16/09/2024

Mt 6, 19-23

TESOROS DIVINOS

Reflexión para sacerdotes

desde el Corazón de María

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

 

«Acumulen tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho los destruyen, ni hay ladrones que perforen las paredes y se los roben; porque donde está tu tesoro, ahí también está tu corazón» (Mt, 6, 20-21).

 

Hijo mío, sacerdote: ¿en dónde está tu corazón?

Si tu respuesta es que tu corazón está en el cielo, en donde has puesto tus tesoros, quiere decir que tu vida la has entregado a Dios, que valoras lo sobrenatural, y a todo lo que enriquece tu espíritu le das prioridad. 

Entonces mi corazón se alegra, porque estás en el camino correcto, en el camino de la santidad. Quiere decir que en el mundo no tienes nada, que has renunciado a todo. Que eres totalmente libre. Por tanto, eres feliz.

¡Cuánto me alegro, hijo mío, por ti!

Mi consejo es: persevera, pide la gracia para seguir viviendo así, construyendo el Reino de los cielos en la tierra con los tesoros de tus virtudes, sin ataduras ni apegos al mundo, conservando tu corazón en el cielo y tus pies en la tierra; para que, a través de tu ejemplo y tus buenas obras, tus fieles te sigan, y aprendan a poner sus corazones en el lugar correcto.

Pero si tu respuesta es que tu corazón está inquieto, atribulado, apesadumbrado, porque a alguien más se lo has entregado, y del corazón de Dios te has alejado, escudriña en lo más hondo de tu conciencia, en las profundidades de tu corazón. Sé honesto contigo mismo y descubre en dónde has acumulado tesoros y cuáles son.

Ten el valor de reconocer si has acumulado bienes terrenales y has descuidado los bienes espirituales, si has puesto tu corazón en el mundo, porque donde están tus tesoros, ahí está tu corazón.

Rectifica tu camino. Renuncia a todo aquello que no es propio de tu vocación, y atesora el don que el Señor te dio.

No hay otro lugar para tu corazón sacerdotal más que el Corazón de Cristo. Tus tesoros son sus tesoros. Para Él, el tesoro más valioso eres tú mismo y no te quiere perder.

Abre tus ojos y descubre si hay luz en tu interior.

¿Qué es lo que ves?

Si lo que ves es aquello que solo con visión sobrenatural se ve, entonces tus ojos tienen luz, y ves los tesoros que has acumulado en el cielo, que son los méritos de tu fe, de tu esperanza y de tu caridad, y esa visión, al cielo elevará tu corazón.

Pero si nada ves, y en tus ojos solo hay oscuridad, ¡qué grande debe ser tu oscuridad! ¡Qué triste debe ser tu vida! 

Te inunda la terrible soledad. Los tesoros que tienes de nada te aprovechan. Tienes miedo de que te sean robados. No tienes paz, porque has puesto tus seguridades en el mundo, y no en Dios, sino en alguien más.

Convierte tu corazón para que tengas alegría y paz, porque tú, hijo mío, no eres del mundo, y en el mundo no está tu felicidad. 

Dispón tu corazón a recibir la luz del Espíritu Santo, que te iluminará con su gracia y te llevará al camino de la verdad.

Entonces abrirás tus ojos y podrás ver, tendrás luz en tu vida, y comprenderás que no hay otro camino para ti sino el camino al cielo, el camino a la santidad, en donde está tu felicidad.

Cambia tus tesoros terrenos por bienes espirituales, y tendrás tesoros divinos para acumular en el cielo. Entonces vivirás en paz. Tendrás noches de descanso y en paz dormirás. Y con entusiasmo despertarás a un nuevo día, en donde el sol brillará. Tu corazón estará sosiego. Descubrirás qué maravilloso es tener el corazón en el cielo.

Recuerda, hijo mío, que solo no puedes conservar ni acumular ningún tesoro. Necesitas la gracia de Dios, y eso te basta.

Yo ruego por ti para que la luz que brilla en mi vientre ilumine tu mirada y brillen mis tesoros en ti. 

Permanece conmigo perseverante en la oración. Yo estoy aquí y soy tu Madre. Mis tesoros son tu herencia. Pídemelos, yo te los doy.

 

 

«Si un hombre te enseñara en la tierra un lugar absolutamente inviolable, prometiéndote seguridad para la guarda de tu dinero, aunque te condujera hasta el desierto, no vacilarías ni retrocederías, sino que le creerías y allí dejarías tu dinero; mas cuando es Dios, no un hombre, quien te lo promete y te propone no el desierto, sino el cielo, tú echas por el camino contrario.

Sin embargo, por muy seguro que aquí abajo lo tengas, jamás podrás verte libre de preocupación. Aunque no lo pierdas, siempre estarás preocupado que lo puedes perder.

Nada de eso sufrirás si lo pones en el cielo, y, lo que es más, que no sólo escondes tu oro, sino que lo plantas. Un tesoro es una semilla, y en dos aspectos, más que una semilla. Primero, porque una semilla no dura siempre; mas el tesoro permanece continuamente. Luego, porque el tesoro de la tierra no retoña, mas el del cielo produce frutos inmortales.

Mas, si me objetas el tiempo y el largo plazo de la recompensa, yo puedo contestarte cuánto recibes ya en esta vida; mas, aparte de eso, por las mismas cosas temporales, trataré de demostrarte cuán vano es ese pretexto.

Consideremos, pues, todo esto y tratemos de preparar nuestro viaje de este al otro mundo. Porque, aun suponiendo que el día de la universal consumación no esté próximo todavía, el fin de cada uno, lo mismo si es viejo que joven, sí que está ya a la puerta».

(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, n. 20)

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

 

(Pastores, n. 236)

 

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

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