CONFIAR EN LA
DIVINA PROVIDENCIA
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Miren las aves del cielo, que ni siembran, ni cosechan, ni guardan en graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿Acaso no valen ustedes más que ellas?» (Mt 6, 26).
Hijo mío:
¿Tú sirves a Dios?
Tu único Amo es el Señor.
Tú no eres del mundo, como tu Señor tampoco es del mundo. Por tanto, no debes preocuparte por los bienes del mundo, sino por los bienes celestiales.
Y si el Señor, tu Dios, es quien te provee de todo lo que necesitas, entonces no debes preocuparte tampoco por los bienes celestiales, sino disponer tu corazón para recibirlos.
No permitas que el dinero sea causa de tu angustia, ni que ocupe lugar en tu pensamiento la ambición que mancha tu corazón.
Desecha toda angustia, todo pensamiento que te inquieta, que te quita el sueño, porque eso es falta de confianza en Dios.
Reconoce al Señor, tu Dios, como tu Padre y proveedor. Glorifícalo con tu agradecimiento, sabiendo que Él es bueno y misericordioso, es tu Creador y es todopoderoso, y no se olvidará de ti, porque te ama.
Él, que te ha llamado como siervo, para que seas instrumento de su divina providencia para su pueblo, sabe lo que necesitas desde antes de que se lo pidas. Te alimenta, y de tus propias manos multiplica el alimento, para que proveas a su pueblo.
Confía tanto, como confió en el Señor el profeta Elías, que aun cuando pensó que moriría porque era voluntad de Dios, el Señor se valió de un pobre instrumento, un ave del cielo, para alimentarlo.
Pues tú, hijo mío, también tienes una gran misión. Confía en el Señor, entrégale tu voluntad, abre tu corazón, y recibe lo que Él te quiera dar.
Dios es tu Padre, estás asociado a Él por filiación divina, eres un hijo para Él. Tú eres uno con Cristo, su amadísimo Hijo.
Entonces…
¿De qué te preocupas?
¿Qué acaso no lo crees?
¿Te has dado un tiempo para observar la creación de Dios?
¿Te has maravillado de ver a las aves del cielo y cómo las alimenta el Señor?
¿Qué acaso no eres tú más que las aves del cielo?
¿Qué acaso no eres hijo de Dios, a quien le ha dado el poder sobre su creación?
El Señor te dará lo necesario, hijo mío. Confía en su divina providencia. Da ejemplo de tu despreocupación y tu desprendimiento de las cosas terrenales.
Enseña a tus fieles a confiar en el Señor y a no preocuparse del mañana, sino a alabar y agradecer a Dios del día de hoy.
No acumules tesoros en la tierra. No ofendas al Señor dudando de su amor y de su misericordia. Acumula tesoros en el cielo, que son tus buenas obras.
Date cuenta de que el Señor no solo te provee de lo necesario para ti, sino para que hagas sus obras, y des de comer al hambriento, y des de beber al sediento, y des vestido al desnudo, y des bienes espirituales a su pueblo.
Un sacerdote que vive preocupado por qué va a comer o con qué se va a vestir, causa escándalo, inquieta a los demás, da mal ejemplo, porque no confía en el Señor.
Un sacerdote que cumple la voluntad de Dios, que va a donde el Señor lo envía y no lleva nada para el camino, da santo ejemplo, porque en el Señor su vida confía. Sabe que, si le pide algo, es porque le dará los medios.
Dios es justo y misericordioso, y nunca te abandonará. Su voluntad es que te salves, y que salves a su pueblo. Sabe que solo no puedes: Él te ayudará.
Tú, siervo fiel, ten humildad y pide su gracia. No pidas nada más. Su gracia te basta.
El Señor te ha dado a su único Hijo, que ha derramado sobre ti y sobre el mundo la divina providencia y su misericordia, y te ha dado a su Madre, para que te acompañe en el camino y nunca te pierdas.
Te ha dado al Espíritu Santo, para que, con sus dones, frutos y carismas, fortalezcas tu cuerpo y tu espíritu, y hagas su voluntad.
Te ha dado la fe, la esperanza y la caridad. Ha abierto para ti las puertas del cielo. Te ha llenado de amor. Y, hasta ahora, has tenido qué comer, qué beber y dónde dormir.
Y si alguna preocupación rondara tu mente y turbara tu corazón, acude a la oración, pide mi auxilio, y yo te diré: “¿De qué te preocupas, hijo mío? ¿Qué no estoy yo aquí, que soy tu Madre?”.
Confía en la bondad, en el amor, en la justicia, en la misericordia, y en el poder de Dios, que es tu Padre.
Recibe su paz.
«Era sumamente útil —necesario incluso— que los que son investidos de la dignidad apostólica tuvieran un alma liberada del apetito de riquezas y nada aborrecieran tanto como la acumulación de donativos, contentándose más bien con los que Dios les proporciona, pues, como está escrito: La codicia es la raíz de todos los males. Convenía, por tanto, que a toda costa se mantuvieran al margen y plenamente liberados de aquel vicio que es la raíz y madre de todos los males, agotando —valga la expresión— toda su diligencia en ocupaciones realmente necesarias: en no caer bajo el yugo de Satanás. De esta forma, caminando al margen de las preocupaciones mundanas, infravalorarán los apetitos carnales y desearán únicamente lo que Dios quiere.
Y al igual que los más aguerridos soldados, al salir al combate, no llevan consigo más que las armas necesarias para la guerra, lo mismo aquellos a quienes Cristo enviaba a luchar contra el mismo Satanás en persona, convenía que estuvieran liberados de toda preocupación mundana.
Tened embrazado el escudo de la fe, puesta la coraza de la justicia y por espada la del Espíritu Santo, toda palabra de Dios. Con estos pertrechos, era inevitable que fueran intolerables para sus enemigos, sin llevar entre su impedimenta nada digno de mancha o culpa, es decir, el afán de poseer, de atesorar ilícitas ganancias y andar preocupados en su custodia, cosas todas que apartan al alma humana de una vida grata a Dios ni la permiten elevarse a él sino que más bien le cortan las alas y la hunden en aspiraciones materiales y terrenas».
(San Cirilo de Alejandría, Homilía: Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 265)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES