LA MISIÓN APOSTÓLICA
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos» (Mt, 10, 7)
Amigo mío: yo te he llamado, te he elegido y te he enviado con una misión apostólica muy grande: llevar a mi pueblo la paz.
Te he dado el poder, te he dado los medios para que lo puedas hacer. Dones inmerecidos gratuitamente has recibido, gratuitamente ejerce tu poder, dando al pueblo lo que de mí has recibido.
Y algo a todo el mundo le queda claro: de Dios no has recibido nada malo. Por tanto, ellos esperan que hagas el bien, que pongas en práctica tus virtudes, y manifiestes tu fe, tu esperanza y tu amor, llevándoles mi misericordia; librándolos de sus males, de sus dolencias, de sus enfermedades, de los demonios que los perturban y les quitan la paz; llevándoles fe, esperanza y caridad, un ejemplo y testimonio de que yo estoy contigo y con ellos hasta el fin del mundo, porque así lo he prometido.
Muéstrales tu humildad y tu confianza en mí, para que ellos te acepten, para que confíen en ti y reciban el mensaje del evangelio, y deseen recibir los sacramentos.
Que cuando te vean a ti me vean a mí, para que me reciban, y reciban a aquel que me ha enviado. Entonces tendrán paz de espíritu, y sentirán el gozo de haberme encontrado.
Te he pedido que lo dejes todo y me sigas. Es por eso que no debes llevar nada que te dé seguridad mundana para el camino. Tu testimonio es que yo vivo, y mi gracia te basta. Eso es lo que ellos quieren ver para creer.
Y si no te recibieran, si no te escucharan, si te ofendieran, respeta su libertad, no impongas nada, pero sacúdete el polvo de los pies en señal de represalia, para que quede claro que yo te envié, y yo, a los que amo, los corrijo. Y yo envío a mis elegidos, aquellos que amo, para llevarles mi paz, para vivir en ellos, y ellos en mí.
Que quede claro que yo soy el que está a la puerta y llamo. Y eso se verá por tus obras. Yo de ti espero lealtad. No me hagas quedar mal.
Yo te aseguro que, aunque yo te envío, tú no vas por delante. Llevamos el mismo paso. Estás conmigo configurado. No me vas abriendo camino: tú vas conmigo adondequiera que yo voy.
No me avergüences cobrando por tu trabajo. Hazlo tan sólo por amor a Dios y porque yo te lo mando, pero acepta lo que te den a cambio, porque yo te lo doy. Tú trabajas para mí, y mereces un justo salario. Se te pagará en la medida de tu entrega.
Y yo te digo, amigo mío, que en el cielo un tesoro te está esperando, no porque tú lo merezcas, sino porque yo, que te elegí, ya lo gané para ti, porque te amo.
Recibe tú mi paz.
«Dirá quizás alguno: todo lo demás parece acomodado y razonable, pero no lo de no llevar alforja para el camino ni dos túnicas ni bastón ni calzado.
Entonces ¿por qué lo ordenó Jesús? Para ejercitarlos en una vida austera, pues ya antes no les había permitido ni siquiera la solicitud por el día de mañana.
Tenía que enviarlos después como maestros del orbe todo. Por esto los hace, por así decirlo, de hombres ángeles; y los libra de todos los cuidados de la vida, para que todo su cuidado sea enseñar su doctrina. Más aún: aun de este cuidado los libera, diciéndoles: No os preocupéis de cómo o de qué hablaréis.
De manera que lo que parece duro y trabajoso, se lo hace fácil y manual. Porque nada produce mayor tranquilidad que el estar libre de cuidados; en especial porque libres de semejante preocupación, de nada necesitan, estando presente Dios que les serviría en lugar de todas las cosas»
(San Juan Crisóstomo, Homilía sobre el evangelio de san Mateo, n. 32).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 37)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES