VENCER AL MUNDO
CON CRISTO
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman, más bien, a quien puede arrojar al lugar de castigo el alma y el cuerpo (…). En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están contados. Por lo tanto, no tengan miedo, porque ustedes valen mucho más que todos los pájaros del mundo» (Mt 9, 36-38).
Amigo mío: no tengas miedo, ten fe.
Siente mi presencia viva. Aquí estoy. Yo soy.
Confía en mí. No tengas miedo de abrirme tu corazón.
Ten valor de enfrentar al mundo, de reconocerme delante de los hombres, y decirme: “Jesús, te amo”.
Ámate en ti mismo amándome a mí. Yo vivo en ti. Si tú me amas y permaneces conmigo, yo vivo en ti y tú en mí.
Alguna vez, de niño, te imaginaste ser un superhéroe todopoderoso. Tu deseo cumplí. Tú eres salvador de hombres, conmigo.
Tú tienes el poder que yo te di, para hacer y deshacer, para plantar y destruir, porque yo te amé primero, y confié en ti.
Yo sé que me arriesgué mucho, y lo sigo haciendo. Ante la debilidad de tu humanidad te di la oportunidad de perfeccionarte, configurándote conmigo, apostando a tu integridad y a tu virtud heroica de amistad.
Si alguna vez me has fallado…
Si mi amistad no ha sido suficiente para ti…
Si has buscado en otra parte los placeres, riquezas y gustos que no encontraste en mí…
Si traicionaste nuestra amistad buscando otros cielos, otros mares…, OTROS AMORES…
… Yo permanezco fiel, inmutable.
Yo soy el primer amor que llenó de gozo tu corazón.
Si tú te fuiste, yo aquí estoy, no tengas miedo.
Yo te suplico: vuelve a mi amistad, pídeme perdón.
Yo perdonaré todas tus infidelidades. Te llevaré al desierto, te hablaré de amor. No de un amor pasajero, como el que te da el mundo.
Yo soy el verdadero y eterno amor. En mí, y solo en mí, encontrarás la paz y la verdadera y eterna felicidad.
Yo te conozco. Eres aquel que yo llamé, que elegí, que tuvo miedo de decirme “sí”, pero que no pudo resistirse a mi llamado.
Un día se encontró con su corazón inflamado y lleno de mi amor. Y tuvo el valor para superar sus miedos, dejarlo todo, y sin pensarlo más, dijo “sí”, y me siguió.
Y al paso de los años, dime: ¿qué te pasó?
¿Se te entibió el corazón?
¿Por qué tienes miedo?
¿A qué tienes miedo?
¿Es que acaso ya no crees en mí?
¿Es que acaso mi amistad no es suficiente para ti?
¿Es que acaso, esa ilusión de niño, de salvar el mundo, se esfumó con tu juventud?
Yo estoy aquí. Yo no me voy. Yo he venido a revelarte el amor de mi Padre. Porque cuando tú me reconociste frente a los hombres, defendiste tu fe arriesgando tu vida por mí.
Yo te protegí, siempre estuve aquí, en medio de la prueba y de la oscuridad.
Cuando tu corazón ya no sentía nada…
Cuando la rutina se apoderó de tu mente, de tus fuerzas, de tu corazón…
Cuando clamabas al cielo, pidiendo auxilio…
… Yo estaba aquí, junto a ti.
Cada vez que resististe a una tentación…
Cada vez que caíste, pero te arrepentiste y pediste perdón…
… Yo estuve aquí, frente a ti, otorgándote el don de mi Padre, para perseverar, para triunfar en la batalla, para vencer el mal con el bien.
Pero no te dabas cuenta. Perdiste tu confianza en mí. Te ganaron tus deseos y tus pasiones; tus apegos a otros amores.
Y yo, herido, sufriente, lloraba por ti amargamente.
Pero no te abandoné. Permanecí aquí, esperándote, llamándote, buscándote, soportando con paciencia tus desprecios.
Y fue mi Madre quien te trajo a mí.
No tengas miedo a los hombres que te amenazan con quitarte la vida, con torturarte y hacerte padecer por mi causa. Ellos te hacen un favor cuando tú vuelves tu mirada al cielo, buscándome, pidiéndome ayuda. Yo busco tu mirada y te digo: “mírame, estoy aquí”.
Y cuando tu soportas cualquier sufrimiento por mi causa, yo olvido todo el dolor que me has causado.
Acerco tu cabeza a mi pecho para que escuches los latidos de mi Corazón.
Yo te perdono, te libero de toda culpa, si vienes con el corazón contrito y humillado; si te reconoces pecador y pides perdón; si reconoces que no hay vida si no es en mí, que no hay amor verdadero si no es conmigo; y que nada vale la pena si estás lejos de mí.
Amigo mío: te amo. No tengas miedo.
No eres tú quien me hace un favor.
No eres tú de quien depende la vida de la Iglesia.
No eres tú el salvador del mundo.
No eres tú quien tiene la fuerza, el valor y el poder para construir mi Reino y glorificar a mi Padre.
Tú eres mi amigo, mi hermano, a quien yo tanto amo y quiero hacer partícipe de mi cruz, para hacerte partícipe de mi gloria. Tanto así te amo.
No tengas miedo, yo te protejo. Yo estoy contigo todos los días de tu vida.
YO HE VENCIDO AL MUNDO.
Y si tú tienes el valor de permanecer conmigo, vencerás al mundo conmigo.
Ten el valor de predicar mi Palabra. Ve y dile al mundo que tú has conocido al Hijo único de Dios, uno y trino, el único Dios verdadero.
Diles que no tienes miedo, porque estás conmigo y confías en mí.
Tú tienes un Padre que está en el cielo.
Como un padre te ama, así te amo yo.
«El Señor sigue diciéndonos, como decía a los discípulos de su tiempo: “¡No tengan miedo!”. No olvidemos esta palabra.
Siempre, cuando nosotros tenemos alguna tribulación, alguna persecución, alguna cosa que nos hace sufrir, escuchamos la voz del Señor en el corazón: “¡No tengan miedo! ¡No tengas miedo, ve adelante! ¡Yo estoy contigo!”.
No tengan miedo de quien se ríe de ustedes y los maltrata. Y no tengan miedo de quien los ignora, o “delante” los honra, pero “detrás” combate el Evangelio. Hay muchos que delante nos sonríen, pero luego, por detrás, combaten el Evangelio. Todos los conocemos.
Jesús no nos deja solos, porque somos preciosos para Él. Por esto no nos deja solos: cada uno de nosotros es precioso para Jesús, y Él nos acompaña.
La Virgen María, modelo de humilde y valiente adhesión a la Palabra de Dios, nos ayude a entender que en el testimonio de la fe no cuentan los éxitos, sino la fidelidad a Cristo, reconociendo en cualquier circunstancia –incluso en las más problemáticas–, el don inestimable de ser sus discípulos misioneros»
(Francisco, Alocución a la hora del Ángelus, 25 de junio de 2017).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 241)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES