16/09/2024

Mt 17, 10-13

RECONOCER A JESÚS

Reflexión para sacerdotes

desde el Corazón de Jesús

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

 

«Yo les aseguro a ustedes que Elías ha venido ya, pero no lo reconocieron e hicieron con él cuanto les vino en gana» (Mt 17, 12)

 

Amigo mío: mi Padre Dios, que está en el cielo, envió a sus profetas para preparar un pueblo dispuesto a recibirme. Y los mataron.

Está escrito que Elías volvería. Y lo hizo. Pero no lo reconocieron. Le cortaron la cabeza.

Y, finalmente, fui enviado yo, el Mesías, el Redentor, en quien se cumple toda profecía. Y no me reconocieron.

Me persiguieron, me criticaron, me abuchearon, me escupieron, me apedrearon, me desterraron, me apresaron, me juzgaron injustamente, me abofetearon, me coronaron con la corona de la burla, me torturaron, me hicieron cargar el peso de la cruz, en la que me clavaron y me elevaron, para exponerme al mundo, como si fuera un delincuente, un malhechor, un reo de muerte.

Y no contentos con mi muerte, atravesaron con una lanza mi Corazón. Causaron a mi Madre infinito dolor.

Y, de todo eso, y más, los perdoné yo.

Pero les puse una condición para merecer la salvación. Aquel que quiera salvarse debe creer en mí, debe reconocerme como el Hijo único de Dios, el Mesías, el Salvador.

Porque todo aquel que no me reconozca delante de los hombres, tampoco lo reconoceré delante de mi Padre.

A ustedes, mis amigos, mis sacerdotes, yo les prometí el ciento por uno en esta vida, y la vida eterna, junto con persecuciones.

A ustedes algunos tampoco los reconocerán, y si no vienen a ustedes, sus pecados no les perdonarán.

Sepan que quien crea en mí debe también creer en ustedes.

Quien a ustedes no los reconozca, a mí no me reconocerá.

La misión que yo les he encomendado es ir a predicar el Evangelio a todos los pueblos, para que me conozcan, para que crean en mí y se salven.

Por tanto, es deber de ustedes que el mundo los reconozca. Pero primero ustedes deben aceptar su dignidad sacerdotal: es lo que deben cuidar y procurar. 

¡Es a mí! a quien el mundo ve cuando los ven a ustedes.

¿¿Cómo van a creer en mí, con el mal ejemplo que están dando algunos de ustedes??

Procuren que sus hermanos sacerdotes se conviertan, que dejen la vida de pecado y vuelvan a mí. Que oren y cumplan con amor su ministerio, para que mi pueblo me reconozca y pueda ser salvado.

Algunos esperan que venga el Mesías. No creen que haya llegado todavía. Practican falsas doctrinas.

A ustedes los persiguen. A algunos los matan. A otros los tratan con indiferencia, los ignoran, no los escuchan.

De otros se burlan.

A algunos los juzgan y los desprecian, por su mal comportamiento. Y con gran dolor les digo que a veces tienen razón de pensar que en ellos no soy yo. Pero están equivocados, porque permanecen conmigo configurados en la eternidad, a pesar de sus pecados. En ellos vivo crucificado, y mi Corazón Sagrado, atravesado de dolor.

Ustedes, los que escuchan mi Palabra, los que acuden a la oración, los que reflexionan y meditan todas las cosas, como mi Madre, en su Corazón, procuren que el mundo me reconozca.

Eleven su voz invitando a la conversión. No tengan miedo, porque yo estoy con ustedes todos los días. Y yo he vencido al mundo.

Ustedes son mi alegría. Lleven esta alegría a todos los pueblos de la tierra.

 

«Escribe San Ambrosio que “el verdadero ministro del altar ha nacido para Dios y no para sí (...). Es decir, que el sacerdote ha de olvidarse de sus comodidades, ventajas y pasatiempos, para pensar en el día en que recibió el sacerdocio, recordando desde entonces ya no es suyo, sino de Dios, por lo que no debe ocuparse más que en los intereses de Dios.

El Señor tiene sumo empeño en que los sacerdotes sean santos y puros, para que puedan presentarse ante Él libres de toda mancha cuando se le acerquen a ofrecerle sacrificios. (…) Si los sacerdotes de la antigua ley solo porque ofrecían a Dios el incienso y los panes de la proposición, simple figura del Santísimo sacramento del altar, habían de ser santos, ¡con cuánta mayor razón habrán de ser puros y santos los sacerdotes de la nueva (ley), que ofrecen a Dios el Cordero Inmaculado, su mismísimo Hijo!

Ya san Agustín había dicho: “No debe ser puro tan solo quien ha de tocar los vasos de oro, sino también aquellos en quien se renueva la muerte del Señor.

La Santísima Virgen María hubo de ser santa y pura de toda mancha porque hubo de llevar en su seno al Verbo encarnado y tratarlo como Madre: y según esto, exclama San Juan Crisóstomo, “¿no se impone que brille con santidad más fúlgida que el sol la mano del sacerdote, que toca la carne de un Dios, la boca que respira fuego celestial y la lengua que se enrojece con la sangre de Jesucristo?”»

(San Alfonso María de Ligorio, LA DIGNIDAD Y SANTIDAD SACERDOTAL, Capítulo III).

 

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

(Pastores, n. 204)

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

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