16/09/2024

Mt 9, 14-15

TRANSFORMADOS EN ODRES NUEVOS

Reflexión para sacerdotes

desde el Corazón de Jesús

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

 

«Nadie remienda un vestido viejo con un parche de tela nueva, porque el remiendo nuevo encoge, rompe la tela vieja y así se hace luego más grande la rotura. Nadie echa el vino nuevo en odres viejos, porque los odres se rasgan, se tira el vino y se echan a perder los odres. El vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan» (Mt 9, 16-17).

 

Amigo mío: tú tienes un alma sacerdotal desde que fuiste engendrado en el vientre materno.

Un alma sacerdotal que fue renovada con el sacramento del Orden, por el que fuiste transformado en odre nuevo, para contener el vino nuevo de mi resurrección, el vino de la vida, que transformas cada día en mi preciosa Sangre, por el poder que yo te di, para darle de beber a mi pueblo, para saciar su sed de mí.

Tú eres sacerdote para siempre, por la dignidad que yo te di. Conserva esa dignidad.

Renueva con frecuencia tu alma sacerdotal, renovando tus promesas, renovando tu “sí” a mi amistad, poniéndote a mi servicio, renunciando al mundo, tomando tu cruz para seguirme cada día todos los días de tu vida.

Yo no te he pedido que hagas muchos sacrificios. Uno solo te he pedido: que renueves el mío, y entregues tu vida conmigo en mi cruz, para que administres mi misericordia, derramada a través de mi sangre en la cruz.

Y aun así te quejas, te tienes lástima.

Te angustias por la responsabilidad que llevas.

Te pesa la carga que llevas sobre tu espalda.

Te preocupas por tantas cosas, y te olvidas de acudir a mí.

Ensucias el odre nuevo que yo te di.

Yo te di un corazón como el mío, pero lo miro y no me veo a mí.

Te miro, y a pesar de tu configuración conmigo, a veces no te pareces a mí.

Te busco y no te encuentro.

Dejas envejecer tu odre y desparramas el vino.

¿En dónde está tu corazón, amigo mío?

Yo no me canso de llamarte.

Yo no me canso de buscarte.

Mi deseo es renovarte, transformarte, santificarte.

Ven a mí.

Yo deseo que el mundo vea no solo que el Novio está contigo –y por eso estás lleno de alegría, comes y bebes conmigo–, sino que te has transformado en mí.

Que vean que tú y yo somos uno, como el Padre y yo somos uno.

Yo te llevaré al desierto, te hablaré de amor, perdonaré todas tus infidelidades, renovaré tu alma, purificaré tu corazón.

Lo que a ti te toca es tener la humildad de pedir perdón, acercándote al confesionario con el corazón contrito y humillado, que yo no despreciaré. Lo transformaré, lo haré brillar, porque es mío. Lo llenaré del mejor de lo vinos. Y, si tú aceptas, yo te ayudaré a perseverar en la vida de la gracia, para que seas un odre nuevo para siempre.

La renovación del alma sacerdotal es un regalo del Espíritu Santo para mí, para que mis amigos permanezcan en mí, conservando la dignidad sacerdotal que yo les di.

Ten el valor de reconciliarte con tu Señor.

Ten la humildad de dejarte por mi gracia tocar y transformar.

Persevera en la fidelidad a mi amistad hasta el final.

Permanece atento, permanece en vela, procurando tener las condiciones y disposiciones para recibirme en todo momento, no sea que se te acabe el tiempo, y en lugar de escuchar mi voz en tu corazón, como fruto de tu oración, tus oídos escuchen mi voz, que será como el trueno en medio de la tormenta y de la oscuridad de la noche, que vendrá a reclamar justicia, porque fuiste sordo a mi misericordia.

Cuando yo vuelva recogeré solo odres nuevos, llenos del vino nuevo de sus obras de amor, que se transforman en mi gloria.

Renuévate, es tiempo.

Cree en mi amor, que es más fuerte que el viento y la lluvia; que es más poderoso que el trueno y el relámpago que ilumina el cielo en medio de la noche; que te transforma en mí por el poder de Dios.

Recoge conmigo, porque el que no recoge conmigo desparrama.

 

«Aquel que se casa deja el ayuno de lado, deja la austeridad; se entrega por entero a la alegría, participa en el banquete; se muestra en todo afable, amable y contento; hace todo lo que le sale del cariño que siente por su mujer. 

Cristo celebraba entonces sus bodas con su Iglesia; también aceptaba participar en sus comidas; no rechazaba aquellas que le invitaban; lleno de benevolencia y de amor, se mostraba humano; accesible, amable. Lo que quería era unir al hombre con Dios y hacer de sus compañeros miembros de la familia divina».

(San Pedro Crisólogo, Sermón sobre Marcos)

 

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

(Pastores, n. 239)

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

Arquidiócesis de Toluca

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