PEDIR, BUSCAR, TOCAR
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; toquen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que toca, se le abre» (Mt 7, 7-8).
Hijo mío, sacerdote: el hombre prudente y fiel obedece a Dios, y el Señor manda que le pidan.
Obedece, hijo mío, y pide con insistencia.
Busca la compasión de tu Señor.
Toca a su puerta con tu oración, porque está escrito que todo el que pide recibe, todo el que busca encuentra, y a todo aquel que toca se le abre la puerta.
Dios es Padre amoroso, compasivo, bondadoso, justo, misericordioso, que ama tanto a sus hijos, que les dio los medios para llegar a Él, para glorificarlos con su gloria, para abrazarlos con su misericordia a través del sacrificio de su Hijo amado, en quien Él pone sus complacencias, Jesucristo, Rey de reyes, y Señor de señores, con quien estás configurado sacramentalmente tú, sacerdote, hombre por Dios elegido para llevar al cielo a todos sus hijos.
¡Alégrate, sacerdote! porque el Padre te ha dado la dignidad de hijo amado, y todo lo que tú le pidas te lo concederá.
Él quiere complacerse en ti, desea que le pidas lo que necesitas, primero para ti, para convertir tu corazón, para santificarte, para que, siendo uno con Cristo, tengas las condiciones para cumplir con tan grande responsabilidad.
Pídele que abra tus ojos a la visión sobrenatural, porque un ciego no puede a otro ciego guiar.
Pídele que abra tus oídos, para que puedas escuchar su Palabra, y predicarla como buen maestro a sus discípulos.
Pídele que abra tu boca. Pero antes, que purifique tu corazón, para que prediques la verdad, para que hables de amor, para que te escuchen y crean en ti, porque la boca habla de lo que está lleno el corazón.
Pídele llegar a ser un verdadero sacerdote santo, para que seas ejemplo para tu rebaño, y te sigan y lleguen a Él.
Pídele los dones del Espíritu Santo, para ponerlos al servicio de Cristo y hacer sus obras, y aun mayores, como lo pidió Él.
Pídele humildad, para que puedas ser como niño, porque de los niños es el Reino de los Cielos.
Pídele la gracia de renunciar al mundo completamente, para abandonarte en Él.
Pídele la fuerza para desprenderte de todo, para negarte a ti mismo, para entregarle totalmente tu voluntad, y que se haga la suya.
Pídele fe, esa fe que te falta para hacer milagros.
Pídele que te ayude a desaparecer, para que en ti se vea sólo Cristo.
Pídele la compañía de María, para que te sostenga al pie de la cruz, permanezca, y te ayude a soportarlo todo por amor, y a entregar tu espíritu en sus manos, cuando llegue tu hora.
Pídele ser un instrumento fiel de misericordia y de paz.
Búscalo como un niño busca a su padre, y encuentra en Él su abrazo paternal y su providencia.
Busca a las ovejas perdidas de la casa de Israel, y preséntaselas como ofrenda. Complácelo, eso es lo que quiere Él.
Busca la protección de los ángeles y la intercesión de los santos, para que te ayuden a cumplir con tu misión. Ellos te concederán las gracias que necesitas y que pides con insistencia, porque sabes que solo no puedes.
Busca la compasión de Dios para su pueblo.
Toca la puerta del corazón de tu Señor en el confesionario, perdonando a los pecadores, y pidiendo perdón por tus propios pecados.
Toca las llagas de sus pies y de sus manos, y derrama sobre los penitentes su misericordia.
Toca la llaga de su corazón; mete la mano en su costado, que consigue la fuerza sanadora que sale de Él, para que cures los corazones heridos de tantos hombres y mujeres afligidos, perturbados, oprimidos, encadenados, alejados de Dios, enfermos de soberbia, de orgullo, de maldad, en camino de la muerte espiritual, y que causan tanto sufrimiento a tantos inocentes que caminan perdidos, porque tienen miedo, porque sienten el peso de un mundo sin Dios, porque no lo han conocido, o porque sus ojos, cargados de lágrimas de dolor, no pueden ver la luz.
Pídele al Señor la sabiduría y la gracia, para transformar tanto sufrimiento en el mundo en la alegría de conocer a Cristo, y convertir sus corazones de piedra en corazones de carne, uniendo sus sufrimientos a la cruz, para que reciban su misericordia.
Pide, hijo mío, no te canses de pedir. El Señor ya sabe lo que necesitas, pero le halaga que le pidas, que lo reconozcas como un Padre todopoderoso, que te pensó y te creó para amarte, para darse, porque Dios es amor, y el amor es don.
Pídele ser un buen receptor de su amor, y un buen hijo que sepa corresponder con sus obras a ese amor.
Pídele muchos y santos sacerdotes, para santificar a su pueblo, y Él se complazca en ellos tanto como se complace en su Hijo amado Jesucristo, y en ti, porque estás plenamente con Él configurado.
Pídele a Jesús que te ayude a permanecer en Él, como Él permanece en ti. Entonces, pedirás para otros lo mismo que pides para ti, ya no necesitarás nada, serás por Cristo, con Él y en Él, plenamente feliz.
«En esto que añade: «Buscad y llamad», dio a entender que debe pedirse con mucha insistencia y con fuerza. El que busca separa de su imaginación todo lo demás y se fija sólo en aquello que busca. El que llama viene con ánimo vehemente y fervoroso.
Dos cosas son necesarias al que ora: pedir con fervor y pedir lo que conviene, esto es, cosas espirituales. Por eso Salomón obtuvo bien pronto lo que pedía, porque pidió lo que era conveniente.
Dijo esto, no humillando la naturaleza humana, ni declarando malo a todo el género humano, sino, llamando malicia al amor de los padres de la tierra, a diferencia de su bondad, tal es la sobreabundancia de su amor hacia los hombres.
Quiere demostrar que conviene a los hombres impetrar de lo alto el divino auxilio, y que el que de ellos depende se lo concedan mutuamente. Por eso, después de haber dicho: «Pedid, buscad, llamad», enseña claramente que los hombres deben ser solícitos para el bien de sus hermanos, y por lo mismo añade: «Todo lo que queráis», etc.».
(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, n. 23)
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 194)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES