PEQUEÑOS Y SENCILLOS
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien» (Mt 11, 25-26).
Amigo mío: yo bendigo a mi Padre.
Me alegro con Él –y con los pequeños y sencillos, mis elegidos para revelarme, para darme a conocer, para mostrarles la verdad tal cual es–, por esconder estas cosas a los que se dicen sabios y letrados, y que su soberbia les cega los ojos, y les endurece el corazón.
En los sencillos, en los pequeños, me manifiesto yo.
El mundo puede ver que no son ellos –precisamente porque son pequeños–, quienes hacen las obras. Yo soy.
A cada uno de ustedes, mis amigos, pequeños los elegí, para que sean grandes en el Reino de los cielos.
Para que, cuando los vean a ustedes, me vean a mí.
Para que, cuando hablen ustedes, me escuchen a mí.
Para que, cuando me tengan entre sus manos, me adoren, sabiendo que soy el Hijo de Dios, que me les he revelado y les he revelado al Padre
Para que lleven al mundo mi misericordia, y me conozcan a través de la Palabra, de la oración, de los sacramentos, de la contemplación, del Magisterio de la Iglesia y de la Tradición.
Yo me alegro y bendigo a cada uno de ustedes, mis pequeños, mis siervos, mis amigos, mis hermanos, hijitos míos.
Pero tengo contra ustedes que algunos no han sabido permanecer pequeños. Se han engrandecido de soberbia. Presumen su sabiduría. Dicen una cosa y hacen otra.
Ponen cargas muy pesadas a los demás.
Cargas que usan para empoderarse en mi nombre. O, con escándalo, faltando a la caridad, perdiendo la pureza, pisoteando su castidad.
Cargas en las conciencias de aquellos que utilizan para complacerse; y luego pretenden lavarlas, usurpando el poder de sus propias manos, engañando a aquel que ellos mismos condujeron al pecado, haciendo de cuenta que nada hubiera pasado.
Y las heridas que en mi corazón han dejado, no las ven.
No merecen mi perdón, porque, en su pequeñez, conocieron la verdad y la enterraron con su soberbia y su maldad.
Pero, si se arrepintieran, y acudieran con el corazón contrito y humillado a pedir perdón, conocerían que la verdad no está enterrada, sino en la misericordia manifestada.
Conocerían cuánto los amo yo.
Recibirían mi perdón, aun sabiendo que dignos no son.
Yo deseo que aquellos que saben permanecer pequeños, y que están llenos de verdadera sabiduría, recen por ellos y les abran el corazón. Que no los juzguen, sino que los vuelvan a mí.
Entonces yo los bendeciré. Con la alegría del cielo los colmaré, por cada sacerdote pecador que se convierte, que reavive el amor a su vocación, que se renueve, que vuelva a ser pequeño. Porque de los pequeños es el Reino de los cielos.
Es pequeño el que deja todo, toma su cruz y me sigue.
«Te doy gracias, Padre –dice– porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes. ¿Cómo? ¿Es que el Señor se alegra que se pierdan los sabios y prudentes, y que no conozcan estas cosas? — ¡De ninguna manera! No. Es que el mejor camino de salvación era no forzar a los que le rechazaban y no querían aceptar su enseñanza.
De este modo, ya que por el llamamiento no habían querido convertirse, sino que lo rechazaron y menospreciaron, por el hecho de sentirse reprobados vinieran a desear su salvación.
De este modo también, los que le habían atendido vendrían a ser más fervorosos. Porque el habérseles a éstos revelado estas cosas era motivo de alegría; mas el habérseles ocultado a los otros, no ya de alegría, sino de lágrimas. Y también éstas derramó el Señor cuando lloró sobre Jerusalén (Lc 19,41).
No se alegra pues, por eso, sino porque lo que no conocieron los sabios, lo conocieron los pequeñuelos. Como cuando dice Pablo: Doy gracias a Dios, porque erais esclavos del pecado, pero obedecisteis de corazón a la forma de doctrina a que fuisteis entregados (Rom 6,17).
Llama aquí el Señor sabios a los escribas y fariseos, y lo hace así para incitar el fervor de sus discípulos, al ponerles delante qué bienes se concedieron a los pescadores y perdieron todos aquellos sabios. Mas, al llamarlos sabios, no habla el Señor de la verdadera sabiduría, que merece toda alabanza, sino de la que aquéllos se imaginaban poseer por su propia habilidad. De ahí que tampoco dijo: Se les ha revelado a los necios, sino: a los pequeños, es decir, a los no fingidos, a los sencillos… Es una nueva lección que nos da para que nos apartemos de toda soberbia y sigamos la sencillez.
La misma que Pablo nos reitera, con más energía, cuando escribe: Si alguno entre vosotros cree ser sabio en este siglo, hágase necio para llegar a ser sabio (1 Cor 3,18)
(San Juan Crisóstomo, Sermones sobre el Evangelio de Mateo, n. 38)
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 179)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES