Mt 7, 15-20 - FRUTOS BUENOS
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FRUTOS BUENOS

Reflexión para sacerdotes desde el Corazón de Jesús

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

Naranjas en una rama de árbol Descripción generada automáticamente

«No hay árbol bueno que produzca frutos malos, ni árbol malo que produzca frutos buenos. Cada árbol se conoce por sus frutos» (Lc 6, 43)

 

Amigos míos: Yo a ustedes, mis elegidos, los he llamado por su nombre. Desde antes de nacer los he consagrado para mí.

Los he llamado para que sean mis siervos. Y, sin embargo, los he llamado amigos, porque los he configurado conmigo, y les he dado mi poder.

Les he dicho todo lo que mi Padre a mí me ha dicho.

Les he revelado la verdad, para que ustedes la den a conocer al mundo.

Les he confiado una misión: la continuación de mi misión. Yo ya hice lo más difícil. Pagué con mi sangre la libertad de la humanidad, derramando en la cruz, por esa sangre, mi misericordia.

Ustedes sólo la tienen que administrar al pueblo de Dios, para que tenga eficacia.

¿Qué acaso no soy claro?

¿Qué acaso no les doy los medios?

¿Qué acaso los dejo a su suerte?

¿Qué acaso no les he enseñado con la palabra y con el ejemplo lo que tienen que hacer?

¿Qué acaso no se dan cuenta de que los elegí porque los amo?

El sacerdocio es un tesoro. Deben valorarlo. Los he puesto al frente de mi familia, la gran familia de Dios, porque en ustedes confío, porque son mis amigos, mis elegidos, hombres de Dios, mis guerreros, mis soldados, líderes capaces de cumplir esta misión. Robles fuertes que nacieron de la semilla que yo sembré sobre cimientos de roca firme, que yo soy.

Nadie puede derribarlos, porque los sostengo yo. A menos de que ustedes mismos le den permiso al enemigo, usando mal su libertad, y sea él su leñador. Mas sepan que los hará pedazos, los arrojará al fuego del castigo eterno, porque es la única manera de que él hiera mi corazón.

Ustedes son árboles buenos que sembré yo. Y un día yo me presentaré ante ustedes, y cosecharé sus frutos, que son buenos, porque son míos.

Pero si alguno de ustedes no tiene frutos, será considerado como un inútil, que no hizo lo que tenía que hacer. Como inútil es que me llamen “Señor, Señor”, pero no hagan lo que yo les mando.

Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Tienen el don, búsquenlo en su corazón.

Decídanse a cumplir la voluntad de Dios. No se arrepentirán. A su tiempo la gloria de mi Padre conseguirán con sus buenas obras, con sus frutos buenos, por mi misericordia. Eso es lo que yo les he prometido, y yo siempre cumplo mis promesas.

Yo estoy con ustedes todos los días de su vida. Y cuánto celebro y gozo cuando hacen mi voluntad, cuando viven en santidad, cuando hacen lo que yo les mando, cuando me dicen “Señor, Señor” y cumplen mi voluntad.

Yo sé reconocer en ustedes al hombre bueno. Los corrijo porque los amo y los quiero rescatar. Cómo agradezco cuando me adoran, cuando me dicen que me aman, cuando están dispuestos a perder la vida por mí.

Les aseguro que no quedarán sin recompensa. Les daré en esta vida lo que les prometí. Permanezcan seguros cimentando su fe sobre roca firme, unidos al Papa, y yo les daré la vida eterna.

Esta es una promesa de hombre a hombre, de amigo a amigo, de hermano a hermano, de maestro a discípulo, de padre a hijo.

Ahí tienen a mi Madre, para que los acompañe. Encomiéndenle cada uno de sus frutos, para que ella los proteja y los guarde.

 

«No habiendo bonanza en el mar, sino tormenta deshecha y grande agitación y tentaciones sin cuento, nada puede turbar lo más mínimo al hombre virtuoso. Porque cayeron las lluvias —dice el Señor— vinieron los ríos, soplaron los vientos y dieron contra la casa; pero no se derrumbó, porque está asentada sobre la roca.

Llama aquí el Señor figuradamente lluvias, ríos y vientos a las desgracias y calamidades humanas, como calumnias, insidias, tristezas, muertes, pérdidas en lo propio, daños de los extraños y todo, en fin, cuanto puede llamarse males de la vida presente.

Pero un alma así —nos dice el Señor— a ninguno de estos males se abate; y la razón es porque está cimentada sobre la roca viva. Y roca viva llama a la firmeza de su doctrina. En verdad, más firmes que una roca son estos preceptos de Cristo, que nos levantan por encima de todos los oleajes humanos. El que con perfección los guarde, no sólo saldrá triunfador de los hombres que pretenden ofenderle, sino de los mismos demonios que le tiendan asechanzas»

(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, n. 24).

¡Muéstrate Madre, María!

(Pastores, n. 92)

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

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