vi crecer, que vi morir, ¡resucitó! ¡Aleluya!
Él vino al mundo para dar testimonio de la verdad. Él es la verdad. Él da testimonio de sí mismo, para dar también testimonio del Padre. Y el Padre da testimonio de Él.
Y tú has sido elegido para ser su siervo, su apóstol, su discípulo, su amigo, su testigo, y llevar al mundo el testimonio de la verdad, que es Cristo; que ha muerto para rescatar de la muerte a la humanidad, y ha resucitado para darle vida nueva en su resurrección.
Eva fue mujer portadora de malas noticias. Ella anunció al mundo cuán grande es la debilidad de la humanidad, y heredó su pecado y el de Adán a sus hijos, y a todas las generaciones venideras.
Yo soy mujer, y yo soy portadora de la buena nueva. He traído la verdad al mundo. He venido a anunciar cuánto amó Dios a la humanidad, que le entregó a su único Hijo, para que todo el que crea en Él, se salve.
El Hijo de Dios ha venido a traer el poder de Dios sobre el pecado y la muerte. Él es la buena nueva.
Y también vino a anunciarte que no todas las mujeres se comportan como Eva.
Yo, que fui creada inmaculada, sin pecado concebida y sin mancha, fui creada como el modelo de mujer que desde un principio pensó Él.
Y así como el Señor a ti te llama para continuar su misión de salvación, así llamo yo a muchas mujeres, para que aprendan de mí, y continúen llevando mi mensaje a todos los rincones de la tierra.
A imagen de las santas mujeres que acompañaron a Jesús y a sus discípulos, y los ayudaron con sus bienes, el Señor me ha concedido en estos tiempos un ejército de santas mujeres.
Así como los hombres no son todos dignos de confianza; así como algunos se comportan como si Dios no existiera; así hay también en medio del mundo mujeres que, en lugar de portar buenas noticias, son portadoras de tentación, de pecado y de muerte.
Pero yo te pido, hijo mío, que no las trates como objetos; no las desprecies, no las culpes por tu debilidad; y tú no las tientes. Ellas también son hijas de Dios, ovejas descarriadas de su rebaño, ellas también son tu misión.
Yo suplico a Dios que tú tengas ojos, oídos, lengua y corazón de padre, para que las veas, las escuches, las aconsejes y las ames como un padre a sus hijas, que las protejas y las dirijas por el buen camino.
Y si no tuvieras la fortaleza, aléjate de ellas, pero no las juzgues. Ellas necesitan conversión. Y no culpes por los errores de algunas a todas; mira que muchas me siguen, porque tienen los mismos sentimientos de mi Inmaculado Corazón.
Discierne, hijo mío, con sabiduría, a la luz del Espíritu Santo, y sabrás quiénes son dignas de confianza, quiénes son mis enviadas para ayudarte a cumplir con tu misión. Ellas tienen cualidades como las mías, ellas tienen un corazón de madre y pureza de intención.
Cuando encuentres una portadora de buenas noticias, una santa mujer, valórala, es un tesoro, una perla, una joya de mi corona, que estará dispuesta a dar la vida por ti, porque no es a ti a quien ven, sino a Cristo que vive en ti.
El Señor ha visto bien tener como testigos de su resurrección primero a las mujeres santas, las que no lo abandonaron; las que me acompañaron al pie de la cruz, porque tanto lo amaron, que hasta a su propia vida renunciaron para sostenerlo conmigo en la cruz.
Cree, hijo mío, que el Señor no se equivoca al darle la oportunidad a las mujeres, en estos tiempos, de colaborar con algunos deberes y responsabilidades en la Iglesia.
Cuenta y dime, hijo mío, de tus feligreses ¿qué porcentaje son mujeres?
Ese es el rebaño al que el Señor llama fieles: los que acuden y participan en las celebraciones y en las actividades de las parroquias, y de los apostolados tan necesarios para mantener la unidad y preservar la fe, la esperanza, y la caridad en las comunidades.
Sin mujeres no hay Iglesia.
Aquí me tienes. Una mujer tiene el poder de pisar la cabeza de la serpiente. Confía en mí. Confía en mi mensaje de amor y en la buena nueva que, a través de las santas mujeres que rezan y se ocupan de tu bienestar, yo te envío, para que tú al mundo puedas llevar el testimonio fiel de la verdad: ¡Cristo ha resucitado, está vivo!
Ven, póstrate frente a Él en la Eucaristía, y lo verás.
Yo te aseguro, hijo mío, que, si tú diriges, enseñas y santificas a las ovejas madres de tu rebaño, ellas harán el trabajo por ti con sus hijos. A donde tú vayas ellas irán, y sus hijos las seguirán.
Enséñalas a unir sus sufrimientos a la cruz y a llenar sus vidas de alegría, llevando al mundo el testimonio de la verdad.
Enséñalas a orar. Pídeles que recen por ti, y milagros verás.
Pero debes ser astuto, y permanecer en la cruz de tu Señor.
A la izquierda debes poner los falsos testimonios y mentiras de los incrédulos, de los pecadores, de los que no desean tu bien y el de toda la santa Iglesia.
A la derecha guarda bien los testimonios de la verdad, de corazones con buenas intenciones que quieren colaborar, y a la Iglesia unir y ayudar.
Así como el Señor murió entre la cruz de la mentira y la cruz de la verdad, y al ladrón arrepentido le prometió su Paraíso, porque creyó, así dirige hacia los bienes eternos a los creyentes de tu rebaño.
Y no te dejes engañar por aquellos que viendo no quieren ver, y oyendo no quieren oír. Prefieren seguir viviendo en tinieblas, como instrumentos del diablo, para hacerte caer en tentación.
No te excuses diciendo que eres ingenuo o que eres tan débil que no puedes resistir la tentación. No crucifiques a tu Señor con tus mentiras.
Ármate de valor y admite que tienes la gracia, y eso te basta. Y si no la tienes, es porque te has olvidado de hacer oración.
Eres un sacerdote, un hombre sagrado de Dios. Tienes el poder, la sabiduría y la gracia del Hijo de Dios. Lleva al mundo la buena nueva renovando tu alma sacerdotal, asumiendo tu responsabilidad, como el Cristo resucitado con quien estás configurado, para continuar la misión salvadora del Redentor.
Aquí estoy yo a tu lado, para sostenerte y auxiliarte. Que sea esa, para ti, la buena noticia que te traen las santas mujeres.
Alcanzar la santidad sí se puede.
«La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares que suelen ser más propias de las mujeres que de los varones» Evangelii Gaudium, n. 103.
«En el curso de estos últimos decenios, junto a otras transformaciones culturales y sociales, también la identidad y el papel de la mujer, en la familia, en la sociedad y en la Iglesia, ha conocido notables cambios y, en general, la participación y la responsabilidad de las mujeres ha ido creciendo» Discurso 25 de enero de 2014.
«El genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida social; por ello, se ha de garantizar la presencia de las mujeres también en el ámbito laboral y en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia como en las estructuras sociales» Evangelii Gaudium, n. 103.
«Es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Temo la solución del “machismo con faldas”, porque la mujer tiene una estructura diferente del varón. Pero los discursos que oigo sobre el rol de la mujer a menudo se inspiran en una ideología machista. Las mujeres están formulando cuestiones profundas que debemos afrontar. La Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer y el papel que ésta desempeña. La mujer es imprescindible para la Iglesia» Entrevista 19 de agosto de 2013.
(Santo Padre Francisco)
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 218)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES