FORTALECER LA FE
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Los discípulos le preguntaron: “¿Por qué nosotros no pudimos echar fuera a ese demonio?”. Les respondió Jesús: “Porque les falta fe”» (Mt 17, 19-20).
Hijo mío, sacerdote: el Señor no pierde la paciencia. Él es modelo de toda virtud. Él, con las palabras del evangelio del día de hoy, manifiesta una urgencia de su pasión y muerte en la cruz, para derramar sobre la humanidad su misericordia. Y Él a los que ama los corrige.
Su palabra es actual, está viva. Y quiere decir lo mismo ayer, hoy y siempre.
¿Hasta cuándo se convertirán?
¿Hasta cuándo tendrá qué soportar el Señor tantas ofensas, especialmente de aquellos que tienen el deber de fortalecer la fe de su pueblo?
¿Imaginas, hijo mío, qué sería el ejemplo de Abraham sin fe?
¿Imaginas a Moisés intercediendo por su pueblo sin fe?
La fe es un don de Dios, un regalo que le da a todos los hombres, del mismo tamaño, para que la hagan crecer, recibiendo su gracia.
Sólo Dios puede aumentar la fe, pero lo hace en la medida en que cada uno quiere crecer y la procura pidiéndola, para ponerla al servicio de Él.
Por tanto, la fortalece con los medios que Dios le ha dado y le ha enseñado a su pueblo, a través de los santos y los profetas.
Cree, hijo mío.
Confía en que tienes una fe grande, y el poder de Cristo para obrar en su nombre.
Pide la fe que te falta, para que el mundo vea las obras de Dios a través de ti.
No dudes, sino cree.
No esperes que se haga la voluntad de Dios por Él mismo. Él te ha elegido y te ha puesto a su servicio para hacer su voluntad a través de ti, pobre instrumento de su infinita misericordia.
Abandónate en Él, y pídele que haga en ti, y a través de ti, lo que quiera Él, pero muéstrale tu fe.
Pídele lo que otros necesitan, intercede por ellos. Pon ese poquito de ti, y todo lo demás lo hará Él.
Pero pídele con la firme seguridad de que lo que le pidas te lo concederá.
Esa es la manera de agradar a Dios, y de convencerlo, para que derrame, por compasión, su misericordia sobre su pueblo.
Tú tienes la fe de Abraham y la fe de Moisés. Demuéstralo.
Cree en ti tanto como crees en mí y en Jesucristo, tu Señor. Entonces harás sus obras, y aun mayores.
Yo intercedo para que, por la fe de ustedes, se convierta el pueblo de Dios. Tengan ustedes el valor de recibir la fe que les falta, y de ponerla en práctica.
Y repito las palabras de Jesús: ¿hasta cuándo, Señor?
¿Hasta cuándo tendrá que soportar tanto sufrimiento el Sagrado Corazón de Jesús y mi Corazón Inmaculado, de dolor traspasado?
¿Hasta cuándo?
«Nada, en efecto, tan necesario como el ayuno para quien sufre la gula. —Mas si la fe —me dirás— es necesaria, ¿qué falta hace también el ayuno? —Hace falta, porque, juntamente con la fe, el ayuno produce no pequeña fuerza.
El ayuno infunde una gran sabiduría, hace de los hombres ángeles y es capaz de luchar con las potencias incorpóreas; mas todo eso no por sí mismo. Es menester también de la oración, y, ante todo, de la oración. Mirad, si no, cuántos bienes se siguen de una y otro.
El que ora como debe y ayuna, no necesita de muchas cosas; el que no necesita de muchas cosas, no se dejará llevar del amor al dinero; el que no se deja llevar del amor al dinero, está mejor dispuesto para la limosna.
El que ayuna se siente ligero y con alas, ora más vigilante, apaga las malas concupiscencias, se hace a Dios propicio y humilla al alma orgullosa. De ahí que los apóstoles ayunaban casi siempre.
El que junta la oración al ayuno, siente duplicársele las alas de su alma, y alas más ligeras que los mismos vientos. De ahí que nadie como él sea enemigo y expugnador de los demonios.
Nada hay, en efecto, más poderoso que un hombre que ora debidamente. Porque si aquella mujer del Evangelio (Lc 18, 1) logró, a fuerza de ruegos, doblegar al juez que no temía a Dios ni se le importaba un bledo de los hombres, cuánto más se ganará a Dios el que le insta continuamente, domina su vientre y echa de sí la gula»
(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía n. 57).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 128)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES