16/09/2024

Mt 11, 16-19

LA VERDADERA SABIDURÍA

Reflexión para sacerdotes 

desde el Corazón de María

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

«La sabiduría de Dios se justifica a sí misma por sus obras» (Mt 11, 19)

 

Hijo mío: la verdadera sabiduría está en hacer la voluntad de Dios.

La verdadera sabiduría se manifiesta en las obras. 

Pero ¡qué difícil es aceptar la voluntad de Dios cuando el hombre no tiene en él la sabiduría divina, que el Espíritu Santo le da a los hombres que aman a Dios y lo obedecen!

Ustedes, mis hijos sacerdotes, están llenos de la sabiduría de Dios. El Espíritu Santo está con ustedes. Sus corazones están llenos de la gracia de Dios. Aprovechen todo lo que el Señor les da, y hagan su voluntad, para que el mundo conozca la sabiduría, que es la verdad, a través de las obras de ustedes.

Pero no desesperen, hijos míos. Tengan paciencia, porque el pueblo de Dios es difícil de conquistar.

Algunos de mis hijos son necios y testarudos, y quieren hacer su propia voluntad. 

Son soberbios y creen todo saberlo. Pero la sabiduría no está con ellos. 

No quieren aprender del maestro, sino enseñar.

No quieren obedecer, sino mandar.

No quieren someterse a la voluntad de Dios, sino que buscan, con todos los medios posibles, someter a los demás a su propia voluntad. Incluso intentan someterlos a ustedes, que son maestros, guías, padres, pastores, enviados de Dios como hombres sagrados para gobernar a su pueblo.

No se dejen engañar. Dejen a Cristo, a través de ustedes, obrar. Prediquen la verdad con firmeza. Permanezcan en fidelidad. Procuren su pureza. No crean todo lo que les dicen.

Ustedes son los que llevan la sabiduría en su corazón. Un corazón como el de Cristo, que tienen sus mismos sentimientos.

Ustedes tienen el poder para hacer y deshacer.

Ustedes obran en el nombre de Cristo. Administran su misericordia y transmiten la sabiduría haciendo sus obras.  

Y son criticados, juzgados, despreciados, perseguidos, calumniados, injuriados, falsamente juzgados. Pero no se preocupen por eso. No escuchen a aquellos que tienen malas intenciones en sus corazones. 

Acudan al silencio interior, al encuentro con su Señor en la oración. Confíen en el Espíritu Santo y sabrán qué decir. Dirán “sí” cuando es “sí”, y “no” cuando es “no”.

Tendrán sabiduría en sus palabras, y muchas bocas callarán. Pero es con sus buenas obras, con su buen ejemplo, y no sólo con palabras, que a los necios e ignorantes convencerán. 

Ustedes tienen una gran misión: santificar al pueblo de Dios. Y para eso, se necesita conversión. Ustedes primero.

Hijos míos, sacerdotes, deben aprender esta lección.

Absténganse de criticar y lastimar con su lengua a la Santa Iglesia. Más les valdría cortarse la lengua antes que hablar mal del Santo Padre. Tengan cuidado, ni siquiera se permitan hacer bromas que pongan en duda la integridad de su persona. 

No causen división, ustedes son instrumento de unión. Cumplan con su deber, reúnan al pueblo en un sólo rebaño, con un solo Pastor. 

Yo los corrijo, hijos míos, porque los amo. Hagan ustedes lo mismo con aquellos que se equivocan. No consientan sus faltas, no los ignoren, no permitan que se pierdan. Salgan a buscarlos y, con caridad, procuren enfrentarlos. 

Jamás se ha visto que la sabiduría sea por la ignorancia vencida. 

Yo los acompaño, los sostengo, los protejo. Acudan a mi intercesión. Yo soy Asiento de la Sabiduría, soy la Madre del Hijo de Dios, y estoy aquí. 

¿Necesitan alguna otra cosa?

No tengan miedo, hijos míos. Yo estoy aquí para mostrarme Madre. En mi vientre brilla la luz para el mundo, que está con ustedes todos los días de su vida. Él es Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, y es la infinita sabiduría. 

Y ¿qué acaso no creen que están configurados con Él?

 

«El proverbio que menciona el Señor en el Evangelio de hoy (cfr. Mt 11, 16-19) es como esos niños a los que se les ofrece una cosa y no les gusta; les das lo contrario y tampoco lo quieren. Es la insatisfacción del pueblo, que nunca está contento. 

También hay sacerdotes insatisfechos que hacen mucho daño. Viven insatisfechos buscando siempre nuevos proyectos, porque su corazón está lejos de la lógica de Jesús, y por eso se quejan o viven tristes.

La lógica de Jesús, por el contrario, debería dar plena satisfacción a un sacerdote. Es la lógica del mediador. Jesús es el mediador entre Dios y nosotros.

Nosotros debemos tomar el camino de mediadores, no el otro que se parece mucho pero no es lo mismo: intermediarios. El intermediario hace su labor y cobra: ¡nunca pierde! 

Totalmente distinto es el mediador. El mediador se entrega a sí mismo para unir las partes, da la vida, su vida, y ese es el precio: su propia vida, paga con su vida, su cansancio, su trabajo, tantas cosas, pero —en el caso del párroco—, para unir la grey, para unir a la gente, para llevarla a Jesús.

La lógica de Jesús como mediador es la lógica de anonadarse a sí mismo. San Pablo, en la carta a los Filipenses, es claro sobre esto: se anonadó a sí mismo, se vació —pero para lograr esa unión— hasta la muerte, y muerte de cruz. Esa es la lógica: vaciarse, anonadarse»

(Francisco, Homilía en Santa Marta, 9.XII.16).

 

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

(Pastores, n. 96)

 

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