LA PUERTA ESTRECHA
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Entren por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y amplio el camino que conduce a la perdición» (Mt 7, 13)
Hijo mío, sacerdote: tú eres cosa santa, eres un tesoro de Dios que debe ser cuidado, protegido, valorado, respetado y bien tratado.
Cuida tú primero este tesoro, valora quien eres: un hombre elegido de Dios, configurado con Cristo, Rey, Amo y Señor, que ha sido crucificado por los hombres para manifestarle al mundo el amor de Dios. Por tanto, debes imitarlo.
Mírate en Él en esa cruz, con los brazos extendidos, unidos al madero por los clavos, todo tu cuerpo herido, sufriente y adolorido.
Tu cabeza torturada, con la corona de burla.
Tu cuerpo desnudo, expuesto a la vergüenza del mundo.
Se burlan de ti, te escupen, te maldicen.
Se burlan de mí y de tu Padre celestial.
Blasfeman contra el Espíritu Santo, y luego te ignoran, te abandonan en total indiferencia.
Dime, ¿te gusta ser tratado así?
Si todos vivieran practicando la regla de oro de la caridad ¡qué distinto sería el mundo!
Cuando tú cometes pecado, cuando faltas a la caridad, cuando pierdes la humildad, cuando faltas a la virtud de la castidad, echas las cosas santas a los perros, le das tus perlas a los cerdos, crucificas a tu Señor y te crucificas a ti mismo.
Pero si tú trataras a tu Señor como te gusta que los demás te traten a ti, serías glorificado con Él.
Y si tú en cada oveja de tu rebaño y en cada oveja de los rebaños que no son de tu redil, lo miras a Él y lo tratas, amándolo como te amas a ti mismo, cumplirías su mandamiento y su ley, y darías buen ejemplo, para que hagan lo mismo otros también.
Tú tienes las llaves de la puerta del cielo. ¿Qué acaso no ves? ¿Qué acaso no te das cuenta?
Tienes de Dios el poder para hacer entrar a las ovejas por esa puerta, que es estrecha, y cabe uno a la vez.
El Señor dio su vida para salvarlos a todos, pero cada uno debe querer entrar por esa puerta.
Conduce al pueblo de Dios y abre la puerta. Muéstrales el camino, que es angosto, pero que conduce al Paraíso.
Ponte en su lugar y piensa qué pasaría si no te abrieran la puerta y no pudieras entrar, o si estuvieras perdido en el amplio camino y nadie te dirigiera hacia el camino de la verdad.
¿Qué acaso no te gustaría que alguien tomara tu mano y te mostrara el Paraíso?
Ten caridad, y date cuenta de que, para ti, la puerta también es estrecha.
Ten cuidado, no vaya a ser que después de que entren las ovejas, aunque tengas la llave, por tu pecado grave no quepas por esa puerta.
Yo estoy aquí, al pie de la cruz, al pie de la puerta, dándoles mi auxilio de Madre, tratándolos a ustedes como a Cristo traté.
¡Entren, hijos míos, por esa puerta!
Cristo es el camino, yo los acompañaré, no pierdan el rumbo.
Tengan caridad con sus hermanos. Trátenlos como a ustedes les gusta ser tratados, porque en eso se resumen la ley y los profetas, y esa es la única forma de que puedan entrar por la puerta de la verdad, para gozar de la vida eterna.
¡Piedad, Señor, piedad!
Dales a mis hijos la gracia de crecer en la virtud de la caridad.
«El Señor llamó áspero al camino, justamente para sacudir la soñolencia de los caminantes.
Y no sólo de ese modo nos dispuso a estar alerta, sino añadiendo también que son muchos los que tratan de echarnos la zancadilla.
Y lo peor es que no atacan abiertamente, sino con disimulo. Tal es la casta de los falsos profetas.
“Sin embargo —dice el Señor—, no miréis que el camino es áspero y estrecho, sino adónde va a parar; ni que el camino contrario es ancho y dilatado, sino adónde os despeña”.
Todo esto lo dice para despertar nuestro fervor, al modo que en otra ocasión dijo: Los violentos arrebatan el reino de los cielos (Mt 11, 12).
Porque, cuando el atleta ve que el presidente de los juegos admira lo trabajoso de los combates, cobra nuevo ánimo en la lucha.
No nos desalentemos, pues, cuando de ahí nos resulten muchas molestias. Porque, sí es estrecha la puerta y angosto el camino por donde vamos, pero no así la ciudad adónde vamos.
No hemos de esperar aquí descanso; pero tampoco hay que temer allí tristeza»
(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía 23).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 74)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES